Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

5 May, 2021

La debacle acumulada

En México solemos ser cortoplacistas. La planeación de proyectos no es lo nuestro. “Al ratito” lo mismo es sinónimo de unos minutos que de mañana. Procrastinar, o tirarla —como se le dice coloquialmente en México—, se ve no como una lucha, sino a veces como una virtud: “Ese Godínez la tira bien sabroso y le pagan”.

La improvisación, darle vueltas a las reglas, el dicharacherismo y el joder al prójimo son vistos como bondades, no como defectos.

Por eso vemos a los extranjeros, especialmente de países con culturas de legalidad más arraigadas, como “chingables” una vez que pisan territorio mexicano. Las reglas no nos aplican como a ellos —o al menos, podemos masajearlas al gusto— y, de aplicarse, buscamos zafar la obligación mediante el pago del famoso “pa’l chesco, joven”.

A veces, incluso la mediocri-

dad es celebrada. No solemos vernos como una potencia latinoamericana, sino como una nación detrás de una sombra —la de Estados Unidos—.

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Recuerdo, cuando se construía el segundo piso del Periférico en la Ciudad de México —en la primera década de los dos miles—, haber leído un reportaje sobre los operadores de las grúas especializadas —holandeses y europeos— que instalaban las trabes de ese enorme proyecto. A estas personas les sorprendía la improvisación en su instalación y falta de tiempos bien establecidos para hacerlo, teniendo que ajustarse a la cultura del “ahí se va” de México. Lo mismo sucedió con proyectos enormes de infraestructura, como el anunciado túnel de Reforma a Santa Fé, de Marcelo Ebrard —olvidado poco después—, y la construcción de la Línea 12 del Metro, donde contratistas extranjeros se sorprendían de la falta de planeación.

Mientras se anunciaban, se diseñaban o ejecutaban estos proyectos, frecuentemente cambiaban, se retrasaban o multiplicaban sus costos. No es, sin duda, una falla nada más del gobierno del entonces Distrito Federal, de Marcelo Ebrard, de una ideología o un solo gobierno, sino un problema sistémico en México. De ahí que grandes proyectos siempre se retrasaran o tuvieran problemas posteriores.

Vienen a la mente casos como el de las carreteras Durango-Mazatlán y México-Acapulco, la Estela de Luz, el Segundo Piso de Periférico y, también, el de la Línea 12 del Metro.

Sin embargo, pocas veces se había visto tanta improvisación, corrupción y, ahora tragedia, como en el caso de esta línea de transporte.

Desde su inauguración, en el año 2012, ha tenido problemas estructurales preocupantes. Detenida por una parte significativa de su vida —al menos año y medio en sus inicios—, sus desperfectos han causado un desfalco al erario de la Ciudad de México, retrasos a la población usuaria y, ahora, la pérdida de vidas humanas.

¿El culpable? Incluye contratistas, gobierno, supervisores de obra y otros que, al “ahí se va”, dejaron que la infraestructura se hiciera de mala calidad, con desperfectos sistémicos y con una falta absoluta de mantenimiento que ahora tiene a la Cuarta Transformación en una crisis interna fuerte. Se trata de una acumulación de errores, corrupción y negligencia.

Si a esto se añade la falta de sensibilidad del actual Presidente de la República, su tozudez ante cualquier evento contrario a su narrativa y la construcción de sus realidades alternas —sus “otros datos”—, entonces tenemos una mezcla perfecta de lo que ha sido hasta ahora este gobierno. Una debacle acumulada.

 

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