El huracán que se avecina ahora que ganó Trump: una nueva crisis

Si el republicano gana y cumple sus promesas, la economía mexicana sufriría tres grandes golpes
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Si el republicano gana y cumple sus promesas, la economía mexicana sufriría tres grandes golpes. Foto: Getty
Si el republicano gana y cumple sus promesas, la economía mexicana sufriría tres grandes golpes. Foto: Getty

CIUDAD DE MÉXICO.- Ya no queda más tiempo. Hoy el electorado de Estados Unidos no eligió entre una demócrata con alta experiencia en la administración pública y sino a un burdo populista con tintes autoritarios.

Ella, Hillary Clinton, tenía una agenda bastante detallada y promete dar continuidad a las políticas de Barack Obama. Él, Donald Trump, trae un programa más impreciso e incierto, al que se ha llamado “Trumponomics”, un plan con claras inconsistencias en sus líneas generales y que, en caso de aplicarse, provocaría un nuevo cataclismo económico.

Trump ha sabido capitalizar el mal humor de un electorado blanco que siente que pierde su supremacía ante una realidad plural de minorías, y construyó su campaña a partir de dos ideas que afectan directamente a México: uno, que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) está llevándose las fábricas y los empleos a México; y dos, que la entrada masiva de inmigrantes ilegales está quitando puestos de trabajo a los estadunidenses y está deprimiendo los salarios, dado que a abaratan sus horas de trabajo. Su solución, bajo el lema de “America First”, es radical, de carácter proteccionista y aislacionista: por un lado, revisar el TLCAN y, si no hay acuerdo, directamente repudiarlo; y por otro lado, deportar a los millones de inmigrantes sin papeles a sus países y, para evitar que sigan entrando, levantar un muro con México.

Frente a esas políticas, Hillary Clinton proponía mantener la estrategia actual. Pese a que ha escorado su discurso comercial a un cierto proteccionismo y promete ahora revisar algunos puntos del TLCAN, en privado maneja un lenguaje más aperturista, por lo que en caso de llegar a la Casa Blanca posiblemente no sea una de sus prioridades.

Frente al problema de la inmigración, su planteamiento es ofrecer la ciudadanía estadunidense a, cuando menos, cinco millones de inmigrantes sin papeles con parientes regularizados, una política que también ha intentado Barack Obama pero que se ha topado con el bloqueo de un Congreso republicano. Por tanto, de ganar Hillary Clinton, México no se vería demasiado afectado. Era por eso que cada vez que la candidata demócrata abría brecha en las encuestas, el peso mexicano respiraba aliviado. El mundo, con Clinton en la Oficina Oval, discurriría, dentro de sus muchos problemas, por el mismo rumbo por el que marcha en la actualidad.

Distinto es el caso de Trump: con él, la próxima crisis puede estar a la vuelta de la esquina. La incertidumbre se apoderará de los mercados internacionales. La primera pregunta es si realmente estará tan loco como para aplicar su descerebrado programa de gobierno o si sólo se trataba de exabruptos populistas para lograr su objetivo de ser el elegido y, una vez en la silla presidencial, revisar y moderar sus políticas. La segunda es qué sucederá en caso de no rajarse y cumplir a rajatabla con sus promesas. De ser así, Trump podría dinamitar los frágiles pilares de la recuperación mundial y propiciar una nueva recesión global.

Para la economía mexicana, y dado el nivel de integración que ha alcanzado con la estadunidense, el impacto sería, en palabras del gobernador de Banco de México, Agustín Carstens, tan devastador como un huracán, razón por la que asegura que ya está preparando un plan de contingencia en caso de victoria del candidato republicano.

Efectos sobre méxico

Así es, si Trump cumple sus promesas, la economía mexicana puede sufrir tres impactos negativos importantes: uno, puede perder muchos empleos, sobre todo en la manufactura, provocando una crisis del mercado laboral que se vería agravada por el regreso de inmigrantes deportados; dos, su economía entraría en recesión (como posiblemente lo haría la estadunidense); y tres, México perdería muchas divisas provenientes de tres fuentes: por exportaciones de bienes, por remesas familiares y por inversión extranjera directa (IED).

Ese previsible y fuerte deterioro del sector externo es, precisamente, lo que hecho al peso tan sensible a una hipotética victoria de Trump. El comercio entre México y Estados Unidos fue de 533,000 millones de dólares (mdd) en 2015, lo que contrasta con un monto de algo más de 81,000 mdd en 1993, antes de la entrada en vigor del TLCAN. México exportó a Estados Unidos 296,000 mdd en el 2015, 81% del total de las exportaciones, en tanto adquirió 236,000 mdd de su vecino del norte, lo que arroja un superávit a favor de México de algo más de en torno a 60,000 mdd. Nada mal.

Ahora bien, más allá de productos finales, lo que intercambian México y Estados Unidos son productos intermedios, insumos necesarios para el proceso productivo, inputs que para producir, por ejemplo, un auto, atraviesan varias veces la frontera. El 45% de las exportaciones totales de México son bienes de uso intermedio. Por tanto, México, más que un rival es un socio, y cambiar el TLCAN puede significar, directamente, para las fábricas a un lado y otro del Río Bravo.

A la pérdida de divisas por exportaciones y el posible deterioro del déficit comercial, hay que añadir el riesgo de que Trump quiera sacar tajada al jugoso dinero que entra a México por remesas. El maquiavélico candidato ya ha planteado alguna vez el chantaje: o México paga por el muro, o está dispuesto a retener los cerca de 25,000 mdd que entran a México por remesas al año, actualmente la principal fuente de ingresos corrientes de México y un monto que representa en torno a un 2.2% del PIB. La otra alternativa es gravar el envío de dinero a México para financiar su muro. Sea como sea, perder esos ingresos tendría dos consecuencias negativas: uno, deterioraría al consumo privado, actual motor del crecimiento económico. La vitalidad del gasto privado se debe en buena medida a los ingresos que reciben las familias mexicanas por remesas, cuyo valor en pesos se ha magnificado con la depreciación del peso; y dos, la caída de los ingresos por remesas propiciaría, junto con el deterioro comercial, un sustancial aumento del déficit corriente.

Lo peor es que el financiamiento del déficit externo también se complicaría: si Trump desincentiva que las empresas estadounidenses instalen sus fábricas en México, la IED sufriría una importante merma. La IED, en el 2015, ascendió a 32,056 mdd, un monto equivalente al déficit corriente. En un contexto de deterioro del déficit corriente, la caída de la IED complicaría la entrada los dólares necesarios para poder realizar los pagos externos.

La escasez de dólares en relación a la demanda propiciaría un encarecimiento de la divisa americana (o una depreciación del peso mexicano) y a Banxico no le quedaría de otra que suministrar más dólares al mercado a través de las reservas, algo insostenible, o elevar las tasas de interés para atraer más dólares, financiar el déficit externo y contener el debilitamiento de la moneda mexicana.

Las mayores tasas de interés, con su impacto negativo en el consumo e inversión, junto con la caída de las exportaciones, el menor gasto privado por remesas y la caída de la IED son los ingredientes de la tormenta perfecta que vaticina Carstens en caso de que Trump gane. La recesión está servida.

Por tanto, en estas elecciones se presentan dos ideas antagónicas: frente al americanismo de Trump el globalismo de Hillary, frente a un nacionalismo de hegemonía blanca un Estados Unidos plural, frente al “America First” el “Stronger Together”. Y México y Estados Unidos, sin duda, juntos son mucho más fuertes.

*livm

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