Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

31 May, 2023

La radicalización que viene

En México, los candidatos a puestos públicos prometen cambiar todo. Sin embargo, como gobernantes, actúan con las limitantes que les impone el mundo real y el tiempo. La Presidencia del presente es parte de un conjunto de buenas o malas decisiones acumuladas de otras administraciones. Las semillas que siembran ahora germinan tiempo después de que un presidente sale del poder. Quien no entiende esta fórmula queriendo acelerar su legado termina en el basurero de la historia.

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En los tiempos del presidente Venustiano Carranza, el panorama político en México era turbulento. No obstante que había apaciguado a sus principales rivales, en la convención constituyente que formaría la Constitución de 1917, los radicales rebasaron los programas racionales y pragmáticos que proponía el propio Carranza. Contra los deseos del propio jefe del Ejército Constitucionalista, algunos jóvenes radicales empujaron cambios que repercutirían por décadas —para bien y para mal— en el desarrollo del país, como el ejido, el sindicalismo alineado al poder y hasta la innecesaria rudeza contra la religión católica, volviendo al pasado. Desde entonces, cuando se establecieron las reglas del juego, la Constitución ha sufrido más de 230 cambios buscando ese futuro que no acabamos de tener.

Desde ese momento, cuando se incorporaron —para bien— partes del movimiento liberal y —para mal— partes del socialismo y el nacionalismo cerrado al mundo, México ha cambiado a través de décadas y de un cúmulo de decisiones que han repercutido en su desarrollo. En la segunda mitad del siglo XX, de ser un país cerrado al mundo, bajo nacionalismos cansados y una economía petrolizada, pasamos a uno abierto al mundo y una economía más diversificada.

Pasamos de ser un país que volteaba a su pasado para buscar el futuro a uno que empezó a adueñarse del presente para construir su futuro. Sin embargo, ahora vivimos una regresión hacia la primera visión del mundo. Las buenas decisiones acumuladas de otros gobiernos en materia económica —con algunos errores evidentes— es descartada ahora por no conformarse con esa visión de regreso al pasado glorioso. Volvemos al populismo nacionalista donde todo lo privado o extranjero es malo y donde el enemigo tiene intenciones de “saqueo” a nuestra gloria nacional.

Sin embargo, ese experimento de visión de vuelta al pasado no funcionó con Echeverría, López Portillo o ahora. En los tres casos, la desesperación por hacer todo a un mismo tiempo radicalizó, inevitablemente, a los gobernantes. La prisa por hacer transformaciones sin tomar en cuenta esta fórmula de decisiones graduales acabó en crisis económicas que seguimos pagando ahora.

Por ello, este fin de sexenio vemos decisiones económicas que van de la mano con esa radicalización. El gasto público se ha disparado en proyectos improductivos (por ejemplo, la refinería en Dos Bocas va en 17 mil mdd), mientras Pemex tiene un adeudo histórico impagable, la deuda pública se sigue incrementando y se ha desaprovechado la oportunidad histórica de inversión extranjera ante la desvinculación de Estados Unidos con China. Además, ahora el líder quiere destruir el sistema jurídico liberal que se ha construido desde 1917.

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Las semillas del árbol torcido las pagaremos con frutos podridos en el futuro cercano.

 

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