Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

4 Jul, 2019

Ni modo, a comentar que no hay ni habrá dinero

Hay momentos en que de los temas acerca de los cuales uno podría comentar, escoge el inocuo; aquél que es políticamente correcto, por lo cual, prácticamente a nadie incomoda. Hoy pues, comentaré acerca de lo que he venido diciendo desde principios del año pasado: No hay ni habrá dinero para todas las cosas que las personas, organizaciones y gobiernos querrían hacer.

Este dilema: Tener que decidir entre uno y otro proyecto o entre adquirir una u otra cosa, pero no ambas, es la expresión que en toda economía conocemos como la escasez de recursos frente a la abundancia de demandas y necesidades.

La escasez, contra la idea que muchos tienen arraigada, es la regla y por el contrario, la abundancia de recursos para poder llevar a cabo todas las ideas y proyectos que aquellos tres grupos se propongan, la excepción.

La escasez más fácil de enfrentar y resolver es, sin duda, la de las personas; tener que dejar esto en favor de aquello o quedarse en lugar de viajar no es, en modo alguno, la gran tragedia; sí, entiendo y lo acepto, es una molestia o un contratiempo, el cual rápida y fácilmente se supera las más de las veces.

Sin embargo, para las organizaciones y gobiernos las cosas no suelen ser tan fáciles; algunas organizaciones, ante la escasez de recursos, corren el riesgo de desaparecer o, al menos, reducir a niveles peligrosos el nivel de su operación, lo cual podría colocarlas muy cerca de la quiebra.

Dejo para lo último el caso de los gobiernos; la lucha permanente entre las necesidades siempre crecientes de los gobernados y los recursos para satisfacerlas permanentemente escasos. Este enfrentamiento es la constante que acompaña toda gobernación. 

La consecuencia para el gobierno que se equivoca en la priorización de necesidades por satisfacer y grupos por atender puede ser perder o ganar la siguiente elección. Por eso, con miras a reducir el número de decisiones difíciles e impopulares, los gobiernos recurren a decisiones conocidas, pero no siempre bien tomadas; la más socorrida, pero la más peligrosa, a mediano y largo plazo, es endeudarse para quedar bien con un número mayor de grupos demandantes de apoyos de índole diversa.

La otra, impopular y dolorosa y de un alto costo político, es la elevación de la tasa de los impuestos vigentes y/o la creación de nuevos. Esta medida, si bien menos peligrosa desde el punto de vista financiero que la elevación del nivel de la deuda, lo es más desde la óptica política.

Las elecciones se pierden elevando los impuestos, pero algunas veces se ganan endeudándose.

Ya el gobernante deberá decidir cuál ruta seguir y cómo explicarle a sus gobernados por qué se decidió una u otra o una combinación de ambas.

Hay una tercera, la cual aun cuando es la mejor vista desde la salud de las finanzas públicas, es la más efectiva —por el desencanto social que genera— para hacer caer un gobierno o perder una elección. Esta tercera vía es no otra que reducir el gasto público.

Ahora bien, de ser usted el gobernante de un país como el nuestro en el aquí y el ahora, ¿por cuál se decidiría: deuda, impuestos o reducción del gasto?

 

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