Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

4 Ago, 2021

La estrategia de la distracción

El peor enemigo del socialismo

no es el capitalismo. Es la realidad.

Margaret Thatcher

 

Hugo Chávez la utilizó en Venezuela para eternizarse en el poder. Evo Morales, en Bolivia, para manipular a los electores y cambiar la constitución a modo. Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, saltando todo control constitucional, ni se molestó por implementarlo y se fue directamente por la reelección indefinida. Rafael Correa retó a sus opositores en Ecuador a implementarla para “vencerlos nuevamente en las urnas”. Incluso Cuba, aquella autocracia castrista, ha implementado estas figuras para, al menos en papel, parecer democrática.

 

Todos ellos vieron en esta figura constitucional un mecanismo para mantenerse en el pie de lucha electoral; mantener las narrativas del “nosotros” vs. “ellos” que tanto les redituaron electoralmente en sus inicios y distraer a la opinión de los verdaderos problemas de fondo que acechaban a sus países. Al final de cuentas, una ciudadanía entretenida con figuras de paja no estaría volteando a ver a los cuervos destruyendo sus hogares.

Ya lo dijo Noam Chomsky, reconocido académico del MIT y héroe de las izquierdas latinoamericanas: “El elemento clave del control social es distraer la atención pública de los temas importantes… a través de la técnica de inundar con información insignificante”. En otras palabras, mantener a la ciudadanía participando en procesos sin mayor posibilidad de éxito ayuda a evitar molestias con el gobierno. Sobreinformarlos y politizarlos mantiene la discusión en temas menores y no en los de fondo.

La figura constitucional preferida de estos gobiernos de izquierda ha sido, por años, la revocación de mandato; un proceso de votación en donde los electores “deciden” si se mantiene en el poder un gobernante. En papel, esto suena democrático y participativo, pero, en la realidad, esta figura política ha sido manipulada como un ejercicio bienintencionado de devolución del poder a las masas justamente para mantener al electorado distraído, cambiar las reglas del juego y, en el peor de los casos —como con Chávez y Maduro—, mantenerse a perpetuidad en el poder.

 

En nuestro país, a través de una reforma constitucional aprobada en 2019, se incluyó a ésta y a la consulta popular como fórmulas mágicas de participación ciudadana. El domingo pasado se celebró la primera consulta popular, donde apenas el 7.11% del electorado participó, para “enjuiciar a los actores políticos del pasado”. A todas luces, fue el fracaso anunciado de un primer proceso que fue desaprovechado, pero efectivo para mantener nuestra atención enfocada en otros lados.

Ahora estamos ante la inauguración de otro proceso, en marzo del próximo año: la revocación de mandato. El gobierno sabe que es otro excelente distractor de los problemas ocasionados por covid-19, la falta de crecimiento económico, la fuga de inversiones y los problemas en varios frentes que no se resolvieron por mera manifestación divina.

Esto se une a una larga cadena de eventos, como rifas de aviones, giras y mañaneras que han mantenido a la ciudadanía, políticos de oposición y analistas debatiendo sólo lo que nos quieren enseñar y no el trasfondo o lo verdaderamente relevante.

 

Evo, Castro y otros deben estar orgullosos.

 

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