José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

3 May, 2019

Salarios y productividad

Hay quienes creen que el voluntarismo se impone a la realidad e imaginan que el mercado laboral se puede manipular con impunidad mediante la intervención del gobierno para fijar mágicamente salarios y ordenar pagos de prestaciones.

Esto es falso, pues mientras más se le cargan a los salarios prestaciones e impuestos, menor incentivo hay para emplear trabajadores, lógica también válida para fijar salarios arriba de su nivel de equilibrio, que resulta de la interacción de oferta y demanda por los servicios de trabajadores en mercados homogéneos que operan razonablemente bien.

Las condiciones del mercado laboral son dinámicas, por lo que los salarios se ajustan hacia arriba al subir la productividad de la mano de obra y la inflación, pero también pueden bajar si la productividad del trabajo cae y/o prevalece una deflación.

En una economía abierta al resto del mundo disminuye aún más la posibilidad de manipular salarios sin atender lo que ocurre con la productividad, pues competir en el ámbito internacional exige remuneraciones competitivas.

La relación comercial externa también depende del tipo de cambio del peso, lo que ha llevado a algunos a exigir que se deprecie para aumentar los salarios sin perder competitividad internacional.

Hoy México tiene un régimen de libre flotación de la moneda que impide manosear la paridad, pero veamos la experiencia de cuando teníamos tipo de cambio fijo.

Entre 1954-76 sólo en tres lapsos crecieron los salarios por encima de la suma del aumento en la productividad laboral y la inflación:

En 1955-56, a resultas del impacto inflacionario de la devaluación de 1954, conforme los precios y salarios recuperaban su nivel de equilibrio.

En 1973-76, cuando las políticas populistas de Luis Echeverría intentaron mejorar por decreto la distribución de la riqueza y se dictaron aumentos salariales muy por encima de los incrementos en la productividad y la inflación. El resultado fue la debacle de 1976.

En 1982, en el umbral de la crisis de la deuda a consecuencia del pésimo manejo económico de José López Portillo (1976-82) cuando se decretó subir por decreto los salarios.

La lección que se extrae de estos pasajes de la historia es que la única forma en que pueden subir los salarios por encima de la inflación de manera perdurable y progresiva es cuando se incrementa la productividad de los trabajadores de manera continua y sistemática.

Ese no es el caso hoy. En los últimos años, el crecimiento en la productividad de la mano de obra ha sido vigoroso en los sectores vinculados al mercado externo, mientras que fue negativo en el resto.

Ello se debe a la lentitud, y ahora retroceso, de las reformas esenciales para elevar su competitividad.

Hoy se pretende, por capricho, que los salarios crezcan mucho más que la inflación y el aumento en la productividad, mientras que el peso se mantiene firme.

Así, no sorprende el estancamiento económico y en la creación de empleo, lo que se ve agravado por expectativas sombrías para la inversión.

 

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