José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

6 Dic, 2019

¿Cómo se acaba la pobreza?

Dos de los economistas nominados para el Premio Nobel de este año publicaron un artículo con el título de mi columna, en el que analizan por qué unos países crecen mucho y otros no, y si existe una fórmula universal que de aplicarse a pie juntillas se logra crecer más.

Es paradójico que esta era de ruidosas quejas por una supuesta y creciente desigualdad del ingreso y la riqueza coincida con el más acelerado abatimiento de la pobreza en la historia: entre 1980 y 2016, el ingreso promedio del 50% de los que menos ganan se duplicó y el número de personas que vive con menos de 1.90 dólares diarios pasó de 2,000 millones a 700 millones.

Ha habido mejoras notables en la calidad de vida, aún de los más pobres: desde 1990, la tasa de mortalidad materna se ha reducido a la mitad y, salvo en países en guerra, virtualmente todos los niños acceden a la educación primaria, y la epidemia de SIDA, que parecía imparable, ha venido cayendo desde el año 2000.

Buena parte del crédito de este éxito se debe al crecimiento económico ocurrido y obviamente, las mayores mejoras se registraron en los países que crecieron más, China e India, que ahora confrontan una reducción en su expansión, lo que es causa de preocupación:

¿podrán evitar estancarse?

Los economistas que han pasado toda una vida estudiando la pobreza y el desarrollo no se han puesto de acuerdo en por qué unas economías crecen y otras no, aunque el común denominador es la imperiosa necesidad de reubicar los factores de la producción, capital y trabajo hacia los usos más productivos.

Los autores plantean que tratar de hallar las causas del crecimiento es difícil, pues están interconectadas. Hay consenso en que la educación es factor esencial para el crecimiento, pero un buen sistema educativo lo promueve un gobierno eficiente que, si lo es, seguramente también lo será en construir infraestructura.

Además, si la economía crece con vigor habrá mayor inversión en educación, por lo que se podría afirmar que el crecimiento promueve la educación y no al revés, lo que hace que encontrar la receta universal para promover el crecimiento económico y adoptar las políticas más apropiadas, resulte complejo.

Es mejor empezar por listar lo que hay que evitar:

inflación alta y paridad sobre o subvaluada, sistemas comunistas, como el soviético o el maoísta; intromisión asfixiante del Estado en la economía, como en India y México en los 70 e interferir con el mecanismo de precios fijados libremente en los mercados.

Los autores terminan su análisis exhortando a los países que usen los recursos que ya tienen óptimamente, invirtiendo en mejorar sus sistemas educativos y de salud pública, mejorando la procuración de justicia y el sistema financiero, y construyendo buena infraestructura y ciudades con mejor calidad de vida.

¡Ojalá alguien invite a estos economistas a México!

 

Consultor en economía y finanzas internacionales en Washington DC y ha sido catedrático en universidades de México y EE.UU.

 

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