Millennials socialistas: Esto es lo que esperan de la economía

Después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, parecía que había terminado la competencia ideológica del siglo XX
Economía -
Millennials socialistas: Esto es lo que esperan de la economía. Foto: Pixabay
Millennials socialistas: Esto es lo que esperan de la economía. Foto: Pixabay

CIUDAD DE MÉXICO.- Después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, parecía que había terminado la competencia ideológica del siglo XX. El capitalismo había ganado y el socialismo se convirtió en sinónimo de fracaso económico y opresión política. Se tambaleó en las reuniones paralelas, los estados fallidos y la redundante liturgia del Partido Comunista chino.

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Actualmente, después de 30 años, el socialismo vuelve a estar de moda. En Estados Unidos, Alexandria Ocasio-Cortez, una congresista recién elegida, quien se autodenomina socialista demócrata, se ha convertido en una sensación incluso cuando el sector cada vez más amplio de los candidatos demócratas a la presidencia para 2020 ha dado un giro a la izquierda.

En el Reino Unido, Jeremy Corbyn, el dirigente de línea dura del Partido Laborista, todavía podría llegar a ser primer ministro.

El socialismo está asaltando de nuevo porque ha formulado una crítica incisiva acerca de lo que ha salido mal en las sociedades occidentales. Mientras que los políticos de derecha con demasiada frecuencia han renunciado al debate de ideas y se han replegado hacia el chovinismo y la nostalgia, la izquierda se ha concentrado en la desigualdad, el medioambiente y cómo otorgar poder a los ciudadanos en vez de a las élites.

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Sin embargo, a pesar de que la izquierda restaurada hace bien algunas cosas, su pesimismo sobre el mundo moderno llega demasiado lejos. Sus políticas adolecen de ingenuidad acerca de los presupuestos, las burocracias y las empresas.

Es notable la vitalidad renovada del socialismo. En la década de 1990, los partidos con tendencias izquierdistas se movieron hacia el centro. Los dirigentes del Reino Unido y de Estados Unidos afirmaron haber encontrado una “tercera vía”, una adaptación entre el Estado y el mercado. “Este es mi socialismo”, declaró Blair en 1994 al eliminar el compromiso del Partido Laborista de que el Estado manejara las empresas. No engañaron a nadie, en especial a los no socialistas.

Hoy en día, la izquierda ve la tercera vía como un callejón sin salida. Muchos de los nuevos socialistas son millennials. Según Gallup, aproximadamente el 51 por ciento de los estadounidenses entre 18 y 29 años tiene una opinión positiva acerca del socialismo. En las elecciones primarias de 2016, más gente joven votó por Bernie Sanders que por Hillary Clinton y Donald Trump juntos.

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Casi una tercera parte de los votantes franceses de menos de 24 años votaron por el candidato de extrema izquierda en las elecciones presidenciales. Sin embargo, los millennials socialistas no tienen que ser jóvenes. Muchos de los partidarios más fervientes de Corbyn tienen su edad.

No todos los objetivos de los millennials socialistas son radicales. En Estados Unidos, una de sus políticas es la atención médica universal, la cual es normal y deseable en todos los demás lugares del mundo desarrollado. Los radicales de izquierda señalan que desean conservar las ventajas de la economía de mercado. Además, tanto en Estados Unidos como en Europa, la izquierda es una coalición amplia y variable, como normalmente lo son los movimientos con una ebullición de ideas.

No obstante, hay temas comunes. Los millennials socialistas piensan que la desigualdad se ha salido de control y que la economía es manipulada en favor de intereses creados. Creen que la sociedad anhela que el Estado redistribuya el ingreso y el poder a fin de equilibrar la balanza.

Consideran que la miopía y el cabildeo han llevado a los gobiernos a ignorar la probabilidad cada vez mayor de una catástrofe climática. También creen que las jerarquías que gobiernan a la sociedad y a la economía —reguladores, burocracias y empresas— ya no responden a los intereses de la gente común y deben “democratizarse”.

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Algo de esto es incuestionable, incluyendo la lacra del cabildeo y el descuido al medioambiente. La desigualdad en Occidente de verdad ha aumentado en los últimos 40 años.

