José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

5 Jul, 2019

Cuando el destino nos alcance

El título de hoy es tomado de la traducción al español de la película Soylent green, una distopía malthusiana de principio de los 70 cuando se puso de moda predecir el fin del mundo, ya que la población crecía a ritmo superior a la oferta de alimentos y el medio ambiente habría sufrido un deterioro irreversible.

En ocasión próxima trataré el renacimiento del fatalismo malthusiano, a la luz de la creación del Índice de Abundancia de Julian Simon, el gran economista que demostró con cifras que el problema del mundo no es una población excesiva, sino la ausencia de libertad política y económica. Hoy uso el epígrafe para debatir si perderán su credibilidad los muchos líderes farsantes que abundan ahora.

Se atribuye a Abraham Lincoln haber dicho que “se puede engañar a parte de la gente todo el tiempo o a toda la gente parte del tiempo, pero no se puede engañar a toda la gente todo el tiempo.” Los demagogos contemporáneos ponen a dura prueba tal sentencia, pues mienten siempre y presumen logros ficticios.

Tal es el caso de Donald Trump, quien según los más respetados contadores de la verdad, miente el 70% del tiempo cuando habla e inventa éxitos sin precedentes dónde no hay ninguno, como sus tres “sesiones de fotos” con el sátrapa de Corea del Norte Kim Jong-Un, sin el menor avance en desnuclearizar a ese país.

Lo mismo se puede decir del Presidente de México que no pierde ocasión para presumir que “él tiene otra información” que desmiente los datos reales en todos los ámbitos, aun los de su propio gobierno, y alardea éxitos sin la menor prueba, como es evidente en su informe de actividades del 1º de julio, donde afirmó que “el peso es la moneda que más se ha fortalecido en el mundo.”

Lo notable en estos casos es que la popularidad de ambos líderes tiene una base que parece irreductible, que en el caso de Trump se ubica en un 40% del electorado de su país, mientras que Andrés Manuel López Obrador registró a un año de su elección una aprobación del 66%, si bien inferior al 83% que tuvo en febrero, es aún muy alta.

El primer caso se explica
por haberle dado a su base de apoyo lo que querían de él:
reducir impuestos a los ricos, eliminar regulaciones burocráticas que imponen costos a las empresas, elegir jueces conservadores y antiaborto, apoyo irrestricto a Israel, y un nativismo patriotero y xenófobo que a muchos gusta.

La popularidad de López Obrador radica en su estilo de gobernar llano y asequible, lejos del boato que caracterizó a buena parte de sus antecesores, a regalos a sus clientelas, que él aspira que lleguen a 22 millones, a su continua presencia en los medios, y a que no ha habido la crisis financiera que muchos predijeron.

El común denominador en ambos casos es mentir y exagerar los fingidos éxitos, y soslayar los fracasos, como no lograr construir el prometido muro de Trump y para México, haberse rendido ante el chantaje de EU de detener a los migrantes que lleguen del sur y aceptar a los que quieran regresarle desde el norte.

La duda es si durarán estos espejismos colectivos.

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