Silicon Valley tiembla ante la Unión Europea

El nacimiento de un nuevo mundo está al alcance de la mano”. Desde que Thomas Paine escribió esas palabras en 1776, Estados Unidos se ha considerado la tierra de lo nuevo
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Las grandes empresas tiemblan ante la Unión Europea. Foto: Reuters
Las grandes empresas tiemblan ante la Unión Europea. Foto: Reuters

CIUDAD DE MÉXICO.- El nacimiento de un nuevo mundo está al alcance de la mano”. Desde que Thomas Paine escribió esas palabras en 1776, Estados Unidos se ha considerado la tierra de lo nuevo; en su opinión, Europa es un continente estancado en el pasado. Esa idea se hace realidad sobre todo en la industria tecnológica.

En Estados Unidos se encuentran quince de las veinte empresas tecnológicas más valiosas del mundo; Europa, por su parte, tiene una. Silicon Valley es el lugar en el que las ideas más brillantes se conjugan con el capital más astuto.

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También en Estados Unidos se debate con más intensidad cómo domar a los gigantes tecnológicos para lograr que actúen a favor del interés público. Los magnates tecnológicos son blanco de recriminaciones del Congreso por los errores de sus empresas en el tema de la privacidad. Elizabeth Warren, senadora que se postuló como candidata presidencial para 2020, quiere dividir a Facebook.

No obstante, para comprender hacia dónde se dirige la industria más poderosa del mundo, no hay que ver hacia Washington y California, sino hacia Bruselas y Berlín.

En una clara inversión de papeles, mientras que Estados Unidos vacila, la Unión Europea (UE) actúa con decisión. Esta semana se anunció que Google deberá pagar una multa de 1700 millones de dólares por suprimir la competencia en el mercado publicitario.

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Es posible que Europa apruebe pronto nuevas leyes en materia de derechos de autor en el ámbito digital. Spotify presentó una queja ante la UE por supuestas violaciones de Apple a las normas antimonopolio.

Por su parte, la UE ha sido pionera en la creación de una doctrina tecnológica particular con el objetivo de darles a los particulares control sobre su propia información y las ganancias que esta genera, además de abrir a las empresas tecnológicas a una mayor competencia.

Si esta doctrina funciona, podría beneficiar a millones de usuarios, impulsar la economía y poner límites a los gigantes tecnológicos que han acumulado un enorme poder sin el sentido de responsabilidad correspondiente.

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Los reguladores occidentales han tenido en el pasado enfrentamientos con las empresas tecnológicas por temas relacionados con las normas antimonopolio, como en los casos de IBM en los años sesenta y Microsoft en los noventa.

Sin embargo, en nuestros días las acusaciones en contra de los gigantes no se limitan a que capturan enormes utilidades y ahogan a la competencia, sino que también incluyen peores pecados, como desestabilizar la democracia (por difundir información falsa) y violar derechos individuales (por la invasión de la privacidad).

Con el despegue de la inteligencia artificial, la demanda de información ha explotado, por lo que los datos se han convertido en un nuevo recurso muy valioso. Con todo, todavía no se han respondido algunas preguntas esenciales: ¿Quién controla los datos? ¿Cómo deberían distribuirse las ganancias?

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El único punto en el que existe un consenso casi generalizado es que Mark Zuckerberg, el presidente de Facebook, quien se ha visto envuelto en múltiples escándalos, no puede tomar esas decisiones.

La idea de que la UE encabece las acciones en esta materia podrá parecerles extraña a muchos ejecutivos que la consideran un desierto empresarial y el hogar espiritual de la burocracia. De hecho, Europa tiene influencia y nuevas ideas.

Los cinco gigantes tecnológicos, Alphabet, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft, realizan en promedio una cuarta parte de sus ventas en esa región. Además, como la UE es el bloque económico más grande del mundo, sus normas por lo regular se copian en los países emergentes. La experiencia de Europa con las dictaduras la han hecho quisquillosa en cuanto a la privacidad.

Es más difícil manejar a sus reguladores con actividades de cabildeo que a los estadounidenses, y sus tribunales cuentan con una visión más actualizada de la economía. Debido a que hay pocas empresas tecnológicas en Europa, le resulta más sencillo adoptar una postura objetiva.

