Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

3 Jun, 2015

El halo

De la misma forma que un fenómeno meteorológico genera la formación de un aro de luz alrededor del sol, los seres humanos construimos un círculo semejante al describir a un individuo, en el que una sola de sus cualidades impregna a las demás, sin que necesariamente esto corresponda con la realidad. Basta con que una persona sea atractiva físicamente para que se le rodee con una aureola de atributos positivos: inteligencia, nobleza, liderazgo.

A esta figura se le conoce como “efecto halo” y fue descubierta hace un siglo por el profesor Edward L. Thorndike. Si bien queda como anillo al dedo para analizar a políticos en campaña, la metáfora fue empleada nada menos que por Tom Wolfe, creador del nuevo periodismo, en su semblanza del físico-matemático Robert Noyce (1927-1990), inventor del primer circuito integrado de uso práctico y comercial.

Bob Noyce parecía tener un halo sobre su cabeza. De rostro fuerte y complexión atlética, así como de una mirada, voz y sonrisa que asemejaban a las de Gary Cooper, el científico proyectaba el efecto de una persona que sabe lo que está haciendo y que por ello dan ganas de admirar. Con estas palabras lo describe Wolfe en un artículo publicado en diciembre de 1983 por la revista Esquire y titulado Cómo el sol salió en Silicon Valley. Este texto fue incluido en el libro recopilatorio Hooking Up (2000), editado en español con el título El periodismo canalla y otros artículos.

La comparación con el actor hollywoodense no era gratuita: tanto Cooper como Noyce estudiaron en la universidad de Grinnell, un pequeño poblado rural, protestante y conservador del estado de Iowa. Hijo de un ministro de culto, Noyce fue un boy-scout educado con gusto por la natación, el esquí, los coros de música y la actuación. Un alumno disciplinado que, sin embargo, también fue capaz de robar un cerdo a un granjero para una fiesta, travesura que le costó un semestre de suspensión en la facultad como castigo, el cual aceptó con aplomo. A su regreso a clases, uno de sus maestros le contagió su interés académico por el transistor, un pequeño dispositivo creado en 1948 que transformaría la electrónica. Fue tanta su pasión que terminó colaborando con su inventor, el Premio Nobel de Física 1956, William Shockley, a quien conquistó con su halo.

Noyce fue integrante de un equipo de jóvenes (“elfos”, los llamó Wolfe) que trabajó bajo las órdenes de Shockley, que era tan brillante como investigador como irritante en su papel de jefe (paranoico, creyó que sus colaboradores saboteaban su trabajo y les impuso un detector de mentiras, además de que publicó sus salarios para que entre ellos no hubiera secretos). Siete de los “elfos” comenzaron a conspirar para crear su propia empresa y se cobijaron bajo el halo de Noyce, a quien nombraron su líder.

Conocidos como “los ocho traidores”, en 1957 formaron en California la empresa Fairchild Semiconductor, donde Noyce siguió experimentando hasta que logró formar un circuito integrado por varios transistores en una misma plancha de silicio (con mayor éxito que el diseñado por el ingeniero Jack Kilby). La prensa de la época bautizó su invento como “microchip”, que se convirtió en responsable de la mayor revolución industrial de nuestro tiempo.

Y en 1968, año de ebullición juvenil, el espíritu rebelde de Noyce lo hizo desertar de la propia compañía que fundó y que lo hizo millonario, pero que creció tanto que ya no se identificaba con ella. Leslie Berlin, autora de la biografía The man behind the microchip, recuerda haberle oído la frase “big is bad”. Y para recuperar el gusto por las pequeñas empresas donde todos trabajan más duro y cooperan más, Noyce se unió a Gordon Moore, uno de los ocho “traidores” originales, para crear Integrated Electronics Corporation. Abreviada como Intel, ésta constituye otro de los mayores legados vivos del innovador, quien murió de un ataque al corazón mientras dormía después de su sesión matutina de natación, el 3 de junio de 1990.

Al cumplirse hoy 25 años de su fallecimiento, el halo de Bob Noyce no sigue inspirando brillantes piezas periodísticas o literarias como el de Wolfe, pero sigue iluminando a Intel como la mayor productora de microchips para computadoras en el mundo. Grande no es tan malo, después de todo.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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