Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

14 Jun, 2023

La amargura de cumplir

La categoría 1, como le enfaticé al Presidente, es una decisión de seguridad. Es independiente de cualquier consideración económica, comercial o política.

      Pete Buttigieg, secretario de Transporte de Estados Unidos.

Es difícil cumplir con un trabajo cuando el jefe insiste en menoscabarlo. En este gobierno lo hemos visto una y otra vez. Alfonso Romo insistía en que el aeropuerto de Texcoco se haría; que no se preocuparan (palo). Carlos Urzúa entró al gobierno y rápidamente se desesperó (más palo). Arturo Herrera, su sustituto, declaraba una cosa y, al día siguiente en la mañanera, era contradicho sin mayor pudor (triple palo). Germán Martínez, exdirector del IMSS, regresó al Senado ante la flagrante incapacidad del gobierno en salud. Ahora parece tocarle al secretario Nuño Lara en aviación civil. 

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La lista es muy larga. Muchos de los funcionarios que, con criterio propio y capacidad intelectual, osaron cuestionar u opinar de alguna forma sobre las instrucciones divinas del sumo sacerdote, fueron rápidamente sustituidos, removidos o menospreciados. La iglesia del Presidente es totalitaria: alabarás mi palabra o caerás en el infierno. No hay justo medio, razón o forma de hacerse escuchar. Las instrucciones y el cumplimiento de éstas son totales o no serán. No importa que se contradigan; la lealtad debe ser total, la capacidad no importa.

El problema es que las instrucciones, sin retroalimentación o crítica constructiva, se vuelve una suma de decisiones basadas en la ignorancia de aquél que se cree sabedor de todo. El que, como decía Aristóteles de los dioses, mueve todo, pero no es movido; es él quien inicia toda materia, no hay más allá. Si a esa voluntad divina se le suman rancios sesgos ideológicos, entonces no hay posibilidad de tomar decisiones técnicas sin que se politicen: la energía nos identifica como nación, el maíz es fuente de nacionalismo alimentario y, materias como la aviación, deben ser ejemplo de nuestra capacidad de enfrentar a otros países que nos quieren imponer sus decisiones.

Desde hace más de dos años, la agencia reguladora de nuestro país —la AFAC— perdió la Categoría 1 de seguridad de la agencia reguladora de Estados Unidos, la FAA. Con ello, los usuarios de transporte aéreo —y las aerolíneas mexicanas— hemos perdido la oportunidad de nuevas rutas desde y hacia Estados Unidos. No le hace, no hay prisa. Aunque el secretario Nuño Lara de la SICT haga todo lo posible, siempre estará la opinión elemental de López Obrador.

El miércoles pasado en su mañanera, antes de reunirse con el secretario de Transportes de Estados Unidos, el Presidente parecía echar a perder cualquier trabajo técnico y diplomacia. Sin pudor, cuestionó la certificación: “¿Con qué autoridad califican la actitud, el funcionamiento en otro gobierno, en otro país?”, refiriéndose a la calificación. Por más que se buscara subsanar con trabajo técnico un tema absolutamente técnico, politizar esta relación parece haber cerrado espacios de negociación y cumplimiento.

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Las señales de Estados Unidos son muy claras: no habrá certificación sin la más pragmática colaboración. El problema es que enfrentarse con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial y más grande mercado de aviación para México, sólo trae amarguras.

 

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