¿Quieres trabajar en EU?, estás en desventaja si no tienes carrera

CIUDAD DE MÉXICO.- El auge económico envejecido de Estados Unidos aún puede producir sorpresas agradables. En diciembre, las empresas agregaron una cifra impactante de 312 mil nuevos empleos, informó el 4 de enero la Oficina de Estadísticas Laborales, y aumentaron los sueldos al paso más veloz en años.

Para la tercera parte de los estadounidenses sin ningún tipo de educación universitaria y en edad de trabajar, ese tipo de rachas de rápido crecimiento de ingresos ha sido cada vez más extraño, no solo desde la crisis financiera, sino en el pasado medio siglo. No obstante, sin importar qué tanto dure esta expansión, sus perspectivas económicas aún tienen un aspecto sombrío.

Las desgracias de los olvidados fueron un tema recurrente en la reunión de la Asociación Estadounidense de Economía que se celebró este año en Atlanta, una de las convocatorias anuales de economistas más grandes.

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David Autor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés) ofreció la caracterización más incisiva, con base en una investigación próxima a publicarse que escribió con Juliette Fournier, también del MIT. Los ingresos de los trabajadores sin educación universitaria han aumentado muy poco en 50 años, después de ajustarlos a la inflación; para los hombres han caído.

Este estancamiento ha coincidido con los cambios mayúsculos en los empleos estadounidenses. La proporción de los trabajos que requieren mucha capacitación o muy poca ha crecido desde 1970. Una gran parte de los trabajos en producción y en oficinas que requieren una capacitación moderada, los cuales en algún momento emplearon a una inmensa cantidad de trabajadores sin títulos universitarios, ha desaparecido, ya sea por haberse enviado al extranjero o porque ahora se encomienda a robots y computadoras.

La adversidad resultante ha estado relacionada con un aumento de la mortalidad en algunas partes de Estados Unidos y con el giro hacia el nacionalismo furioso que sirvió para que Donald Trump llegara a la Casa Blanca.

Encontrar la solución para todos aquellos que quedaron rezagados por el progreso económico se está convirtiendo en una obsesión para los especialistas en políticas. Autor y Fournier brindan un contexto nuevo e importante. En la década de 1950 casi no había relación entre la densidad poblacional de un lugar y cuántos residentes tenían títulos universitarios. Esto ha cambiado por completo: en la actualidad, la proporción de la población en edad de trabajar que cuenta con un título universitario es veinte puntos porcentuales más alta en las zonas urbanas que en las rurales.

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En 1970, esa brecha era de tan solo cinco puntos porcentuales. Hace varias décadas, los trabajos semicalificados se apiñaban en las grandes ciudades, mientras que los no calificados eran más prevalentes en el campo. Ya no es así: es más probable que esos trabajos semicalificados que quedan se encuentren en zonas rurales que en las urbanas.

Al mismo tiempo que el patrón geográfico del trabajo ha cambiado, también lo ha hecho el de los sueldos. Desde hace tiempo, los economistas han reconocido la existencia de una prima en el salario urbano: los trabajadores de lugares con una mayor densidad poblacional ganan más, en parte porque, para empezar, la acumulación de habitantes genera beneficios de productividad que nutren el crecimiento urbano. Esta prima en el salario solía darse en toda la gama de empleos. En 1970, los trabajadores sin educación universitaria podían esperar un estímulo a sus ingresos cuando se mudaban a una gran ciudad, al igual que los trabajadores con una mejor educación. Desde entonces, la ventaja salarial urbana para los trabajadores con mejor educación se ha vuelto más pronunciada, mientras que la de los trabajadores con menor educación casi ha desaparecido.

Los economistas que buscan explicar por qué los estadounidenses más pobres no se mueven para encontrar mejores oportunidades deberían tomar nota, reflexionó Autor en su ponencia. En general, las explicaciones para la disminución de la movilidad en Estados Unidos se centran en los obstáculos para migrar: vivienda urbana cara, licencias ocupacionales específicas para el lugar, beneficios gubernamentales distintos, etc. Sin duda, estos aspectos tienen un peso, pero quizá no sean toda la historia. A menudo, la gente se queda donde tiene las mejores perspectivas económicas.

Esto se ve con mayor claridad entre las personas adineradas. En el último medio siglo, los adultos jóvenes se mudaban de lugares menos poblados a sitios más poblados, por lo regular para asistir a la universidad. Una vez que se convertían en personas de mediana edad tendían a mudarse a lugares suburbanos o rurales. Esto ha dejado de ser tan común. La disminución de la movilidad parece reflejar, en parte, el hecho de que la gente que se muda a las grandes ciudades tiende a quedarse ahí porque hay mejores salarios, mejores servicios e índices de criminalidad más bajos que antes.

Sin embargo, para los trabajadores sin educación universitaria, mudarse a ciudades grandes tal vez no ofrezca beneficio alguno, para empezar. Si se construyeran viviendas más asequibles en esas ciudades, se podrían establecer más personas. No obstante, el colapso de la prima salarial urbana para los trabajadores con menor educación significa que lo más probable es que esas viviendas adicionales atraigan principalmente a más graduados de la universidad.

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Por ahora, el progreso tecnológico está reforzando estas tendencias. Cuando una cantidad suficiente de personas a las que funcionarios de la Oficina del Censo les piden que nombren sus carreras responden con una ocupación que no se había registrado previamente (como programador o barista), los funcionarios introducen una nueva categoría ocupacional. Al analizar las incorporaciones recientes, Autor y Anna Salomons, de la Universidad de Utrecht, se dieron cuenta de que los nuevos tipos de trabajo caían en tres categorías amplias: el trabajo de frontera, el cual está muy asociado con las nuevas tecnologías; el trabajo relacionado con la riqueza, el cual se encarga de satisfacer las necesidades de los profesionales adinerados, y los “trabajos de última milla”, a los cuales Autor cataloga como los que quedan cuando se ha automatizado la mayor parte de una tarea.

Esto incluye servicios de entrega de paquetes, recoger paquetes en los almacenes de Amazon y rastrear las publicaciones en redes sociales en busca de contenido ofensivo.

La mayoría de los trabajos en las primeras dos de estas categorías están ubicados en ciudades, disponibles principalmente para quienes cuentan con títulos universitarios y tienen sueldos decentes (en particular, el trabajo de frontera es muy lucrativo).

Los empleos en trabajos de última milla los ocupan en su gran mayoría personas que no tienen educación universitaria. Son mejores que nada, pero por poco. Tanto los salarios como la calidad de esos trabajos suelen ser bajos, lo cual es normal, pues es poco probable que no caigan pronto en la marea creciente de la automatización.

Tal vez el pasado no sirva de prólogo. Algunos futuristas, entre ellos Daniel Susskind de la Universidad de Oxford, sugieren que con el tiempo la inteligencia artificial podría desplazar a profesionales altamente capacitados, del mismo modo en que las primeras innovaciones han dejado fuera de la jugada a otros.

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Esto tal vez no ayude a los trabajadores rezagados, pero reduciría la desigualdad (aunque nivelándola hacia abajo, no hacia arriba) y el costo de servicios cruciales. Mientras tanto, como dijo Autor, no hay una tierra de oportunidades para los trabajadores sin educación universitaria. Es una situación deprimente y una que los miles de economistas en Atlanta están apenas empezando a exponer.