Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

1 Sep, 2021

Los tiempos del estómago

Esta semana se recalentaron los ánimos políticos. Después de unas elecciones intermedias mediocres para todas las partes, los tres años restantes de este gobierno se centrarán en política. Atrás quedaron los problemas económicos, de salud, la pandemia y seguridad; la prioridad del Presidente y sus aliados es totalmente política. No hay mayor margen de negociación: se debe dominar el Congreso por las buenas o malas, la narrativa en los medios y sofocar los espacios de la oposición. De ahí que esta semana se reactivara, casi como reloj, el sensacionalismo de la política de los dimes y diretes, la división y encono.

Esa lucha reinició en la sede de los poderes federales, la Ciudad de México. Una trifulca afuera del Congreso de la capital el lunes de esta semana con alcaldes electos de oposición demostró de qué está hecho el gobierno y los políticos que llegaron a salvar el barco electoral. Dejando fuera cualquier negociación, los radicales están llenando los espacios y no les gusta la participación de fuerzas ajenas a la Cuarta Transformación. En el caso de la Ciudad de México, al ganar la mitad de las alcaldías, la oposición se volvió un fuerte contrapeso para el gobierno federal y local y la narrativa oficial.

Es por ello por lo que el lunes, con violencia, se les impidió a varios alcaldes electos acceder al recinto. Lo verdaderamente relevante no es sólo el hecho de que se bloqueara el Congreso a funcionarios públicos electos o el sensacionalismo de los gritos y sombrerazos, sino la maquinaria de falsedades y contranarrativas para intentar tapar la violencia de la que fueron objeto Lía Limón y otras mujeres y hombres alcaldes electos.

La respuesta de los radicales del gobierno denota una molestia por la pérdida de espacios y la irracionalidad estomacal: una alta directiva del partido en el poder, siempre dispuesta a victimizarse cuando se trata de sí o los suyos, insinuó que Lía Limón fue agredida por sus propios compañeros alcaldes. El secretario de Gobierno pontificó en una conferencia culpando a los agredidos. Otra funcionaria de desarrollo del Centro Histórico, al igual que otros diputados locales del ala radical, llegaron al extremo de sugerir que la alcaldesa “metió la nariz” y “ella agredió primero”.

Además, se desplegaron cuentas oficiales en redes sociales, opinadores y facilitadores que buscaron distraer con otros temas y contraargumentos francamente infantiles o insultantes a la inteligencia del lector.

Esto pinta para una erosión en cascada —de arriba hacia abajo— de cualquier decoro político que pudiera permanecer después de tres años de descalificaciones e insultos a los que no piensen igual.

Cuando el jefe máximo señala como conservadores, corruptos, neoliberales, aspiracionistas y otros a sus rivales políticos, esto degrada el sistema hacia abajo. La narrativa se vuelve estomacal, insultante y polarizante por todos los actores, dejando fuera cualquier razón. El espacio de diálogo político se sustituye por la violencia verbal y, como se demostró el lunes, por la violencia física —sobre todo a una mujer—. Cuando los reyes del insulto son rebasados, justifican la violencia.

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Restaurar la civilidad política inmediatamente de años de injurias será el reto de la próxima camada de políticos y sociedad civil que lleguen después de la tormenta.

 

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