Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

8 Ago, 2018

Airbnb

 

 “Mi casa es tu casa” es una clásica fórmula de cortesía muy empleada en la conversación cotidiana. No significa que “mi casa” le pertenece a mi interlocutor: es sólo una forma de expresar que es bienvenido ahí. Se trata de mera retórica amable para generar empatía o romper el hielo, pero que no toma en serio ni quien la menciona ni el que la escucha.

Sí lo hicieron, en cambio, Brian Chesky y Joseph Gebbia, egresados de la Escuela de Diseño de Rhode Island y cofundadores de Airbnb, una startup de magnitud global que estiró al máximo el alcance de esa hospitalidad con el lema “Tu casa es el mundo”.

Ése es, precisamente, el título de uno de los textos publicados en el blog de la firma que facilita a cualquier poseedor de vivienda convertirse en posadero de turistas, viajeros y mochileros. En un lenguaje cálido, Airbnb explica por qué se considera distinta al resto de las marcas y se ve más bien como una comunidad.

“Las ciudades solían ser pueblos, en los que todo el mundo se conocía entre sí y donde sabía que tenía un lugar al que podía llamar hogar”, refiere Airbnb en el post que incluye la historia de su logotipo, el Bélo, concebido como un símbolo de pertenencia que subraya la importancia que tiene para las personas conectar y compartir, para poder sentirse aceptados y a salvo.

Con música y estilo gráfico de película indie, un video del blog convoca a imaginar un mundo en el que podamos pertenecer a cualquier lugar. Para simbolizarlo propone un emblema sencillo, que pudiera ser trazado por cualquiera y reconocido donde fuera. El dibujo final sintetiza los conceptos de gente (una carita), lugar (el signo de geolocalización, que asemeja una gota de agua invertida), amor (un corazón) y la “A” de Airbnb, acrónimo cuyas primeras letras aluden a la leyenda sobre su fundación.

El mismo texto del blog hace una leve referencia a esa historia: “En 2007, Brian y Joe abrieron las puertas a los primeros huéspedes de Airbnb. Estos habían reservado un lugar en el cual quedarse, pero terminaron descubriendo algo más que un colchón inflable en un apartamento desordenado (…) Estaban a miles de kilómetros de donde vivían y, a pesar de ello, se sentían como en casa”.

El párrafo anterior alude a una anécdota muy relatada por los medios especializados en negocios y tecnología, y detallada por la periodista Leigh Gallagher en el libro The Airbnb Story. How three guys disrupted an industry, made billion of dollars… and plenty of enemies (Virgin Books, Londres, 2017).

La versión mitologizada narra que Chesky y Gebbia vivían en un departamento de tres recámaras en San Francisco, California. Sin empleo, recién les habían aumentado la renta mensual a mil 150 dólares. Si no la cubrían, serían desalojados.

Su problema coincidió con la celebración de un congreso mundial de diseño, que había provocado sobreocupación hotelera. Así, tuvieron la idea de ofrecer por internet una alternativa barata de hospedaje a los asistentes, los cuales podrían pernoctar en su apartamento en camas de aire y con desayuno incluido.

Airbed and Breakfast, juego de palabras que reinventa una conocida modalidad de hostelería, fue el nombre que le pusieron a su ocurrencia convertida en negocio. Ya con la incorporación de un tercer socio, el ingeniero Nathan Blecharczyk, y tras la búsqueda de financiamiento y unos cuantos tropiezos iniciales, el sitio nació formalmente el 11 de agosto de 2008, de acuerdo con Gallagher. Ese día les dio la bienvenida una generosa reseña en el influyente portal TechCrunch.

A punto de cumplir una década, Airbnb ha llegado a ser valorada en más de 30 mil millones de dólares y se le considera modelo a seguir en el esquema conocido como economía colaborativa, aun cuando no está exento de polémicas como las que persiguen a Uber. Un buen compendio de ellas está incluido en el tercer capítulo del libro What’s your is mine del autor canadiense Tom Slee (cuya edición mexicana, Lo tuyo es mío, fue lanzada hace exactamente un año por Taurus).

Básicamente se acusa a Airbnb de prácticas comerciales que contradicen su empalagoso discurso publicitario, que van desde la competencia desleal que representa a la industria hotelera tradicional, su reticencia a la regulación, la proliferación excesiva de turistas en comunidades no habilitadas para recibirlos, y que estimula a los arrendadores a despedir a sus inquilinos, porque les deja más ganancias inscribirse en la plataforma como “anfitriones”. Suena más como la casa del tío Chueco.

marco.gonsen@gimm.com.mx

 

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