José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

4 Ene, 2019

Fanáticos y demagogos

Hay hechos difíciles de explicar sin recurrir a la intervención divina, el único medio conocido para efectuar milagros. ¿De qué otra forma se puede explicar el apoyo del segmento religioso más conservador, el protestantismo evangélico, a la candidatura presidencial de un ser amoral y libertino como Donald Trump?

Éste es el tema de un libro y la subsecuente película titulados La profecía de Trump, que relata la historia de Mark Taylor, un bombero retirado de Florida que tuvo que dejar su oficio al sufrir trastorno de estrés postraumático, ya que recibió un mensaje de Dios, quien le dijo: “estás oyendo la voz del próximo Presidente”, mientras veía a Trump en la televisión.

Lo increíble es que la creencia de la asunción de Trump al poder terrenal no es sólo la del perturbado apagafuegos, sino también del paraguas multidenominacional evangélico que, con el 26.3% de la población, es la fracción religiosa más grande en EU, frente al 22% de católicos y el 16% de protestantes tradicionales.

Los líderes del movimiento evangélico, que por cierto es un negocio fantástico, afirman que Trump es el instrumento divino “para enderezar a un país que iba a la perdición”, cancelando decisiones de la Suprema Corte, como la que legalizó el aborto, mediante el nombramiento de jueces conservadores.

Pero este movimiento no se limita a empujar una agenda de principios devotos, sino que tiene claros propósitos políticos en lo que se ha calificado como el “nacionalismo cristiano”, que preconiza cerrar las fronteras para detener el influjo de paganos y de culturas distintas con tradiciones opuestas a las suyas.

Este pensamiento sustenta que EU se fundó como un país cristiano que debe volver a sus principios, aunque tal creencia se aleja diametralmente de los cimientos que edificaron sus fundadores al separar a la Iglesia del Estado, como reza el contenido de la primera enmienda a la Constitución:

“El Congreso no hará ley alguna respecto al establecimiento de una religión o la prohibición del libre ejercicio de ella”.

Como era de suponer, el nacionalismo cristiano está estrechamente vinculado a múltiples teorías conspirativas, como la de que Barack Obama era kenyano y no ciudadano de EU, o que era musulmán y no cristiano, propuesta por Trump desde hace muchos años, que le empezó a granjear el apoyo de los evangélicos.

Es obvio que cuando se invoca a Dios no sólo como aliado, sino también como creador de Trump, como el instrumento para cumplir la misión divina, sus fanáticos evangélicos no lo van a abandonar por deleznables lacras como su libertinaje, mendacidad, arrogancia, vanidad, racismo, egolatría, codicia y deshonestidad.

Una coalición semejante constituye la base inamovible de fanáticos defensores de López Obrador en México, que él creó y promueve como una cuasi-religión llena de símbolos como el nombre de su movimiento, en velada referencia a la Virgen de Guadalupe o su recurrencia a ceremonias de ritos ancestrales.

Al igual que Trump, AMLO amplió su base de apoyo con un discurso ambiguo, pero nacionalista y adaptado a cada uno de sus diversos públicos, que atrajo a muchos que no encontraban alternativa en ninguno de sus contendientes en la elección presidencial del año pasado, lo que le permitió su insólito triunfo.

Esos votantes sin alternativa ya empezaron a dejar al hoy Presidente por los errores fatales que ha cometido en los seis meses que ha detentado el poder, virtual o real, pero su base sólida de fanáticos seguirá con él, pase lo que pase, mientras se inventan conspiraciones para echarles la culpa de sus fracasos.

¡Una vez más, las similitudes entre estos líderes nacional-populistas es notable!

 

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