Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

12 May, 2021

La bonanza de las elecciones

Decía James Carville, el estratega de campaña del expresidente Bill Clinton, que la economía ganaba y perdía elecciones; “es la economía, estúpido”, era el lema que tenía colgado en la pared de su oficina para recordarse, justamente, la relevancia de este tema.

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La economía en épocas de Clinton, el periodo de entreguerras para Estados Unidos (la Guerra Fría y los actos terroristas del 11 de septiembre de 2001), creció a ritmos impresionantes. El promedio de crecimiento anual durante los ocho años de su presidencia fue de 4%, bajó el desempleo a tasas récord de 4% y la economía tuvo 116 meses consecutivos de crecimiento. La fórmula fue justamente enfocar las baterías en conceptos simples y probados: se mantuvo disciplina fiscal, se eliminó el déficit fiscal y se mantuvieron las tasas de interés bajas por el banco central.

No obstante que la presidencia de Clinton terminó hace más de 20 años, la disciplina con la que se manejó la economía sentó las bases para años venideros. Un presidente de izquierda pragmática implementó soluciones basadas en evidencia, con la ayuda de expertos que posteriormente también formaron parte de administraciones como la de Barack Obama y ahora Joe Biden. Disciplina y continuidad institucional, entre otros, ha dado a la economía de EU bases sólidas, no obstante las pifias, locuras o militarismo dispendioso de algunos de sus gobernantes.

Pues bien, es justamente este concepto —la economía— el que ahora tiene en jaque a gobernantes en México y varios países de América Latina. Algunos presidentes, nominalmente de izquierda —como López Obrador y Fernández, de Argentina—, quieren descubrir el hilo negro de la economía usando fórmulas irracionales e irresponsables. Después de una larga pandemia que destruyó empleos y empresas, estas recetas heterodoxas han empeorado el panorama y creado más problemas que soluciones.

Para muestra un botón: ayer, el Inegi publicó las cifras de inversión física, que representan los gastos realizados en construcción y en maquinaria y equipo de origen nacional e importado. La cifra de febrero de 2021, en comparación con el mismo mes del año pasado, disminuyó 3.5 por ciento. A su vez, el consumo privado interno disminuyó 6.5% con respecto al año pasado. Si a eso añadimos que la inversión pública está enfocada casi exclusivamente en proyectos de vanidad (y con poca utilidad pública) del Presidente, como la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y otros, se da la fórmula ideal para un prolongado periodo en donde no habrá un PIB similar al de 2018 hasta, por lo menos, 2023.

La gran pregunta es si la economía va a tener repercusión en las elecciones intermedias o en las presidenciales de 2024. Sería un ejercicio interesante conocer la influencia de la economía popular en los votantes. Sin duda, gran parte del malestar por el que se elige a populistas como AMLO o Fernández, de Argentina, fue justamente por la sensación de crisis recurrentes y las promesas de soluciones fáciles a problemas complejos.

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En países como EU, la economía es un buen indicador para los votantes. En América Latina sigue siendo un dilema su influencia; todo indica que las políticas de “bonanza” populista temporal en la población mediante el reparto de dádivas y efectivo son la norma para distraer al electorado.

 

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