Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

9 Abr, 2012

Fab Four

Paradojas de la vida: Jim Marshall, creador de los más portentosos ruidos contemporáneos, murió el pasado jueves, a los 88 años, de manera discreta, callada, en una casa para enfermos terminales de su natal Londres.

Es poco probable que algún fanático del rock registre siquiera su nombre. Baterista de vocación, no formó parte de ninguna gran banda, aun cuando a su nombre se le asocia con leyendas como Pete Townshend, Jimmy Hendrix, Eric Clapton y Jimmy Page. Pese a ser un auténtico Guitar Hero, la noticia de su desaparición pasó casi inadvertida en medio del asueto de Semana Santa.

A diferencia de los ídolos que ganan su pase a la historia destruyendo instrumentos en el escenario, Jim Marshall escribió su nombre en el verdadero salón de la fama de la inmortalidad como inventor y empresario, al desarrollar los poderosos amplificadores que volvieron pesado el sonido del rock. Los altavoces que llevan su nombre son, desde los años sesenta, presencia indispensable en conciertos masivos y en garages que vieron nacer y morir a miles de grupos.

Nacido en 1923, Marshall ganó fama como dueño de una tienda de instrumentos musicales en Londres, donde comenzó a desarrollar su propia marca de bocinas, con el apoyo de ingenieros y estudiantes. Uno de ellos, Dudley Craven, contribuyó a crear el prototipo que le sugirió Townshend, cliente distinguido del establecimiento y líder de la banda The Who que estaba en la búsqueda de un sonido cada vez más grande y vigoroso. Tras cinco intentos no necesariamente fallidos, surgió el modelo de 100 vatios que dio origen a la empresa Marshall Amplification en 1962. Esta historia, recogida en parte por William Saunders en su libro Jimi Hendrix London, marca un antes y un después en el género musical más popular en el último medio siglo.

Y es que el rock y todos sus derivados son herencia de una tradición paralela a la de los compositores y cantantes que arrancan alaridos de sus groupies. Sin tanta espectacularidad, casi en el anonimato, decenas de ingenieros con almas de geeks consumieron su energía en el diseño de instrumentos y altavoces que tenían la misión de generar mayor potencia con la menor cantidad de distorsión. El arte de aumentar decibeles con el menor sacrificio de armonía posible. La electromagnética al servicio de la música.

Otra paradoja es que, siendo Marshall instructor de batería —lo que le permitió conocer a celebridades de su época—, su invención está ligada al sonido de la guitarra, que se tornó ruda, estridente, chillona, capaz de generar una explosión en un requinto. Por ello, no extraña que en el comunicado emitido con motivo del fallecimiento de su fundador, Marshall Amplification recuerda a Jim como parte de un cuarteto de genios que revolucionaron el sonido desde la ingeniería, algo así como Los Beatles de la tecnología musical.

Las otras tres piedras angulares de esta historia son Leo Fender, Les Paul y Seth Lover. Curiosamente, todos fueron bendecidos con el don de la longevidad. Fender, californiano fallecido a los 81 años, diseñó guitarras eléctricas, bajos y altavoces que fueron inspiración para el propio Marshall; Les Paul, célebre jazzista nacido en Waukesha, Wisconsin, dedicó la mayor parte de sus 94 años a la creación musical, tanto en melodías como en el diseño de una guitarra eléctrica de cuerpo macizo en la lejana década de los años cuarenta.

A estos dos modernos luthiers se suma Lover, ingeniero oriundo de Michigan cuya principal aportación fue un tipo especial de pastilla para guitarra eléctrica llamado humbucker. Fallecido a los 87 años, sus trabajos en materia de electromagnética, a mediados de los años cincuenta, lograron crear un mecanismo a base de imanes y cobre que dio origen a un sonido limpio, cargado de energía, componente esencial del ritmo que gobernó los ritmos cardiacos de generaciones posteriores.

Con Marshall se fue el último de los dinosaurios de la historia musical que precedió a la hegemonía del sonido electrónico y digital. Su desaparición anticipa una última paradoja, la de un adiós con un minuto de silencio tan elocuente y poderoso como el estruendo más ensordecedor.

marco.gonsen@nuevoexcelsior.com.mx