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Una parte clave del enfoque de Europa es decidir qué acciones evitar. Por el momento, ha desechado la opción de ponerle tope a las ganancias de las empresas tecnológicas y regularlas de la misma forma que a las empresas de servicios públicos, pues así las convertiría en monopolios pesados y permanentes. Tampoco la convencen las divisiones, pues los efectos de la red podrían hacer que alguno de los Facebookitos o Googlitas se volvieran dominantes de nuevo.

La doctrina de la UE más bien combina dos enfoques. Por un lado, aprovecha las distintas culturas de los Estados miembros que, en vista de sus diferencias, tienden a proteger la privacidad individual. Por otro, aplica las facultades legales de la UE para promover la competencia.

El primer enfoque permite dejar muy claro que cada individuo tiene soberanía absoluta sobre sus propios datos, por lo que debe respetarse su derecho a tener acceso a ellos, modificarlos y decidir quién puede utilizarlos.

Este criterio fundamenta, en esencia, el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR, por su sigla en inglés), cuyos principios ya han comenzado a copiarse en muchos países del mundo.

El siguiente paso es permitir la interoperatividad entre servicios, de manera que los usuarios puedan cambiar proveedores con facilidad y elegir a las empresas que les ofrezcan mejores términos financieros o les den un trato más ético a los clientes. (Imaginen que pudiéramos cambiar todos nuestros amigos y publicaciones a Acebook, una empresa con mejores normas de privacidad que Facebook, y que esta además nos diera parte de las utilidades que genera por publicidad).

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Un modelo es un esquema británico llamado Open Banking, que les permite a los clientes bancarios compartir datos sobre sus hábitos de gasto, pagos regulares y de otro tipo con otros proveedores. Un nuevo informe del gobierno británico indica que las empresas tecnológicas deben abrirse de la misma manera.

El segundo principio aplicado en Europa es que las empresas no pueden bloquear a la competencia. Es decir, deben darle el mismo trato a los rivales que utilizan sus plataformas.

La UE le impidió a Google competir de manera injusta con los sitios de compra que aparecen en sus resultados de búsqueda o con navegadores rivales que utilizan su sistema operativo Android.

Una propuesta alemana señala que una empresa dominante debe compartir datos crudos anónimos con sus competidores para que la economía funcione de manera adecuada, en vez de que la rijan unos cuantos gigantes acumuladores de datos. (Por ejemplo, las empresas de transporte deben tener acceso a la información de Uber sobre patrones de tráfico).

Alemania ya cambió su legislación para evitar que los gigantes tecnológicos compren múltiples empresas emergentes que en el futuro podrían constituir una amenaza.

El enfoque europeo ofrece una visión nueva, en la que los consumidores controlan su privacidad y cómo se monetizan sus datos.

Darles la capacidad de cambiar crea competencia, lo que a su vez debería alentar las opciones y elevar los estándares. Como resultado, debería construirse una economía en la que manden los consumidores y en la que la información y el poder queden distribuidos.

Sería una situación menos cómoda para los gigantes tecnológicos. Quizá tengan que ofrecer a los usuarios una tajada de sus ganancias (los cinco gigantes ganaron 150,000 millones de dólares el año pasado), invertir más o perder participación en el mercado.

Es cierto que el enfoque europeo tiene sus riesgos. Puede ser difícil lograr una verdadera interoperatividad entre las empresas. Hasta ahora, la GDPR ha resultado un tanto burda. El flujo abierto de datos no debería afectar el problema de la privacidad.

En este punto, los burócratas de Europa tendrán que confiar en que los empresarios, muchos de ellos estadounidenses, ofrezcan respuestas.

El otro gran riesgo es que otras regiones no adopten el enfoque europeo y el continente se convierta en una especie de Galápagos de la tecnología, aislado de la cultura dominante. Las grandes empresas se mostrarán renuentes a dividir sus negocios en dos silos continentales.

También hay señales de que Estados Unidos se está volviendo más europeo en materia tecnológica: California adoptó una ley similar al GDPR. Europa parece estar a punto de resolver el problema de los gigantes tecnológicos y así empoderar a los consumidores en vez de dejar el poder en manos del Estado o de algunos monopolios secretos.

Si encuentra la respuesta, los estadounidenses no deberían dudar en copiarla, aunque implique volver la mirada hacia la tierra que sus ancestros abandonaron.

 

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