El tema apremiante: El cambio climático en la era de Trump

El estilo de Trump de un populismo de “Estados Unidos primero” no hará nada para ayudar al planeta

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El estilo de Trump de un populismo de “Estados Unidos primero” no hará nada para ayudar al planeta. Foto: Pixabay
El estilo de Trump de un populismo de “Estados Unidos primero” no hará nada para ayudar al planeta. Foto: Pixabay

La volubilidad no alcanza a definirlo. En 2009, Donald Trump firmó una carta pública demandando reducciones en las emisiones de gases de invernadero de Estados Unidos. 

En 2012, restó importancia al cambio climático como un engaño inventado por los chinos. 

Durante la campaña en 2015 y 2016, prometió retirar a Estados Unidos de un acuerdo internacional, alcanzado el año pasado en París, para combatir el calentamiento global.

Como presidente electo, Trump dijo que tenía la “mente abierta” sobre el pacto de París y reconoció que hay “alguna conectividad” entre la actividad humana y el cambio climático.

Esa veleidad da alivio a los pesimistas y los optimistas por igual. 

Quienes son pesimistas sobre el clima aún esperan que Estados Unidos ignore o se retire del acuerdo de París, o abandone el marco de Naciones Unidas de 1992 que lo apuntala. Los más optimistas esperan que Trump gobierne diferente a la manera en que hizo campaña, permitiendo que la lucha contra el cambio climático continúe sin amainar.

La realidad es más compleja. El estilo de Trump de un populismo de “Estados Unidos primero” no hará nada para ayudar al planeta, pero tampoco necesita ser la catástrofe que muchos temen.

Primero, la mala noticia. Aun cuando Trump cumpla el compromiso de Estados Unidos con el acuerdo de París, es improbable que su gobierno incite a la acción. 

Muchos en los círculos republicanos piensan que los acuerdos sobre el clima son ejemplos de extralimitación regulatoria mundial. Muchos de los votantes de Trump descartan el propio cambio climático como una moda falsa pregonada por las “élites de las dos costas”. 

Para ellos, los combustibles fósiles representan prosperidad y libertad, desde la aventura del matón hasta el atractivo de la carretera.

En efecto, el 21 de noviembre, Trump prometió que en el Día 1 de su gobierno eliminaría las “restricciones eliminadoras de empleos” sobre la producción de combustibles fósiles estadounidenses, que representan 80 por ciento de las emisiones de gases de invernadero producidas por el hombre de Estados Unidos.

La retórica no es lo único que será marcadamente diferente. La principal forma práctica en que el gobierno de Trump probablemente debilitará al acuerdo de París es evitando los compromisos de Estados Unidos para pagar grandes sumas para ayudar a otros países a hacer frente al cambio climático.

La carga de combatir el calentamiento global recae menos en los países ricos, donde la demanda de energía se ha estancado y la eficiencia está aumentando, que en los pobres, donde miles de millones aún carecen de la energía barata que los combustibles fósiles pueden ofrecer. 

Los países pobres se dejaron convencer en parte por los 100,000 millones de dólares al año que Estados Unidos y otros prometieron para ayudarles a hacer frente a sus compromisos. Los inversionistas privados siempre iban a tener que poner mucho efectivo para financiar la acción contra el cambio climático, y ahora la carga sobre ellos será más pesada.

Esto es preocupante. Bajo una cuidadosa inspección, sin embargo, el camino hacia un futuro más ecológico aun permanece abierto, tanto en Estados Unidos como en el extranjero.
Internamente, hay límites a lo que puede lograr la adopción de Trump de los combustibles fósiles. 

Pese a los billones de dólares en petróleo y gas que él espera que sean extraídos por medio del fracking de terrenos federales, nadie perforará un pozo a menos que sea rentable hacerlo. Eso necesita precios petroleros que sean sustancialmente más altos de lo que son ahora. El carbón también ha sido desplazado por el gas de esquisto barato en vez de las regulaciones del expresidente Barack Obama.

Aun cuando el actual gobierno abandone las promesas de París de Estados Unidos, California tiene su propio mandato de energía limpia y continuará estableciendo estándares de eficiencia de combustible que otros estados y la industria automovilística siguen. 

Además, las inversiones energéticas duran por décadas, y las empresas bien podrían ser renuentes a apostar a que futuros presidentes se apeguen a las políticas de Trump.

No es necesario que la lucha contra el cambio climático en otras partes zozobre a falta del liderazgo estadounidense. El propio interés se ocupará de eso. 

China toma la contaminación del aire en sus ciudades al menos con tanta seriedad como el cambio climático: un estudio reciente sugiere que la contaminación del aire contribuye a la muerte de 1.6 millones de personas en China cada año. 

Cambiar de la quema de carbón a formas de energía más limpias, por tanto, tiene sentido en dos aspectos. India necesita la acción climática como un seguro contra la temperatura extrema, porque gasta una fortuna tras las tormentas, inundaciones y otros acontecimientos.

El autointerés comercial también mantendrá a otros países en el camino hacia la descarbonización. Los costos de la energía limpia están declinando. El costo de las baterías en los vehículos eléctricos ha caído en 80% desde 2008 y, en el norte de Europa, la factura para la generación de energía eólica frente a las costas se ha reducido en más de la mitad durante los últimos tres años. 

La energía solar está acercándose al gas y el carbón como una fuente de energía atractivamente barata. China planea tener casi 150 gigavatios de capacidad solar instalada para fines de la década, el triple de lo que tiene actualmente como el mayor generador de energía fotovoltaica del mundo.

Esos hechos frenarán la demanda de petróleo y carbón en las próximas décadas. El año 2015 fue el primero en el cual la energía renovable superó al carbón como la mayor fuente de capacidad de generación de energía del mundo, aunque el gas natural sigue siendo un complemento importante para las energías renovables debido a los caprichos del sol y del viento.

Estos son cambios históricos, a los que acompañan oportunidades de generación de riqueza. China, por ejemplo, espera convertirse en la superpotencia de energía limpia produciendo paneles, turbinas, baterías y autos eléctricos más baratos, así como los sistemas que los vinculen entre sí.

Hay mucho que lamentar en la perspectiva de que Estados Unidos renuncie a su liderazgo en el combate al cambio climático. La idea de que el segundo contaminador más grande del mundo se aproveche de los esfuerzos de otros tiene a algunos países meditando contraataques; una propuesta, un arancel al carbono sobre las exportaciones estadounidenses, pudiera llevar a una perjudicial guerra comercial.

Siempre fue probable que el acuerdo de París se quedara corto de su objetivo de limitar el calentamiento global a un margen de 2º de las temperaturas preindustriales. Un Estados Unidos más recalcitrante posterga aún más la perspectiva de una descarbonización profunda, y la evidencia de que el Estados Unidos de Trump se esté retirando de su papel mundial es inquietante.

Sin embargo, en cuanto al cambio climático, como en otras áreas que han llegado a depender del liderazgo estadounidense, el resto del mundo puede sacar el mejor provecho de una mala situación manteniendo el rumbo. 

Las emisiones de carbono de China podrían ya haber alcanzado sus niveles máximos. 

Los mejoramientos en la eficiencia en el uso de combustible de los autos redujeron el consumo de petróleo en 2.3 millones de barriles diarios en 2015, aun cuando la gasolina estuvo barata. 

Canadá, China, la Unión Europea, India y otros tienen fuertes incentivos para adoptar tecnologías más limpias. Si trabajan juntos pueden marcar una diferencia, con o sin Estados Unidos.

kgb 

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