Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

16 Jun, 2021

Nicaragua y la izquierda latinoamericana

Estamos ante la ignominia de quienes antes “luchaban por la libertad” y ahora son los carcelarios. Los que antes se llamaban liberadores —abusando del romanticismo revolucionario— ahora son opresores. Usando falsas narrativas para apropiarse del poder y engañar al electorado, los salvadores se vuelven los victimarios. Ahora toca a Nicaragua lo que antes sufrieron Cuba y Venezuela. Los “demócratas” ahora escudan a los dictadores.

En Nicaragua, desde 2007, usando falsas promesas de redención cristiana en su campaña a la Presidencia  —una más— Daniel Ortega se ha perpetuado en la silla presidencial. Durante muchos años, con la inyección de dinero de las arcas venezolano-bolivarianas y su petróleo gratis, se vivió una bonanza económica artificial.

Siempre que la economía estuviera “bien”, todo se le perdonaba a Ortega y su esposa. Se toleraron cambios constitucionales para permitir la reelección inmediata a Ortega, el nombramiento de su esposa como vicepresidenta y arbitrariedades como el fraude en elecciones municipales.

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Sin embargo, en 2018 se derrumbó su remanente democrático. En protestas desatadas en ese año por la acumulada de frustración, principalmente entre los jóvenes, el régimen de Ortega reaccionó “escuchando” para después demostrar su verdadera cara. Desde entonces las cosas se han ido degradando. Con lo político se vino abajo la fachada económica: ante la crisis de gobernabilidad y las medidas draconianas del gobierno, la inversión nacional y extranjera se fue secando.

Ahora están en un momento delicado. En noviembre de este año se celebrarán nuevas las elecciones presidenciales y, ante la pérdida de legitimidad, el régimen reacciona como sabe hacerlo: oprimiendo y encarcelando. Ortega y su esposa, Rosario Murillo, se quieren perpetuar en el poder —continuando su saga de interminable reelección presidencial—. Para ello, no sólo han sobrepasado los límites constitucionales, sino que ahora encarcelaron a sus oponentes.

En un movimiento que pareciera sacado de las peores dictaduras de la Guerra Fría, Ortega y Murillo ordenaron el encarcelamiento de personajes que les pudiesen representar una amenaza a sus aspiraciones. Félix Maradiaga, Sebastián Chamorro, Tamara Dávila, Cristiana Chamorro y Arturo Cruz son algunos de los personajes con aspiraciones presidenciales y políticas que fueron encarcelados bajo la excusa de una ley que los señala como “terroristas”, golpistas y traidores a la patria.

Esto los cancela en automático para buscar la candidatura presidencial. No sólo eso; también encarcelaron a sus otrora aliados del Sandinismo, el partido oficial en el poder.

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Así las cosas, en la izquierda latinoamericana; una izquierda que prefiere callar ante las arbitrariedades de sus homólogos nicaragüenses, cubanos y venezolanos. Una izquierda que clama por el romanticismo de la patria, de la revolución, de la transformación, pero, cuando se trata de opinar de las violaciones constitucionales y democráticas del juego, prefieren callar alegando “la autodeterminación de los pueblos”, señalar faltas en el lenguaje “inclusivo” y buscar complots originados desde Washington, los empresarios o las clases medias.

 

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