Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

5 Ago, 2020

Quemar al santo

Ni tanto que queme al santo

ni tan poco que no lo alumbre.

 

En la narrativa del mexicano que nació y creció en las décadas de los 70 y 80, estaba vilificar a la deuda como maligna, opresora y causante de nuestras crisis económicas recurrentes. Los grandes capitales extranjeros nos venían a saquear o explotar, exprimiendo cada centavo, a través de instrumentos de deuda, a nuestro país.

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Los conceptos de deuda externa, valor del peso, petróleo e inflación formaban parte del léxico diario del ciudadano común y corriente; en los debates en los pasillos de las universidades y las conversaciones en las cantinas. De ello dependía en gran parte nuestra economía y la catarsis momentánea con la queja hacia los extranjeros y la satanización de Estados Unidos. Estas narrativas eran fomentadas desde el poder central de los gobiernos priistas de corte ideológico de izquierda populista, como los de Luis Echeverría y José López Portillo, quienes causaron crisis económicas que hicieron retroceder décadas los avances económicos del llamado desarrollo estabilizador.

Sin embargo, el tema central, más allá de la narrativa, era precisamente la deuda como método de financiamiento del gobierno (desde gastos superfluos hasta infraestructura) y mecanismo de crecimiento. Con enormes ingresos petroleros, López Portillo pudo apalancar la economía a través de deuda que se utilizó, principalmente, para derroches que se siguieron pagando por lustros. Por ejemplo, el efecto de esta deuda alcanzó al gobierno de Miguel de la Madrid, donde representó, en 1987, el 58% del PIB.

En 1990, la deuda gubernamental alcanzaba el 42.3% del PIB. En sí misma la deuda no era mala, siempre que se manejara adecuadamente; ésta se redujo hasta 17.9% del PIB en 2007. Se incrementó de nuevo hasta 45.5% del PIB en 2019, principalmente por el endeudamiento en el sexenio de Peña Nieto para financiar infraestructura.

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Sin embargo, ahora estamos ante una disyuntiva similar a los 70 y 80. Desde el sexenio de De la Madrid, posterior a la crisis del terremoto de 1985, el gobierno no había tenido tantas obligaciones de deuda. De acuerdo con Hacienda, la deuda ahora asciende al 52.1%, un saldo histórico y va al alza. En gran medida se trata de deuda externa denominada en dólares, por lo que una devaluación del peso causa su incremento.

No obstante ello, el gobierno ha manifestado públicamente que no se endeudará más. Contrario a ello, Hacienda ha participado en distintos créditos de organismos internacionales para subsanar las caídas de ingresos. Si a ello se adiciona que el gasto se ha multiplicado con Pemex y proyectos de dudosa utilidad, como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, la fórmula está puesta para mayor endeudamiento. Adicional a ello, el gobierno ha gastado fondos de emergencia y está buscando dinero debajo de las piedras (p.e. con la extinción de fideicomisos y presiones del SAT) para, artificialmente, inyectar dinero a esos proyectos.

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En otras palabras, está gastando el guardadito para derrochar en borracheras y, eventualmente, tendrá que pedir más prestado. La deuda, en sí misma, no es mala, pero mal manejada quema al santo.

 

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