Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

8 Abr, 2020

Vanidad política

Los pronósticos no eran buenos. El líder, obstinado a escuchar a sus asesores, perdió todo sentido de la realidad. De él era el derecho divino, otorgado por Dios, de sostener en su cabeza la corona que simbolizaba el poder del monarca. Los opositores eran una incomodidad que había que superar.

El resultado: el monarca disolvió el parlamento y desencadenó una serie de funestos eventos.

Ésta es la historia simplificada de Carlos I, el rey de Inglaterra que propició una guerra civil que cambiaría la historia de ese reino.

Como legado de esta guerra se valoró más, a partir de dicho suceso, el poder del Parlamento y el de las leyes establecidas por éste.

El poder del monarca se fue diluyendo y entonces tomaron fuerza los contrapesos institucionales del Parlamento y las cortes de justicia.

La historia es importante por las implicaciones que tuvo, posteriormente, en las principales colonias de ese país en el continente americano, Estados Unidos, como se conocería. Esto daría mayor sentido de identidad de los derechos de las colonias y su eventual independencia. Ahí se engranaron, en la Constitución, los principios que darían forma en la supremacía de las leyes.

Ese mismo ejemplo fue retomado por México y las colonias españolas para declarar su independencia.

Frente a los desplantes y caprichos del gobernante, las leyes y los contrapesos.

Sin embargo, a lo largo de la historia de México no han faltado esos mismos caprichos y desplantes.

La institucionalización y contrapesos democráticos han ido destruyendo esos ímpetus personalísimos.

No obstante, como escribió Steven Levitsky en Cómo mueren las democracias, las democracias no están preparadas para que un gobernante tenga todas las canicas políticas a su disposición; las supermayorías en el Congreso. Esto es, justamente, lo que ahora vivimos con López Obrador.

Por eso no sorprende que sus ímpetus y caprichos tengan mayor trascendencia y poder. No hay límite para ellos, salvo lo que el propio líder quiera imponerles. No me gusta el aeropuerto de Texcoco; cancélese. Quiero que una cervecera en construcción se mueva a Tabasco y no se hace; cancélese. Estamos entrando en una enorme crisis económica por una emergencia sanitaria; cancélese cualquier esperanza de un plan conciliatorio. Mi palabra es la ley.

Es ahora más peligroso un demagogo con todas las canicas que un monarca inglés.

Por eso no sorprende, tampoco, que cuando todos estaban esperanzados –incluyendo el propio Presidente de su partido– en un plan de rescate que inyectara optimismo en una situación complicada, el líder se centrara en sí mismo. Leyó cifras, mintió y se negó a ver la realidad.

El líder hegemónico demostró que, en su afán de ser omnipresente y todopoderoso, como un monarca que deriva su poder de Dios, olvida escuchar a los demás.

No obstante, las opiniones mayoritarias a favor de que se generara este plan de medidas contra cíclicas, su respuesta fue la misma.

Apostó doble en el mismo caballo flaco y enfermo.

*

En esta tragicomedia, lo que sí accionó fueron decretos como aberraciones jurídicas que protegían sus proyectos de vanidad política en tiempos de crisis sanitaria.

Por ello, el capricho y la vanidad son tan peligrosas. Restauremos el poder de la legalidad.

 

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