Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

15 Sep, 2021

Política exterior y los dogmas de fe

Una parte dice una cosa. La contraparte, otra. Normal en cualquier diálogo o controversia. En relaciones diplomáticas no se diga. El entendimiento se da cuando todas las partes ceden algo y, en cierta medida, quedan descontentos. Sin embargo, a lo largo de esta administración, la construcción de diálogos y entendimientos con otros países ha sido sumamente difícil. El dogma lo toma todo, salvo cuando no es conveniente. Sobre todo, con países que son vistos como enemigos de las causas o dogmas del gobierno.

Estados Unidos y España han sido los principales “adversarios” internacionales de este gobierno; son para éste el diablo encarnado y causantes de nuestros males ancestrales. “No somos tierra de conquista” —es el pensar—. Los gobiernos nos deben pedir disculpas y subyugarse a nuestra autoridad moral como víctimas. Eso sí, cuando conviene, son nuestros amigos y hay que “reconstruir la relación”, son “un pueblo bueno”, se invita al presidente del gobierno a una visita —porque ‘es de izquierdas’— o se arman viajes relámpago besamanos a Washington. Como al familiar que no quieres, pero le pides dinero cuando lo necesitas.

 

 

 

Las dos causas principales de estas complicaciones son la falta de disciplina en la política exterior, de la mano con la ocurrencia de las mañaneras —que un día dice una cosa y al siguiente se contradice— y el profundo desconocimiento sobre cómo funciona el entrelazado político y comercial, más allá de los dogmas de fe.

Por más que los funcionarios de la Cancillería armen una estrategia bien pensada, notas bien redactadas e investigadas y el canciller use su cultura e inteligencia en las negociaciones, todo se tira por la borda con una frase célebre del día en la misa gubernamental matutina. Cuando las cosas salen mal por esta contradicción, es culpa de fuerzas externas, de los “conservas” o de los anteriores.

Saltan a la vista ejemplos recientes. Después de la molestia de los demócratas por la visita de López Obrador a Washington, en julio de 2020, para ver a Donald Trump ­—ignorando al entonces presidente electo Biden— la relación con esta nueva administración ha sido tibia, pero ha ido avanzando. Con la visita del vicepresidente Harris en junio, se acordó reiniciar el Diálogo Económico de Alto Nivel de ambos países este mes.

En las formalidades, al dar inicio, los dos gobiernos publicaron comunicados sobre sus prioridades.

 

Mientras que Estados Unidos delineó bien sus prioridades geopolíticas —como temas de ciberseguridad y telecomunicaciones—, el de México se mantuvo en las generalidades y, en realidad, obediente a las prioridades que estableció Estados Unidos para este diálogo. ¿La razón? La indecisión en presidencia de cómo actuar en estos casos o qué pedir. “Si no lo conozco, mejor lo ignoro” parece ser la máxima.

En otro caso, el Presidente invitó a un gobernador de oposición para ser embajador ante España. Mencionó que lo mandaba para “recomponer la relación”, cuando este desgaste nació en sus propias frases célebres.

El resentimiento nacionalista —de libro de primaria— por La Conquista quiere forzosamente opacar las profundas relaciones y herencia que dejó la mezcla de nuestras dos culturas.

Así, los dogmas opacan lo que debiera ser una oportunidad para avanzar nuestros intereses comerciales.

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