Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

29 Oct, 2020

Pleitos le sobran, ¿por qué otros más?

México ha tenido siempre presidentes “peleoneros”; unos más otros menos, pero siempre ha habido y no es difícil imaginar por qué; el poder inmenso que viene con el puesto los marea, incluso antes de tomar posesión. Casi de inmediato, todos empiezan a hacerse de adversarios o francos enemigos.

En nuestro país, cuya práctica política es casi cavernaria, primitiva, pelearse o cobrar venganza por viejos agravios los cuales, las más de las veces son inventados, debilita nuestra institucionalidad (frágil de por sí); además, hacerlo como reflejo de una obsesión que sólo denota algún desarreglo mental, pone en peligro la estabilidad política del país, lo entienda y acepte o no el peleonero.

Esa obsesión por estar en un pleito permanente con quien fuere, se ve agravada por la conducta de los abyectos, que toman la conducta del peleonero como una orden para golpear a sus adversarios. Serviles e indignos, hacen suyos los deseos de venganza del gobernante y caen, a veces, en excesos que configuran delitos.

Útil es recordar el dictum de Acton, una célebre frase acuñada por el historiador John Acton, más conocido como Lord Acton en 1887. En su redacción original decía: Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely. Esta frase aparece en una carta que Acton envió al obispo Mandell Creighton, quien en su Historia del Papado, no era contundente al juzgar la conducta de algunos papas según Lord Acton.

A esta debilidad, Acton replicó: “No puedo aceptar su doctrina de que no debemos juzgar al Papa o al Rey como al resto de los hombres con la presunción favorable que no hicieron algún mal. Si hay alguna presunción, es contra los ostentadores del poder, la cual se incrementa a medida que lo hace el poder. La responsabilidad histórica tiene que completarse con la búsqueda de la responsabilidad legal. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Ahora bien, ¿qué impulsa al gobernante rijoso a pelear, siempre, con grupos diversos de la sociedad? ¿Únicamente su obsesión enfermiza a pelear sistemáticamente con los que ni en sueños podrían defenderse, y también con los que sí, lo satisface y calma?

Esto desembocó en una escasez de adversarios locales con quién pelear, que lo llevó a buscar en otras latitudes. Volteó a España y para su desgracia, no sólo no prestaron atención a su exigencia de disculpas por algo que sucedió hace 500 años, sino que se burlaron de su despropósito. También, el Vaticano rechazó prestar algunos códices porque, declaró el nuncio, podrían no ser devueltos al Estado Vaticano. Ahora, irá a la ONU a seguir peleando.

Ante esas respuestas, la denuncia de decenas de legisladores ante el presidente Trump por el trato discriminatorio a empresas distribuidoras de combustibles sirvió muy bien a sus propósitos y se lanzó, sin consideración alguna de lo jurídico, en su contra.

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¿Es tan grave su obsesión que lo obliga a aumentar permanentemente la lista de adversarios a quién golpear? ¿A qué extremos lo llevará su adicción a insultar compulsivamente, a unos y a otros? ¿Y la convivencia civilizada, apá?

 

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