Edgar Amador

Edgar Amador

1 May, 2023

La Fed se está sirviendo ya la del estribo

“Echarse la del estribo”. El último trago antes de montarse en el caballo y partir. Así parece estar la Reserva Federal de los Estados Unidos, muy cerca de despachar el último incremento de tasas de este ciclo monetario que ha sido tan peculiar, tan distinto a los anteriores. Hasta ahora: brusco en su ritmo, pero suave en sus consecuencias; agresivo en su intensidad, pero amable en sus efectos. La inflación, aun alta, está descendiendo de sus máximos, y aunque todavía le falta para llegar a su objetivo de dos por ciento, está bajando sin provocar la condición más temida por banqueros centrales y políticos. Hasta hoy al menos, la economía de los Estados Unidos ha desafiado todo pronóstico de una recesión.

La Fed ha incrementado el objetivo de la tasa de fondos federales en 500 centésimas durante el presente ciclo. Esta variable es lo más parecido a una tasa de interés mundial, pues el costo del dinero fijado en la economía de los Estados Unidos repercute, con intensidades diversas, en todas las economías del planeta.

La velocidad e intensidad con la que la Fed incrementó la tasa de interés no se había visto en cuarenta años, cuando la Fed, en los finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, intentaba, como hoy, controlar y bajar una inflación que se le había escapado de las manos.

Pero a diferencia de hace cuarenta años, cuando la acción decidida de la Fed condujo eventualmente a una severa recesión que acabó por aniquilar la inercia inflacionaria que carcomía a la economía estadounidense, en esta ocasión la producción y el empleo no únicamente han resistido, sino que han seguido expandiéndose. El costo ha sido que el descenso de la inflación ha sido parsimonioso y vacilante, pero la Fed parece haber aceptado la gradualidad en la convergencia de la inflación a cambio de no disparar una recesión económica agresiva.

Haya sido esa o no la decisión de la Fed, lo cierto es que la capacidad de la economía estadounidense para acomodar el alza de tasas más agresiva de las últimas cuatro décadas ha dejado perplejo a todos los economistas, y ha desafiado, insistimos, hasta ahora, los presagios desprendidos de múltiples indicadores que han augurado desde hace meses la inevitable recesión.

El cálculo de la Fed parece ser el siguiente: una subida más de tasas, para llevarla al 5.25 por ciento, la ubicará por encima de la inflación esperada para los próximos doces meses, que se ubica entre 3-4 por ciento. Eso significa que, por primera vez en muchos años, la tasa de interés real en Estados Unidos es positiva y por lo tanto que la política monetaria es restrictiva. Con un poco de suerte, la Fed podría mantener allí sus réditos de referencia y dejar que la tasa real solita vaya haciendo el trabajo al descender la inflación en los próximos meses, antes de comenzar a recortar tasas.

Tal escenario podría ser el que están comprando los inversionistas en los mercados de capitales, en las bolsas y mercados de bonos, quienes desde inicio de año empujaron hacia arriba los precios de los activos anticipando un éxito memorable del banco central estadounidense, así como en otras economías similares.

Pero ¿Qué tal si, como ocurre a veces en los mercados financieros, los inversionistas se equivocan en su cálculo? ¿Qué tal si, como ocurrió al inicio de este ciclo alcista, en 2021, la Fed hace una mala lectura de la inflación y no logra que sea compatible con su objetivo?

Lo que ocurrió en los mercados y con la inflación en 2022 es una muestra de que el riesgo arriba mencionado existe, y de sus consecuencias. El año pasado fue un año horrible para todos los activos financieros y para la credibilidad de la Fed, debido a la mala lectura que hicieron (la creyeron temporal), de la trayectoria de la inflación (resultó ser duradera).

El riesgo más importante, que no está siendo contabilizado por los mercados, es que la inflación estadounidense, luego de dejar atrás sus niveles máximos, no converja hasta el dos por ciento de manera convincente y que pase algo que la haga rebotar arriba y abajo, como ocurrió en la década de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, cuando la inflación zigzagueaba sin lograr anclarse.

En ese caso las tasas de interés darán brincos, quizá no tan agudos como los que se vieron hace cuarenta años, pero lo importante es que en ese escenario no habría un descenso ordenado del costo financiero para los mercados y existirían quizá condiciones desordenadas de liquidez que podrían afectar la trayectoria de las bolsas y los mercados de bonos.

Por el momento un escenario en donde la inflación resurja como en 2020 parece descartarse. Nadie espera que en los próximos meses que los precios en Estados Unidos vuelvan a crecer a ocho por ciento, y antes bien, la expectativa base es que en un año la tasa se encuentre en la vecindad del dos por ciento.

Pocos, el mercado financiero ciertamente no entre ellos, vaticinan un escenario en donde la inflación perdure entre el 4-5 por ciento en los próximos meses, mostrando terquedad para bajar hacia el objetivo de la Fed. Este sería un mal lugar para estar, pues erosionaría la credibilidad de la Fed respecto de la capacidad de sus herramientas y la forzaría a tomar decisiones más agresivas que las que ahora ha tomado en términos quizá no de tasa, pero sí de liquidez del sistema.

Por último, y contra todo pronóstico, el escenario de recesión parece como un fantasma distante que se aleja, una garra fantasmagórica que amenaza pero que no llega. Hasta ahora.

 

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