Tres puntos que explican las protestas en Brasil

La continuidad del milagro brasileño estuvo en las manos de la presidenta Rousseff, ahora las decisiones para sobrellevar los problemas económicos desencadenaron en protestas
Economía -
Con Dilma Rousseff debilitada, la rapiña política se cierne sobre ella y las próximas semanas serán decisivas para su final destino. Foto: Excélsior
Con Dilma Rousseff debilitada, la rapiña política se cierne sobre ella y las próximas semanas serán decisivas para su final destino. Foto: Excélsior

CIUDAD DE MÉXICO.-Brasil ha sido, hasta hace poco, sinónimo de triunfo, ese país alegre que se transformaba a pasos agigantados y que era señalado por las grandes instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, como ejemplo de lo que se debe hacer.

Una vez que se estabilizó tras la devaluación de 1998, Brasil entró en una etapa de auge económico sostenido en un marco de consolidación de la democracia, lo que permitió la llegada al poder, en 2002, del Partido de los Trabajadores (PT), estrechamente ligado a los pobres, a la ética y a las transformaciones sociales.

La competitividad que la devaluación del real otorgó a la economía brasileña (exacerbada durante la campaña de Lula de 2002 por el temor de que Brasil no pagara su deuda), el virulento aumento del precio de las materias primas en los últimos tres lustros, el acercamiento de Brasil a China, y el combate a la pobreza de su programa Bolsa Familia, que ha sacado de la pobreza a millones de brasileños que por fin pudieron gastar y dinamizar el consumo interno, colocó a Brasil en una espectacular senda de crecimiento que hizo que se despegara del resto de Latinoamérica.

Estrategia 
petrolera

Pero además, en esa estrategia de éxito jugó un papel fundamental el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros, lo que permitió al país no sólo autoabastecerse de crudo, sino convertirse en una potencia energética.

Petrobras se convirtió en poco tiempo en una de las mayores compañías petroleras del mundo, la sexta más grande por capitalización bursátil y con un peso que representaba cerca de 10 por ciento del PIB del país. Los elevados precios del petróleo y su fastuosa salida a bolsa la dotaron de los recursos necesarios para ejecutar una agresiva estrategia de crecimiento con una influencia decisiva en toda la economía del Brasil.

La gloria y hegemonía de Brasil se formalizó al ser la economía latinoamericana que entró en las selectas siglas de los BRICS, los países emergentes que se distinguían por un mayor protagonismo en la escena internacional. En esa vorágine aduladora, el país fue premiado con la organización del Mundial de Futbol y de las Olimpiadas. La presidenta Dilma Rousseff vivía días de vino y rosas: tenía dinero para derrochar, su popularidad era inmensa y el PT se erigía como la formación política mejor evaluada por los brasileños.

Se tambalea el milago

Sin embargo, de repente, todo se torció. Fue hace dos años, en el 2013, cuando surgieron las primeras protestas por el elevado costo del Mundial de Futbol y el aumento de las tarifas del transporte público en Sao Paulo. Pero lo que parecía algo circunstancial y acotado a la mayor ciudad del país se ha convertido en un masivo movimiento destinado a destituir a Rousseff que se ha propagado por todo el país.

Brasil podría registrar este año su peor desempeño en 25 años al tiempo que su estabilidad política se resquebraja, por tres razones:

  • La debilidad de China
  • La insostenibilidad de las políticas internas de gasto
  • La monstruosa corrupción de su clase política y empresarial 

Durante su expansión, Brasil apostó por las exportaciones de materias primas a China, de cuyos ingresos dependía excesivamente, y lo hizo sacrificando su aparato manufacturero. En el año 2000, por ejemplo, las exportaciones de materias primas brasileñas representaban en torno a 23 por ciento de las ventas totales al exterior, en tanto la de productos manufacturados y semimanufacturados ascendía a un 74 por ciento. En el 2014, esos porcentajes se situaban en 50 por ciento y 46 por ciento respectivamente.

En consecuencia, la desaceleración de China y el derrumbe de las materias primas ha sido letal para la economía brasileña: en 2014 su cuenta comercial registró su primer déficit en 14 años. El agujero fue de tres mil 930 millones de dólares, la peor cifra desde 1998: las exportaciones a China, su principal socio comercial y al que destina 37 por ciento de las ventas externas, se hundieron un 12 por ciento.

Enderezando 
el camino

Como resultado de los menores recursos, y con el fin de guardar la disciplina fiscal para sostener la calidad crediticia de la deuda, Dilma ha tenido que dar marcha atrás y recurrir a algunas medidas de austeridad, algunas de ellas muy populares pero excesivamente caras, como los subsidios a la electricidad y los precios a la gasolina o el recorte a los subsidios de desempleo. Pero lo peor ha sido que la menor entrada de dólares junto con el deterioro de las cuentas fiscales y la pérdida de confianza de los inversionistas por los casos de corrupción que ha derivado en la actual crisis política ha significado un severo desplome del real brasileño. En el último año, la divisa se ha despeñado 35 por ciento y entre las grandes monedas del mundo, sólo se ha visto superado por el peso colombiano (-37%) y el rublo ruso (-44 por ciento). En el mismo período, el peso mexicano se ha depreciado 20 por ciento.

La virulenta caída del real brasileño y los retiros de los subsidios, como a la electricidad (junto con una severa sequía que ha vaciado las reservas de aguas de las centrales hidroeléctricas) ha conllevado varias reacciones perniciosas en cadena: la primera es que ha significado un fuerte aumento de la inflación que ha socavado el poder de compra de los más necesitados. La inflación en julio se trepó a 9.56 por ciento, la más alta en 12 años y más del doble del objetivo de 4.5 por ciento. La segunda es que, para frenar la depreciación del real y contener la subida de precios, el Banco Central se ha visto forzado a subir las tasas de interés de forma agresiva. Desde septiembre del año pasado, la autoridad monetaria aumentó las tasas en siete ocasiones pasando la tasa de referencia de 11 por ciento a 14.25 por ciento, la más elevada en nueve años.

La tercera es que, como resultado del mayor precio del dinero, el crédito se ha comprimido, la confianza del consumidor se ha desplomado a mínimos históricos, el desempleo ha crecido a máximos de casi cinco años, y la economía se dirige a una contracción de 1.5 por ciento según los pronósticos del FMI.

Tormenta 
política

Para rematar, la descomunal trama de sobornos y desvíos de recursos de Petrobras para financiar campañas políticas y otorgar suculentos contratos a las empresas del “club” como Odebrecht y Camargo Correa, ha terminado por colmar el ánimo de los brasileños.

El megaescándalo ha llevado a la cárcel a figuras insignes como José Dirceu, uno de los fundadores del PT, o al empresario y directivo Marcelo Odebrecht. Rousseff, con su popularidad por los suelos, clama inocencia, pero ayer en 200 ciudades, miles de brasileños exigían su cese y dos tercios de la ciudadanía piden su destitución, según las últimas encuestas.

Ahora bien, para que prospere una “moción de censura” no basta con el clamor popular, sino que se precisa de una infracción legal. En consecuencia, tanto el Congreso como el Planalto dirigen su mirada al Tribunal de Cuentas de la Unión, la institución encargada de dictaminar si el gobierno hizo trampa en determinadas maniobras fiscales que utilizó para cerrar las cuentas públicas de 2014. Con Rousseff debilitada, la rapiña política se cierne sobre ella y las próximas semanas serán decisivas para su final destino.

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