En Estados Unidos, ha aumentado en un 242 por ciento el ingreso promedio del uno por ciento que conforma la gente más pudiente, cerca de seis veces más que el aumento que ha tenido para la gente de ingresos medios. Pero también están mal algunas partes del diagnóstico de la nueva, nueva izquierda, así como la mayoría de sus propuestas.

Empecemos con el diagnóstico. Está mal pensar que la desigualdad debe seguir aumentando irremediablemente. La desigualdad en los ingresos de los estadounidenses cayó entre 2005 y 2015, después del ajuste por impuestos y transferencias. El ingreso familiar promedio creció en un diez por ciento en términos reales en los tres años anteriores a 2017.

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Algo que se repite mucho es que los empleos son inestables. Pero en 2017 había 97 empleados tradicionales de tiempo completo por cada 100 estadounidenses de entre 25 y 54 años de edad, en comparación con solo 89 en 2005. El principal origen de esa inestabilidad no es la falta de empleos estables, sino el riesgo económico de otra recesión.

Los millennials socialistas también diagnostican mal a la opinión pública. Tienen razón en que la gente siente que ha perdido el control de su vida y que las oportunidades se han desvanecido. A la sociedad también le molesta la desigualdad. Es más aceptado que haya impuestos para los ricos que para todos. Sin embargo, no existe un deseo generalizado de una redistribución radical. El respaldo a la redistribución por parte de los estadounidenses no es más alto de lo que era en 1990, y el país recientemente eligió como presidente a un multimillonario que prometió recortes fiscales a las empresas. En algunos aspectos, los británicos están más relajados que los estadounidenses acerca de la gente adinerada.

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Si el diagnóstico de la izquierda es demasiado pesimista, el verdadero problema radica en sus propuestas, las cuales son derrochadoras y peligrosas en términos políticos. Por ejemplo, la política fiscal. Algunos izquierdistas venden el mito de que se pueden pagar grandes ampliaciones de los servicios gubernamentales principalmente con mayores imposiciones fiscales para los ricos. En realidad, conforme las poblaciones envejecen sería difícil conservar los servicios existentes sin aumentar los impuestos a las personas de ingresos medios.

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Ocasio-Cortez ha planteado una tasa fiscal del 70 por ciento para los ingresos más altos, pero un cálculo razonable coloca el ingreso adicional en solo 12.000 millones de dólares, o el 0,3 por ciento de la recaudación fiscal total. Algunos radicales van más allá y apoyan la “teoría monetaria moderna”, que dice que los gobiernos pueden pedir préstamos libremente para financiar nuevos gastos mientras mantienen bajas las tasas de interés. Incluso si los gobiernos recientemente han podido pedir más préstamos de los que esperaban muchos legisladores, la idea de que los préstamos ilimitados no terminen por pasar factura a la economía es una especie de charlatanería.

La necesidad de democratizar se extiende a las empresas. Los millennials de izquierda quieren que haya más trabajadores en los consejos y, en el caso del Partido Laborista, desean obtener acciones de empresas y dárselas a los trabajadores. En países como Alemania, tradicionalmente los empleados tienen una participación.

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Sin embargo, la necesidad de los socialistas de tener un mayor control de las empresas tiene su origen en la desconfianza hacia las fuerzas remotas desatadas por la globalización. Empoderar a los trabajadores para resistir el cambio anquilosaría la economía. Un menor dinamismo es lo contrario de lo que se necesita para el resurgimiento de las oportunidades económicas.

En vez de proteger a las empresas y a los empleos del cambio, el Estado debe garantizar que los mercados sean eficientes y que los trabajadores, no los empleos, sean la prioridad de las políticas. En lugar de obsesionarse con la redistribución, sería mejor que los gobiernos redujeran la búsqueda de rentas, mejoraran la educación e impulsaran la competencia. Se puede combatir el cambio climático con una mezcla de instrumentos de mercado e inversión pública.

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Resulta estimulante que el socialismo de los millennials esté dispuesto a desafiar el orden establecido. Pero al igual que el viejo socialismo, padece de una fe en la incorruptibilidad de las acciones colectivas y de una desconfianza injustificada hacia el entusiasmo individual. Los liberales deben rechazarlo.

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