Megaobras vs proyectos de microescala

Hablemos de lo más grande que hemos construido los mexicanos y motivo por el cual creemos que todo es posible. 

 

Hablemos de la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), área conurbada conformada por el Distrito Federal, 59 municipios que pertenecen al Estado de México y uno al estado de Hidalgo. Aquí, donde las paradojas encuentran su nido. Donde en los últimos años se ha apostado a la construcción de enormes obras de infraestructura con beneficios para unos cuantos y donde nuestro panorama se acota a seis años. Aquí donde lo grandote es lo que deja. 

 

La ZMVM es la segunda aglomeración humana más poblada del mundo, que se ha construido y sobre todo autoconstruido a gran velocidad en los últimos 30 años. 

 

Se dice que la ciudad es un elemento vivo, reflejo insobornable de la sociedad que la habita. En ese caso ¿Qué es lo que expresa nuestra enorme ciudad? ¿Es grande porque somos grandiosos?

 

En teoría, los gobiernos estatales y municipales tienen la facultad y obligación de gestionar y decidir los proyectos de desarrollo urbano que se llevarán a cabo en la megalópolis. El problema radica en que estas decisiones se toman en su inmensa mayoría de acuerdo a intereses políticos, muy por encima de las verdaderas necesidades de la población. 

 

La ZMVM carece de Planes de Desarrollo Urbano coherentes e integrales, y se ha apostado a la construcción de enormes proyectos de limitada visión, que sirven principalmente como propaganda política.

 

Significan en su mayoría parches ante problemáticas que deben ser atendidas de raíz, y pareciera que la megaescala es la única forma de resolverlas. Para una gran ciudad, grandes proyectos de grandes ganancias.

 

En 2008 por ejemplo, se anunció la construcción del Túnel Emisor Oriente (TEO), la obra de drenaje más grande del mundo con un costo que supera los 32,000 millones de pesos. Única en su tipo, esta mega obra promete poner fin al problema de las inundaciones en el Valle de México. Con 62km de longitud atraviesa el Estado de México y culmina en la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales en Atotonilco, Hidalgo, por cierto, la más grande del mundo. 

 

No por ser “grandotas” son eficientes y mucho menos congruentes. Seguir sacando el agua de la ciudad es continuar con la paradoja inundación-escases que sufrimos cada año. ¿Acaso no tiene sentido que desde el Reglamento de Construcción y políticas gubernamentales se fomente que cada vivienda cuente con un sistema de almacenamiento, tratamiento y reutilización de aguas? 

 

 

Con ello quedaría obsoleto el Sistema Cutzamala, una de las obras de ingeniería más grandes y costosas del mundo que almacena, conduce y bombea agua a 1,100 metros de altura desde el Estado de Michoacán a la Ciudad de México. Este sistema aporta gran parte del costo diario de agua para abastecer la ZMVM, de casi 23 millones de pesos, muy superior al de entidades con equilibrio entre recarga y explotación de acuíferos locales.

 

Sin duda, el costo económico, ambiental, social y energético de estas mega obras son proporcionales a su dimensión, intereses y aspiraciones políticas de quienes las conciben. 

 

Ejemplo de ello es la notable desigualdad de la población con acceso a agua potable, así como dotación, calidad y frecuencia de la misma. El consumo promedio en el Distrito Federal es de 364 litros por habitante al día, mientras que en el Estado de México de 270 litros por habitante al diá, con un rango de dotación diferenciado de 600 litros por habitante al día en colonias de altos ingresos a 20 litros por habitante al día en asentamientos irregulares y precarios, principalmente periféricos. 

 

El 5% de la población (960,000 habitantes) dentro de la ZMVM no cuentan con acceso de agua potable y sólo el 68.8% de las viviendas reciben agua diariamente y durante todo el día. Paradójicamente, los mayores porcentajes de viviendas sin agua entubada se encuentran en los municipios localizados al nororiente de Texcoco, muy cercanos al tubo de drenaje más grande el mundo (TEO).

 

Algo que verdaderamente preocupa, además de la escala, es la incongruencia de los megaproyectos. Si existe un déficit de 50,000 viviendas, se opta por construir enormes conjuntos habitacionales en la periferia de la ciudad (“donde caben y se pueden pagar”) y con ello se cubre el número. Lo demás está demás. Ante el problema de tráfico se construyen enormes distribuidores viales para fomentar más el uso del automóvil y beneficiar exclusivamente a un 20% de la población. 

 

Si la Ciudad de México se quedó sin relleno sanitario se busca uno de mayores dimensiones, en vez de pensar en pequeñas acciones que se apliquen desde la industria y vivienda para tirar menos y reciclar más.

 

 

Las pequeñas acciones multiplicadas son mucho más eficientes que enormes, incongruentes y costosas obras. La diferencia radica en que en una se cuantifican enormes ganancias económicas y políticas al instante, mientras que en la otra esto se complica. 

 

Si bien, las megaobras actúan como parches paleativos, se deben pensar las repercusiones urbanas, sociales y económicas que dejarán huella en nuestra ciudad en los próximos 20 años.

 

Aterricemos la escala. Nuestra ciudad es enorme porque en ella caben todas las clases sociales, realidades, problemáticas e intereses. Construyamos (o destruyamos) bajo el principio de la variedad, y demos apertura a aquella escala que ha sido renegada y que tiene un potencial enorme: la microescala. Las grandes problemáticas de una metrópoli pueden resolverse desde el hogar, pues no siempre lo grandote es lo grandioso.

 

kgb