Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

17 Nov, 2021

La “culera” civilidad

 

La civilidad política se fue desvaneciendo con el discurso divisivo del populismo redentor. Desde la apertura democrática de Fox y hasta el 2012, lo que antes era diálogo democrático —con sus problemas—, con López Obrador se convirtió en intolerancia sectaria.

En agosto de 2009 acudí, como diputado federal electo, a Los Pinos. Calderón llevaba tres años en la Presidencia y, con el efecto del nuevo PRI y Peña —entonces muy popular—, el gobierno del PAN había sufrido una derrota en las elecciones intermedias. El PRI y sus aliados dominaron en las elecciones para renovar la Cámara de Diputados y algunas gubernaturas, con lo que el gobierno federal debía negociar para sacar adelante su programa de gobierno.

Las fracciones de oposición, una a una —salvo aquellos que sostenían posturas radicales—, acudieron en distintas fechas de ese mes de agosto a Los Pinos a una cita convocada por Calderón. Los diputados de oposición acudían a Los Pinos expectantes de tener una reunión institucional con el presidente. En la mesa de un salón cercano a su oficina, Calderón dio algunas palabras mientras el coordinador de la fracción parlamentaria y los miembros escuchábamos con respeto y cautela. Las fuerzas se medían, pero se respetaban.

Todos sabíamos que, por más diferencias de opinión y posicionamientos políticos, los que acudimos en esos días a Los Pinos manteníamos un nivel de cortesía que permitía la negociación y el diálogo para llegar a acuerdos. Para eso estaban hechas las instituciones y procesos democráticos: reorientar la agresión y violencia hacia el diálogo político civilizado y la resonancia de posturas en foros como las cámaras del Congreso de la Unión.

Sin embargo, había fuerzas que no creían en ese diálogo. La incivilidad de López Obrador en las elecciones de 2006 fue un mal precedente. Desde ese año, las fracciones en el Congreso que lo representaban (del PRD y el PT) se negaban —salvo algunas excepciones— a dialogar o mantener cierto urbanismo. El capricho, la intolerancia y el resentimiento eran máximas del discurso en ese entonces por un presunto fraude electoral que nunca fue probado. El más importante político del PRD, Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno, se negaba a reconocer o dialogar oficialmente con Calderón por miedo a enojar a López Obrador.

 

En 2012, Andrés Manuel López Obrador fue derrotado una vez más en las elecciones y, aun con sus nuevos alegatos de fraude, el resultado fue tan contundente en favor de Peña Nieto que no hubo margen de maniobra. No le quedaba a López Obrador más que esperar. La paciencia y suerte le dieron frutos: en 2018, ante la oleada de descontento por la corrupción, su discurso divisivo y políticamente incivilizado dio en el grano del malestar de 30 millones de votantes.

El problema es que ese discurso sobrevivió a su llegada al poder. En tres años de gobierno, AMLO nunca se ha reunido con las fracciones de oposición.

En el Congreso aparecen carteles de “culera” para describir a políticas de oposición, algunas políticas afines al gobierno —especialistas en el insulto— “dialogan” mediante su victimización y los representantes de AMLO en el Congreso siguen su ejemplo.

Del diálogo civilizado llegamos al “(eres una) culera” y de las reuniones en Los Pinos a las mañaneras, donde sólo hay aplausos de políticos del partido en el poder.

 

clm

 

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