Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

2 Sep, 2020

Los apestados del Estado

Para este gobierno, todo aquello que no es Estado es apestado. Iniciativa privada, organizaciones de la sociedad civil, organismos empresariales y otros actores son vistos con recelo por un Presidente que se ve a sí mismo como el único centro de poder formal o informal en México. En su cosmovisión, su “autoridad moral” baja como cascada al prójimo por la mera voluntad, dispensa y perdón del Presidente. Por más irracional que pueda ser una idea o política pública, por el simple hecho de venir del líder tiene validez intrínseca.

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Sin embargo, los centros de poder formal e informal ya no sólo se centran en el Presidente. Con la evolución del presidencialismo puro al imperfecto sistema democrático moderno, los centros de poder se han diluido hacia otras instituciones, no obstante, el gran poder que todavía tiene el Poder Ejecutivo. En esa evolución, poderes republicanos como el Congreso de la Unión, el Poder Judicial, estados y órganos autónomos han recogido gran parte de esa disgregación de poder. También lo han hecho instituciones que fueron creadas como respuesta a las desavenencias con el pasado poder absoluto del Presidente: las cámaras empresariales, intelectuales y organismos de la sociedad civil.

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Pues bien, el presidente López Obrador quiere regresar a una concepción de poder cuasi absoluto. Su noción del poder se basa en un líder moral como centro de todas las instituciones e instrucciones. De ahí las diferencias constantes con todo aquel que no se llegue a alinear con ese concepto. Él dicta las mañaneras, él revisa todos los aspectos de la administración pública, las políticas públicas relevantes y las más pequeñas (como los viajes al extranjero de sus secretarios), dicta la agenda diaria, da línea al Congreso y “apesta” a sus enemigos.

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De ahí sus recientes desavenencias con organismos de la sociedad civil y hasta la revista Nexos. En recientes mañaneras ha llegado a estigmatizar a varias de estas organizaciones por recibir financiamiento del extranjero (como si eso encajara en el concepto de “traición a la patria” de la Guerra de Independencia) ante la crítica de proyectos de vanidad política, como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y otros. En ese cajón mete a organizaciones de prestigio ganado como el Cemda, Mexicanos Primero, Imco, México Evalúa y otros, que sirven de contrapeso —en éste y anteriores gobiernos— ante casos de corrupción, ineptitud y otros vicios de gobierno.

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Lo cierto es que son precisamente esas organizaciones las que, en estos momentos en que el poder formal está concentrado en una sola persona, señalan los traspiés, corruptelas y contradicciones de una administración que se siente ajena a cualquier contrapeso. Me viene a la mente el excelente trabajo que hacen en México Evalúa con temas de transparencia y análisis presupuestaria, desde donde se hace una evaluación objetiva de los principales indicadores de cómo el gobierno está malgastando recursos que se venían acumulando por años (p.e. el Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios) o la creación de instituciones como el IFE (ahora INE) y de transparencia a raíz del empuje de personas como Jacqueline Peschard o José Woldenberg.

 

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