Paul Lara

Cyberpunks

Paul Lara

26 Feb, 2024

05:29:45, aún hay tiempo

Fueron 15 segundos antes de las 5:30 de la mañana. La fecha: 16 de julio de 1945. La prueba: un área del desierto de Nuevo México. La Jornada del Muerto, se le denominó. Un nuevo sol apareció en el horizonte y se elevó rápidamente hacia el cielo. Fue la prueba de la bomba atómica. No fue sólo una nueva arma de destrucción masiva, sino el inicio de una nueva era que marcó el mundo.

Hoy nuevamente estamos a la vanguardia del progreso tecnológico, y es crucial establecer paralelismos entre los momentos decisivos de la historia y el desarrollo continuo de la Inteligencia Artificial (IA) sin regulaciones, sin ética, sin entender lo que se está creando. Y no se dejen engañar con la IA Generativa, ésa que está de moda, sólo es una pequeña parte de lo que construyen las empresas por negocio. El desarrollo potencial de lo que podría llegar algún día a ser la IA está en manos de unos pocos, desarrollándose por expertos y gobiernos.

Para cualquiera que haya ido a ver la película Oppenheimer, habrá hecho algunas comparaciones directas, pero veamos y comprendamos el mensaje. Utilizar el poder del átomo dio lugar rápidamente a una carrera para crear la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, lo que condujo a profundos dilemas éticos en pro de “terminar y no volver a tener una guerra si se demostraba quién tenía el poder”.

Ahora, en la era de la IA, nos enfrentamos a desafíos y riesgos similares. La creación de la bomba atómica, encabezada por J. Robert Oppenheimer y su equipo, fue un acontecimiento fundamental durante la Segunda Guerra Mundial. Ese esfuerzo científico permitió vislumbrar el inmenso poder y el peligro potencial de desatar las fuerzas de la energía nuclear. La comprensión de las capacidades destructivas de la bomba afectó profundamente a Oppenheimer, quien citó el Bhagavad Gita diciendo: “Me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”.

Y aunque, como sucede en la película, le aseguran que las devastadoras consecuencias de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki no fueron su decisión, tiene manchadas las manos de sangre. Albert Einstein fue otro arrepentido de su descubrimiento. La comunidad científica y la sociedad en general reconocieron la necesidad apremiante de supervisión y control de esa tecnología. Esta comprensión dio lugar a tratados de control de armas y a un compromiso global para prevenir la proliferación de armas nucleares, aunque eso costó miles de vidas.

Hoy nos encontramos en otra encrucijada tecnológica con el surgimiento de la IA sin supervisión ni regulación. Al igual que la bomba atómica, la IA tiene un inmenso potencial para revolucionar las industrias, mejorar nuestras vidas y abordar desafíos globales críticos. Sin embargo, también plantea nuevos dilemas éticos y riesgos potenciales. Y aunque es muy complicado lograr que una máquina sea realmente inteligente, como se plantea en el concepto inicial de Inteligencia Artificial, puede que algún día se consiga.

La IA actual, que es un machine learning que automatiza procesos y acelera respuestas, se está integrando en varios sectores, desde la atención sanitaria y las finanzas hasta el transporte y la defensa, lo que promete avances sin precedentes. Pero, al igual que Oppenheimer, los desarrolladores y expertos en IA son cada vez más conscientes de las posibles consecuencias de sus creaciones.

No es necesario ir muy lejos para ver los riesgos que conlleva el descontrol de la IA y eludir una herramienta que podría usarse para siempre y convertirse en una que podría ser extremadamente destructiva. Así como el mundo buscó regular la tecnología nuclear después de presenciar su impacto devastador, debemos abordar de manera proactiva los desafíos éticos que plantea la IA. Su desarrollo debe guiarse por principios de transparencia, equidad, rendición de cuentas y responsabilidad. La regulación desempeña un papel fundamental. La historia nos ha enseñado que los avances tecnológicos pueden ser un arma de doble filo.

La bomba atómica sigue siendo un recordatorio de la necesidad de consideraciones éticas y marcos regulatorios en tiempos de innovación transformadora. A medida que nos adentramos más en el ámbito de la IA, prestemos atención a las lecciones del pasado y unámonos para dar forma a un futuro en el que la IA sirva como una fuerza para el bien.

Sólo entonces podremos aprovechar plenamente el potencial de esta tecnología transformadora sin poner en riesgo la seguridad y el bienestar de la sociedad en su conjunto. Aún estamos a tiempo.

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