Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

29 Sep, 2021

El iliberal y su flanco izquierdo

Luis era un férreo creyente de las causas progresistas de moda. Devoraba un famoso periódico de izquierda, despotricaba contra el gobierno en turno, creía en los derechos humanos (para algunos, más que para otros), vigilaba las redes sociales y marchaba en contra de las injusticias vigentes. Poco exitoso en el mundo profesional, se centró en la academia, escalando poco a poco la burocracia y politiquería universitaria. Siempre dispuesto a ensalzar a los directivos en turno. Un día la zalamería y posiciones ideológicas rindieron frutos y se convirtió, después de años, en la cabeza de uno de los departamentos. El problema: esas mismas posiciones radicales lo acabaron destruyendo.

Él es un caso más de cómo la izquierda iliberal se comió a sus propios hijos. Este movimiento nació en el fundidor de culturas por excelencia: Estados Unidos.

Siempre un país receptor de culturas, razas, preferencias sexuales y credos que lo enriquecen, los últimos cinco años, los escándalos mediáticos por tensiones raciales y casos de contactos sexuales inapropiados en el medio artístico de Hollywood dieron pie a posiciones radicales en grupos de izquierda y académicos. De los principios liberales se pasó a la cancelación de las ideas.

Nacieron movimientos que, basados inicialmente en reclamos legítimos, se fueron convirtiendo en el azote del liberalismo —el debido proceso, el debate de ideas y la protección de los derechos humanos— que decían proteger.

Basados en teorías que anteponen los sentimientos “ofendidos” del individuo a las propias leyes y principios liberales, grupos de indignados fueron permeando en la cultura popular de Estados Unidos. “Mi identidad está por encima de cualquier ley o regla” —decían—.

En países como México, el efecto fue infiltrándose, a través de algunas universidades privadas y públicas, para asentarse en las élites sociales y económicas que podían acudir a éstas. Esas mismas élites luego lo volvieron cultura popular.

Para Luis, fiel creyente de estas causas, estaban de moda en sus círculos intelectuales y, por consiguiente, eran dogmas de fe. Al igual que otros académicos progresistas, pensó que el desmantelamiento de las estructuras sociales y jerarquías —muy alineado a este movimiento woke—, junto con el voto a favor de “un cambio de rumbo” en el 2018, harían de México una utopía progresista.

Ninguna de estas cosas sucedió: la izquierda “progresista” del nuevo gobierno resultó conservadora y de derecha, mientras que las ideas de victimización en que tanto creyeron ha sacrificado incluso a sus propios hijos.





La base intelectual que creía en el nuevo gobierno como plataforma para estas ideas, que el semanario The Economist llama la “izquierda iliberal”, quedó a la intemperie con el recorte desmedido de fondos federales para la ciencia, los insultos desde el poder, la persecución penal de académicos por la Fiscalía General de la República y los pecados personales que han salido a la luz de algunos de sus más fieles miembros.

En el caso de Luis —antes defensor de primera línea del gobierno y los linchamientos mediáticos a los transgresores del wokeismo—, acabó siendo exhibido por tener contactos sexuales inapropiados con alumnos, destituido de su puesto académico y desprestigiado.

Al iliberal, la izquierda le fue su flanco más débil.

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