Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

8 Dic, 2021

El modelo Maduro y los autócratas suaves

 

 

Las instituciones democráticas son degradadas y humilladas para cumplir el capricho de autócratas

 

Hoy en día, las autocracias no están dirigidas por un el típico villano, sino por redes sofisticadas compuestas por estructuras financieras cleptocráticas, servicios de seguridad (militares, policía) y propagandistas profesionales. Lo que realmente une a los miembros de este club es el deseo de preservar su poder y riqueza personales.

En un reciente artículo en la revista The Atlantic (https://bit.ly/3pw6eJM), la reconocida periodista Anne Applebaum habla de los autócratas modernos, como modernos emperadores de un sistema en donde la complicidad de sus miembros los une, no obstante que sean de izquierda, derecha u otra denominación ideológica, por el poder y el dinero.

Es así que dictadores como Vladimir Putin y Nicolás Maduro sobreviven a los movimientos sociales, las protestas, las enormes crisis financieras y hasta la debacle humanitaria en sus poblaciones. El poder unificador de la complicidad económica y el poder, los hacen renegar de cualquier obligación con sus gobernados.

Se trata de un extremo tan cruel que los poderes de Occidente, no obstante sus sanciones y las declaraciones internacionales, no pueden desmantelar este unido tejido nacional de perversa complicidad.

Los autócratas modernos no sólo desalientan cualquier disidencia, sino que las leyes, nacionales o internacionales son sólo referencias para simular un Estado de derecho. Para ellos, éstas son tan moldeables a sus deseos que ellos mismos son parlamento, debate y voto en una sola persona.

 

Es así como llegamos al modelo Maduro de gobierno. Los gobernantes que lo adoptan están dispuestos a pagar el precio de volver a sus países completamente fallidos, aceptando el colapso económico y las crisis humanitarias con tal de mantenerse en el poder. Sólo así se puede entender que personajes como Nicolás Maduro, de Venezuela; Vladimir Putin, de Rusia, y otros se mantengan en el poder.

Sin embargo, también hay tonos grises de ese método. Los autócratas más suavizados (o con restricciones institucionales más arraigadas) usan el manual de Maduro y los demás autócratas.

Mandan al diablo a las instituciones, usan las leyes como mera referencia y el presupuesto como capricho de proyectos sospechosamente inservibles, pero que crean nuevas clases empresariales. El Estado se vuelve uno con el líder, aunque sobreviven instituciones que están fuera de su alcance —al menos temporalmente—. La narrativa del gobierno es lo que el líder desea en el momento y con la ocurrencia de cómo se levantó ese día.

En esta versión más suave, las instituciones democráticas son degradadas y humilladas para cumplir los deseos del autócrata suave. El Congreso y las instituciones con autonomía del poder son igualmente usadas, pero manteniendo la ilusión de institucionalidad. Los contratos son incumplidos, las leyes subyugadas, los críticos silenciados y el culto a la personalidad suavemente introducido a todos los actos protocolarios.

Es la versión light de este método, intentando simular ante la comunidad internacional el cumplimiento de las leyes y tratados internacionales.

La realidad es que, eventualmente, la propia naturaleza de este método alcanza a todos los autócratas, suaves o duros. Sólo queda esperar a que se cumplan los ciclos y se retomen las vías institucionales.

 

 

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