Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

21 May, 2012

Robotina

William Hanna y Joseph Barbera pasaron a la historia de la cultura pop por haber encabezado uno de los estudios de animación más prolíficos de la televisión estadunidense, gracias a que introdujeron un modelo de producción industrial a finales de los años 50, con un estilo de dibujo básico, que permitió crear series expresamente pensadas para la pantalla chica, de tal forma que ya no se tuviera que recurrir a la reprogramación de los viejos cortos artesanales de la Warner Bros. y Disney, realizados totalmente con técnica cinematográfica.

Este único mérito debiera servir para inscribir el nombre de ambos realizadores como modelos de innovación tecnológica aplicada al entretenimiento. No cabe un elogio similar en cuanto a la calidad de los argumentos o de su presentación gráfica. La producción en masa de decenas de series, la gran mayoría con un número limitado de capítulos —como en el sobadísimo caso de Don Gato, que sólo tuvo 30— hizo que, salvo excepciones, muy pocas de ellas quedaran en la memoria colectiva y tuvieran el honor de ser retransmitidas casi de por vida en canales como Cartoon Network y Boomerang.

Un ejemplo es The Jetsons (Los Supersónicos), que en septiembre próximo cumplirá 50 años de haber iniciado transmisiones en la cadena ABC y que claramente pretendía ser la versión futurista de The Flintstones (Los Picapiedra), el mayor éxito que tuvo Hanna-Barbera. En ambos casos, los críticos de la época cuestionaron la visión edulcorada del estilo de vida americano, completamente improbable, por supuesto, en la época de las cavernas protagonizada por Pedro y Vilma.

Pero en el caso de Los Supersónicos ocurre un detalle curioso: el argumento de la serie proponía, en forma humorística, imaginar cómo sería la vida cotidiana, completamente dependiente de la tecnología, un siglo después respecto de su estreno, es decir, en el año 2062. A 50 años de que esa suerte de profecía se cumpla, es obvio que algunas costumbres de sus personajes (como viajar en platillos voladores) difícilmente se materializarán en las próximas cinco décadas.

En otras, sin embargo, el progreso humano ha superado la previsión: las computadoras ya no son esos armatostes enormes llenos de botones luminosos; ciertamente se ha impuesto un modelo mucho más minimalista. Y en lo que parece haber un 50/50 es en la cristalización de ese personaje entrañable que en la versión sajona se llamaba Rosey, pero que todos en español conocimos como Robotina.

Rosey representa un anhelo básico aún no resuelto: la creación de un autómata que se encargue de las tediosas tareas domésticas, sobre todo de la limpieza. De hecho, la connotación laboral está en el origen mismo de la palabra checa “robota”, y que fue acuñada en 1920 por el dramaturgo Karel Capek para su obra teatral R.U.R (Robots Universales de Rossum).

Recreaciones de Robotina ha habido ya varias. Hace 10 años nació Roomba, aspiradora comercializada por la firma iRobot. El más reciente intento fue dado a conocer a principios de mayo por la compañía japonesa Sharp y se llama Cocorobo. No usa mandil ni tiene perillas que simulan ser ojos, pero posee algunas virtudes prácticas. Es una aspiradora que habla y “entiende” frases en varios idiomas, entre ellos inglés y japonés.

Cocorobo está dotado de un sistema de inteligencia artificial, que por su nombre bien debiera llamarse de inteligencia emocional: Kokoro Engine (Motor Corazón), el cual reacciona según las condiciones de limpieza del hogar y cuenta con un mecanismo de detección de ultrasonidos que le facilita moverse en el hogar, esquivando cualquier tipo de obstáculos que se le presenten. Tiene cámara y conexión inalámbrica a internet, lo cual lo convierte, según sus creadores, en una excelente opción para vigilar la casa cuando no haya nadie. Además puede aprender vocabulario si se alimenta con una USB. Sólo le falta saber cocinar.

De momento, el mercado al que se dirige este moderno esclavo —disponible en países asiáticos a partir de junio— es el de personas solas o con horarios extremos de trabajo, o bien ancianos, quienes podrían ahorrarse el servicio doméstico por un modesto pago equivalente a mil 650 dólares. De popularizarse, quizá no necesiten pasar 50 años para que Robotina deje de prestar sus servicios en el mundo de la utopía.

marco.gonsen@gimm.com.mx