Los escándalos por la manipulación de divisas extranjeras

La deshonestidad sigue revelando la falta de consideración de los grandes bancos por los principios más elementales de la gestión de riesgos
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Hasta que los directores y altos ejecutivos no sean llamados a cuentas, esos escándalos seguirán ocurriendo, aunque las multas sean más altas. Foto: Getty
Hasta que los directores y altos ejecutivos no sean llamados a cuentas, esos escándalos seguirán ocurriendo, aunque las multas sean más altas. Foto: Getty
La atención puesta en las multas supuestamente asombrosas por manipulación de divisas extranjeras está mal enfocada. Todos deberían estar preguntándoles a los ciudadanos comunes de Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza cómo se sienten ante estos escándalos bancarios apenas unos años después de que las instituciones financieras fueron rescatadas. 
 
Los altos ejecutivos alaban las virtudes de su banco sin mencionar a los ciudadanos comunes ni los efectos que tiene en ellos un banco mal administrado.
 
 
La deshonestidad sigue revelando la falta de consideración de los grandes bancos por los principios más elementales de la gestión de riesgos, ya no digamos de la ética.
 
Los inversionistas necesitan concentrarse en el riesgo operacional, las infracciones en el manejo cotidiano de un banco causadas por personas, procesos, tecnología y amenazas externas, como la piratería cibernética y las contrataciones externas. En primerísimo lugar, en el corazón de estos escándalos bancarios hay personas. 
 
Sí, los corredores manipularon las tasas de cambio de las divisas extranjeras, pero los directores, altos ejecutivos e inversionistas en bonos y acciones del banco, en forma colectiva, dan el tono e influyen en la cultura ética del banco.
 
Los inversionistas siguen invirtiendo en acciones y bonos de bancos muy oscuros cuya flexibilidad en las normas contables y los cálculos de capital sorprendería a los más consumados acróbatas del Cirque du Soleil. Los inversionistas no dejan de presionar para que cada trimestre haya aumentos en las ganancias de valores, medición que es inútil ya que no está ajustada a los riesgos.
 
Por su parte, los altos ejecutivos alaban las virtudes de su banco sin mencionar a los ciudadanos comunes ni los efectos que tiene en ellos un banco mal administrado. En una conferencia reciente de finanzas de la Escuela de Administración de Harvard y la Escuela de Administración Pública John F. Kennedy, por ejemplo, Douglas L. Braunstein, vicepresidente de JPMorgan Chase, afirmó que “estos son los mejores tiempos para ingresar en los bancos de inversión” pues éstos se encuentran “muy bien capitalizados”.
 
No importa que el proceso mediante el cual los bancos averiguan la entrada de riesgos en su capital regulatorio para sufrir pérdidas inesperadas sea muy flexible y nada transparente. Y Braunstein no mencionó la participación de su banco en ejecuciones hipotecarias indebidas, las pérdidas causadas por la “Ballena de Londres” o las investigaciones sobre la manipulación de la tasa interbancaria ofrecida en Londres (Libor) y de las divisas extranjeras. Estos episodios presentan una narrativa muy diferente a la de que “a los bancos les está yendo mucho mejor que durante la crisis financiera”.
 
Algunos periodistas y accionistas han considerado que las multas por manipulación de divisas fueron muy altas. Thomson Reuters calculó que el reciente acuerdo al que llegaron cinco bancos por 3,400 millones de dólares fue un 20 por ciento superior al de la manipulación de la tasa Libor.
 
¿Acaso importa? Hasta que los directores y altos ejecutivos no sean llamados a cuentas, esos escándalos seguirán ocurriendo, aunque las multas sean más altas. La Autoridad Supervisora de los Mercados Financieros de Suiza anunció que sus corredores de divisas estarían restringidos a un bono de 200 por ciento basado en su salario base. Esto es lo que se llama gran castigo estos días.
 
El director ejecutivo del Royal Bank of Scotland, Ross McEwan, señaló que “decir que estoy enojado es quedarse corto”. Entonces, ¿qué tan enojado está? Solo lo suficiente para anunciar una revisión de las compensaciones y “posibles cláusulas de catástrofe que podrían tomar unos seis meses”.
 
Son los continuados altos ingresos lo que incentiva a los corredores a correr riesgos excesivos, al tiempo que, con demasiada frecuencia, pasan por alto los procedimientos de cumplimiento, por no hablar de la ética. 
 
Cada vez que los presidentes de la junta directiva o los altos ejecutivos del banco se lamentan por las nuevas normas regulatorias de capital y el costo de cumplir con ellas, están demostrando que seguirán considerando a los administradores de riesgos, funcionarios de cumplimiento y auditores como costos inconvenientes que les estorban para ganar dinero.
 
Y cuando los corredores ganan dinero, incluso los administradores de riesgos, los auditores y los funcionarios de cumplimiento que sospechen de alguna trasgresión pueden hacerse de la vista gorda, ya que los bonos de todos los empleados se ven afectados positivamente cuando todo el banco gana dinero.
 
Por lo menos, no son solo los bonos de los manipuladores sino también los de sus jefes los que deberían someterse a cláusulas de catástrofe y ser devueltos a la tesorería del país de origen del banco. 
 
Entonces es posible, solo posible, que se les devolviera a los contribuyentes un poco del dinero usado para rescatar a los bancos, que ciertamente hubiera podido gastarse en educación, infraestructura y otros proyectos cuyos beneficios corresponden con todo derecho a los contribuyentes. Son ellos los que terminaron siendo los verdaderos accionistas de los bancos tras haber sido obligados a rescatar a las instituciones quebradas.
 
Empero, nunca se les invita a la fiesta cuando los bancos tienen utilidades y la champaña fluye a raudales, sin que el mercado o los reguladores hagan nada por ponerle un corcho firme.
 
kgb 
 

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