¿Cambiar de presidente arreglará el problema de hiperinflación en Venezuela?

El papel moneda se usa como papel de baño. Se cambian carretillas de dinero por una hogaza de pan
Economía -
¿Cambiar de presidente arreglará el problema de hiperinflación en Venezuela?. Foto: Reuters
¿Cambiar de presidente arreglará el problema de hiperinflación en Venezuela?. Foto: Reuters

CIUDAD DE MÉXICO.- El papel moneda se usa como papel de baño. Se cambian carretillas de dinero por una hogaza de pan. Los precios suben en los supermercados cada hora. Estas anécdotas de la hiperinflación serían divertidas si no ocasionaran tanto sufrimiento. En estas condiciones vive Venezuela, quizá en los últimos días del desafortunado régimen del presidente Nicolás Maduro.

Steve Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, calcula que la tasa de inflación registrada en el país el año pasado fue del 100,000 por ciento y que los precios se duplicaron aproximadamente una vez al mes. El Fondo Monetario Internacional cree que, en 2019 quizá alcance el 10,000,000 por ciento.

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Los periodos de hiperinflación no son problemas exclusivos de la era moderna. Roma sufrió un periodo así durante el gobierno del emperador Diocleciano.

Sin embargo, a partir de que se extendió el uso del dinero fiduciario, respaldado por la credibilidad del gobierno y no por un activo físico como el oro, este tipo de periodos se han hecho más comunes. Surgieron en oleadas devastadoras durante el siglo pasado: tras las dos guerras mundiales, durante la transición postsoviética del comunismo al capitalismo y, en la historia reciente, en varias naciones pobres con malos gobiernos, la mayoría en África y América Latina.

No se trata de casos de inflación común y corriente que se haya salido de control. Más bien, revelan un desajuste catastrófico en la capacidad de gobernar del Estado. En sentido estricto, se trata de fenómenos monetarios en los que las imprentas operan sin parar. No obstante, la pregunta más importante para los economistas, y también para quienes intentan acabar con el fenómeno, es por qué las imprentas se salen de control en primer lugar.

Casi siempre, el origen del problema es una carga fiscal imposible de manejarse. Cuando se acumulan enormes déficits presupuestarios, es posible que se erosione la confianza en la disciplina fiscal del país, lo que debilita a la moneda. Factores como cuantiosos préstamos del gobierno y un tipo de cambio a la baja, que encarece el costo de las importaciones, favorecen la inflación.

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En tales circunstancias, la mayoría de los gobiernos evitan la crisis inminente mediante algún tipo de control al otorgamiento de préstamos y el crecimiento del dinero. De hecho, los periodos de inflación alta no son tan inusuales, según Stanley Fischer, exvicepresidente de la Reserva Federal, Ratna Sahay del FMI y Carlos Végh del Banco Mundial. Subrayan que, durante el periodo de la posguerra, de una muestra de 133 países, la quinta parte experimentaron inflación por arriba del 100 por ciento en algún momento.

Sin embargo, la mayoría evitó la hiperinflación. Todavía más sorprendente, un país con inflación anual de entre el 100 y el 200 por ciento, tenía el doble de probabilidades de experimentar una disminución en su inflación al año siguiente que de sufrir un aumento.

Con todo, algunas veces la situación empeora. Es posible que los políticos no logren imponer las reformas necesarias sin perder el respaldo de los grupos de interés que los mantienen en el poder. Si se mantiene el gasto excesivo, cada vez se utiliza más financiamiento de señoreaje (la capacidad de gasto del gobierno derivada de la brecha entre el valor nominal de los billetes nuevos y el costo de imprimirlos). A medida que aumentan los billetes, también se incrementa la inflación.

La hiperinflación por lo regular se presenta durante una época de guerra u otra situación de caos social. El gobierno alemán de Weimar, caracterizado por la inestabilidad política y agobiado por las deudas de guerra y las reparaciones, cayó en el olvido económico. Pero también puede surgir en circunstancias más prosaicas.

En los años setenta, durante el mandato del líder militar Hugo Banzer, Bolivia disfrutó un periodo de auge impulsado por las materias primas en el que obtuvo muchos préstamos del extranjero. Banzer fue derrocado en 1978. Durante el intervalo posterior de agitación, las condiciones económicas globales cambiaron: las tasas de interés se elevaron y los precios de los recursos se tambalearon.

El gobierno de izquierda que ascendió al poder en 1982 heredó una inflación anual del 300 por ciento y una economía en contracción sin acceso a acreedores extranjeros. Por desgracia, como documentó Jeffrey Sachs de la Universidad de Columbia en un análisis publicado en 1987, los nuevos dirigentes de Bolivia habían logrado el apoyo de la ciudadanía gracias a su promesa de aumentar el gasto social. Cuando el gobierno intentó restringir el gasto y aumentar los impuestos, enfureció a los grupos de interés de los que dependía. Continuó la dependencia del señoreaje y la inflación se disparó al 60,000 por ciento.

Los economistas pensaban que la inflación alta se volvía muy constante conforme se integraban las expectativas de precios altos. Sin embargo, en un influyente artículo publicado en 1981, el ganador del premio Nobel Tom Sargent propuso lo contrario.

Más bien, las expectativas de inflación alta reflejan evaluaciones espontáneas de la política del gobierno: la gente espera una inflación alta cuando los políticos no aplican con seriedad las reformas. Sargent destaca que un cambio creíble en la política puede modificar muy rápido las expectativas y a un costo ínfimo o nulo. Estudió cuatro inflaciones grandes de los años veinte y demostró que, en cuanto ocurrió un “cambio de régimen” de política creíble, acabaron con la hiperinflación en unas semanas.

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PAREN LA IMPRENTA

Experiencias más recientes confirman que la hiperinflación puede acabar muy rápido en las condiciones adecuadas. Por lo regular, tales condiciones incluyen una consolidación fiscal sostenible, un compromiso creíble de suspender los fondos al gobierno provenientes de señoreaje y la adopción de un nuevo marco monetario, en general mediante un tipo de cambio fijo. Muchas veces, un cambio de dirigentes políticos ayuda, al igual que algún tipo de apoyo financiero externo. Un nuevo gobierno subió al poder en Bolivia en 1985, tras tres años de tremenda inflación.

Ese gobierno aumentó los impuestos, recortó la inversión pública, congeló los salarios públicos y suspendió el pago de intereses sobre su deuda, gracias a lo cual logró restablecer el equilibrio fiscal. Además, estabilizó el tipo de cambio con respecto al dólar, con ayuda del FMI. El programa comenzó a aplicarse en realidad a finales de agosto de 1985 y, para principios de septiembre, la tasa de inflación de cinco dígitos se había transformado en deflación.

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Por desgracia, no todos los casos tienen un final tan pulcro. Los países que tienen un largo historial de inflación elevada pueden estancarse en ella en vez de sufrir una hiperinflación. En ese caso, es extremadamente difícil salir del problema.

Este tipo de situación se observó en Argentina y Brasil durante los años ochenta y noventa, cuando ninguna de las muchas medidas para estabilizar la economía logró resolver el problema de manera definitiva. Después de intervalos prolongados de liderazgo ineficaz, la gente puede hastiarse de las campañas de reforma, por lo que quizá sea necesario recurrir a estrategias de conmoción y sorpresa para que las tomen en serio.

Es posible que Venezuela, a pesar de su largo historial de tasas de inflación de dos dígitos, esquive este infortunio; la inflación en ese país se disparó tan solo desde hace unos años y en una época de impresionante despliegue de incontinencia fiscal. Por el bien del pueblo, mientras más pronto cambie el régimen, mejor.

 

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