Rodrigo Pérez-Alonso

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Rodrigo Pérez-Alonso

20 Dic, 2023

Normalizar la barbarie


 

En el sexenio de Felipe Calderón, el avispero se sacudió. Un problema, antes controlado centralmente bajo el Estado hegemónico del PRI, fue atacado, pero socializado. El resultado fue un incremento a niveles históricos, hasta ese momento, de desaparecidos, asesinados y crímenes. El trauma fue colectivo. Los siguientes gobiernos prometieron soluciones, incluyendo traer al ejército a los cuarteles. Andrés Manuel López Obrador prometió, además, la irracionalidad de los abrazos, no balazos. El resultado es desastroso.

 

Por más de 30 años, la inseguridad se ha vuelto no sólo una estadística, sino también un tema de seguridad nacional. El narcotráfico, antes controlado por setenta años del PRI estatista y, después ignorado o enfrentado por doce años del PAN empresario, ahora es humanizado por la “izquierda” contradictoria y personalísima de López Obrador.

Las críticas y promesas, de oposición de izquierda, se transformaron en políticas de gobiernos de derecha. Las cifras de desaparecidos, por arte de magia, ahora son modificadas al antojo del emperador sin ropa.

Esta semana nos enteramos de otra masacre de jóvenes, ahora en Salvatierra, Guanajuato. La reacción del Presidente es irrisoria. Como un narciso consumado, su empatía siempre es nula ante crímenes, desastres y dolores ajenos. Perpetuamente es culpa de las víctimas, es mejor esconderse o “ya lo estamos atendiendo”.

El problema es que, mientras el gobierno ignora, tolera y hasta alimenta a los cárteles (especialmente al de Sinaloa), la barbarie es normalizada por la población como un evento más del día.

Estamos ya ante un desastre de seguridad nacional de grandes dimensiones. Más de 154 mil asesinados y 111 mil desaparecidos en el sexenio (aunque el gobierno ahora reconozca sólo al 10% de esa cifra), señalan una gran catástrofe sólo vista en guerras civiles en otros países. Todas las estrategias, desde el sexenio de Ernesto Zedillo hasta el de López Obrador, han sido incrementales del desastre. El problema es estructural y no ha podido ser resuelto.

¿Cuál es la solución? A partir del surgimiento de la idea del empoderamiento único de los derechos, los ciudadanos hemos obligado a que para que existan esos derechos, deben haber forzosamente las obligaciones. Esas obligaciones, cuando no son respetadas, crean un caos incremental que es difícil de parar o controlar (como en nuestro país). Todos nos sentimos con el derecho de hacer sin ninguna consecuencia; desde la pequeña infracción de tránsito hasta asesinar jóvenes, no hay un poder centralizado con suficiente poder  para generar una reacción acorde a esas faltas o crímenes. Las fuerzas políticas y del orden tienen temor a violar los derechos, sin considerar que también existen obligaciones.

Decía Max Weber que el monopolio de la fuerza está en el Estado. El único que debe hacer respetar esas obligaciones es el propio Estado. Sin embargo, en los Estados modernos en América Latina, hemos olvidado ese precepto republicano. Otros Estados modernos reconocen ese balance entre obligaciones y derechos. En Francia, España o Estados Unidos cometer un gran crimen —como un acto terrorista o asesinato colectivo— tiene una respuesta acorde. El respeto al Estado es real.

Por eso, es tiempo de pensar en soluciones fuera de la caja. De lo contrario, seguiremos normalizando la barbarie.

 

 

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