Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

30 Jul, 2019

Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?

Elevado es el número de mexicanos que durante su infancia disfrutaban los programas de El Chavo del Ocho. Entre los personajes creados por el ya fallecido Roberto Gómez Bolaños destacaba la versión Conasupo del superhéroe, el Chapulín Colorado.

Si bien era amplio el número de frases que solía emplear ese personaje, hubo una, la cual, si bien no era él quien la pronunciaba, cobró tal impacto que todavía hoy, en situaciones difíciles, no falta el que diga: Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?

Sin pretender promover la idea irresponsable que nos llevaría a afirmar que nuestros problemas actuales son imposibles de resolver por la vía del respeto de la legalidad, es conveniente preguntar –como solían hacerlo los personajes del programa del Chavo–: Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?

En los países donde el candidato –y luego gobernante–, busca por medios fuera de la legalidad mantenerse indefinidamente en el poder, hay fuerzas que buscan frustrar esa intención. Las primeras reacciones provienen de grupos pequeños y aislados apoyados por algunos legisladores y dirigentes de partidos políticos con resultados magros, o nulos.

A medida que la decisión del que quiere eternizarse en el gobierno se hace evidente y trabaja para concretar su ambición, dados los escasos resultados positivos de la protesta social, surge entonces el empresariado como la fuerza que encabeza lucha social para, primero, desenmascarar las intenciones reales del devenido tirano y enseguida, al ampliarse la base de la protesta, obligarlo a desistir para que se ciña a lo que marca la ley.

Sin embargo, en no pocos países latinoamericanos, el empresariado ha surgido y consolidado como consecuencia de los favores del poderoso en turno y en no pocos casos, con su complicidad para hacer negocios altamente redituables para ambos.

Esto reduce la credibilidad de la protesta y, por ende, su eficacia en la lucha contra las intenciones del demócrata devenido dictador.

En otros países de la región, los empresarios prefieren mantenerse al margen y seguir con sus productivos negocios amparados siempre, en lo que podría calificarse como una falsa asepsia política: Yo soy empresario, no político.

Por otra parte, en los tiempos de la apertura económica y la incorporación a la globalidad, países como el nuestro y sus gobiernos han empezado a tener que valorar el papel de lo que hoy se conoce como empresas calificadoras.

Éstas juegan hoy un papel de la mayor importancia; su tarea, aparentemente secundaria (calificar la capacidad de una entidad para cumplir en tiempo y forma con sus compromisos en cuanto se refiere a sus pasivos), ayuda a los demandantes de financiamiento a ser aceptados por los acreedores como deudores responsables, lo que se refleja en una menor tasa de interés.

Dadas las condiciones creadas por la globalidad y dado el comportamiento irresponsable de quienes no consideran las consecuencias de sus descabelladas decisiones, se enfrentan a aquéllas pues con la amenaza de rebajarles la calificación, los ponen a temblar. 

¡Vaya situación! Quién iba a decir que la respuesta a la pregunta del título son las calificadoras.

 

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