Edgar Amador

Edgar Amador

29 May, 2023

Desigualdad: lo que los estímulos dan, la inflación lo quita

Los choques económicos funcionan de manera inesperada. Durante la pandemia, los estímulos fiscales implementados en los países avanzados para paliar los efectos del confinamiento usaron como argumento el apoyo a los más vulnerables ante el dramático incremento del desempleo experimentado. Sin embargo, la disrupción de las cadenas de suministro y la largueza de los estímulos dispararon la mayor inflación de los últimos cuarenta años, la cual ha sido particularmente cruel con los deciles más pobres de la población.

Quizá confiados en más de cuarenta años de inflación durmiente. Quizá porque los estímulos fiscales y monetarios masivos usados para paliar las crisis de 2000, y 2008-2009, no fueron seguidos por episodios inflacionarios, sino por el contrario, lo que se presentó fue el riesgo de deflación, las autoridades financieras de los países avanzados expandieron el déficit fiscal y el balance de los bancos centrales en una proporción inusitada en la pandemia de covid de 2020.

El confinamiento provocó un disparo dramático e inmediato del desempleo, especialmente en aquellos sectores en donde el trabajo presencial era indispensable, característica común entre el empleo de menor calificación laboral. Lo anterior implicó que fueron los sectores económicamente más vulnerables de la población quienes se vieron bruscamente separados de sus empleos.

Una parte significativa del colosal estímulo fiscal implementado buscó apoyar específicamente a la población de menores ingresos, para que no rompieran el confinamiento buscando empleo, tratando así de romper la cadena de contagios.

Desde las remesas mexicanas, hasta un disparo explosivo en la tasa de ahorro de Estados Unidos y Europa, pasando por una dilatación de los mercados financieros causado por millones de inversionistas pletóricos de liquidez, los estímulos fiscales y monetarios tuvieron múltiples repercusiones en la economía global, hasta que desembocaron en el regreso de la postrada inflación al centro del tablero de riesgos.

El análisis de los indicadores disponibles de ese período muestra que, en efecto, hubo una reducción moderada en la distribución del ingreso a través de múltiples economías gracias a la magnitud de las transferencias fiscales generalizadas. Pero muchos reportes recientes sugieren que dicha reducción temporal de la desigualdad ha sido borrada y quizá revertida, por el rebote y la permanencia de la elevada inflación de los últimos dos años.

La inflación, disparada en el 2021 empeoró sustancialmente luego de la invasión rusa a Ucrania, dislocando los mercados de materias primas y combustibles. Eso significó que el alza de los precios fue especialmente brusca en dos sectores con un peso muy importante en el gasto de las familias más pobres: alimentos y energía.

Mientras que los deciles más altos cuentan con activos físicos y financieros que les permiten protegerse e incluso, beneficiarse de la inflación (como, por ejemplo, la renta de inmuebles o la propiedad de acciones de empresas), los más bajos sólo cuentan con sus ingresos para adquirir bienes y servicios cada vez más caros.

De manera directa, el violento y prolongado incremento de los alimentos y la energía han mermado el poder de compra de los asalariados, disminuyendo sus ingresos reales y revirtiendo el avance que se había observado en la distribución del ingreso y la riqueza durante los estímulos fiscales.

Mercancías como los granos y cereales, la leche, papas y huevo, la carne de pollo (para colmo, afectada por una epidemia) que soportan la dieta de la población menos favorecida, se encuentran entre los artículos que mayores incrementos de precios han tenido en los últimos dos años en todo el mundo.

La reducción en sus ingresos disponibles los ha orillado a complementarse mediante el uso del crédito, cuyo costo se ha incrementado considerablemente debido al incremento en tasas implementados por los bancos centrales en su intento por controlar la inflación.

Una nueva ronda de estragos podría presentarse pronto si no se logra reducir la inflación rápidamente. Al incrementar los precios de los alimentos, las familias sustituyen la comida de menor valor nutricional por la de menor calidad, traduciéndose eventualmente en una reducción en las condiciones de nutrición y salud de esos segmentos poblacionales.

Para moderar el impacto arriba descrito es muy importante que los Estados consideren que quizá el mercado no provea la mejor solución, y que políticas públicas encaminadas a balancear el contenido nutricional de las dietas de los más vulnerables deben de ser implementadas. 

El repunte mundial de la inflación es facialmente un problema macroeconómico de indicadores que deben de ser controlados. Pero el impacto cotidiano, social, nutricional y de igualdad será más grave entre más persistente sea la inflación. Si el incremento de precios logra abatirse y controlarse pronto, sus efectos podrían moderarse, pero entre más tarde la inflación a regresar a los objetivos de los bancos centrales, el costo humano se incrementará sensiblemente.

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