Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

20 Ago, 2012

Borregos

En los primeros minutos del pasado martes 14 circularon viralmente en Twitter fotos y videos del incendio que ocurría en esos momentos en instalaciones de una refinería de Ciudad Madero, captadas por habitantes de aquella urbe tamaulipeca.

En las imágenes —en su gran mayoría de escasa calidad técnica, al haber sido tomadas de noche con teléfono celular— podían verse columnas de fuego que hacían presumir un percance de gran magnitud.

La más impresionante parecía haber captado el momento justo de la explosión: un enorme hongo de fuego y humo se abría incontenible sobre un fondo negro.

En un contexto de información escasa en esos instantes, la espectacular instantánea, difundida por un número creciente de tuiteros, hacía temer lo peor. Esto es... que fuera real.

Imperceptibles en un primer vistazo, había elementos que ponían en duda la autenticidad de la fotografía: la calidad de la iluminación, el emplazamiento de la cámara y, sobre todo, el instante capturado, que parecían sugerir que quien tomó la foto sabía lo que ocurriría y por ello utilizó su mejor cámara con un buen telefoto y preparó el mejor encuadre.

No tardó mucho en saberse la verdad: se trataba de un montaje; ya utilizado previamente en un acontecimiento similar. Tan velozmente como circuló en la red la imagen apócrifa, también vía Twitter se difundió un texto publicado en octubre de 2009 por un sitio de Puerto Rico, www.fotografia101.com, en el que se detalla cómo la misma manipulación fotográfica fue utilizada como supuesta prueba de la explosión en una refinería de Gulf de ese país, e inclusive se presenta la imagen original, que puede ser fácilmente localizada simplemente escribiendo en Google “bomba atómica”.

Afortunadamente, el incidente en Tamaulipas no pasó a mayores. En un contexto en el que los medios y las agencias informativas nutren ya cotidianamente sus contenidos con lo que circula en Twitter, el texto de la página boricua evitó que alguno de ellos retomara el burdo photoshopazo.

De haber sido transmitida por medio de un correo electrónico convencional, la falsa explosión descrita en líneas arriba jamás habría sido tomada en cuenta por algún medio serio. Se le habría considerado un hoax, palabra inglesa que al ser traducida al español tomó el nombre de bulo, que es como se le denominaba en la jerga española a las falsas versiones de acontecimientos que en un principio suenan verosímiles y que eran difundidas, en el mejor de los casos, con el solo propósito de llamar la atención o desatar la carcajada del autor. En México, el argot del oficio solía llamarles a estas falsas especies como “borregos”.

En el caso de países con fuertes controles a la información (por ejemplo, los de África del Norte donde surgió la Primavera Árabe), las fotografías y textos que daban cuenta de la rebelión se convirtieron en material informativo invaluable, que con razón recogieron las agencias noticiosas. Lo mismo pasó en el terremoto de Haití, donde el colapso de las comunicaciones hizo que las primeras evidencias del desastre provocado por los sismos —posteadas desde la vecina República Dominicana por tuiteros desconocidos— alcanzaran las primeras planas al día siguiente.

Por fortuna, no parece recordarse en ambas situaciones el caso de algún oportunista que pretendiera colar un “borrego” en aquellos graves momentos, aunque siempre los medios serios han tomado la precaución de advertir, en casos análogos, cuando una imagen distribuida procede de Twitter, YouTube, Facebook o alguna red social similar y si fue posible o no verificar su autenticidad.

Sin embargo, esta necesidad de cotejar datos choca con una nueva dinámica impuesta por las redes sociales, en la cual la rapidez se ha tornado otro factor de competencia.

No es gratuito que, en ese afán de formar parte de los trending topics se cometan errores derivados de una verificación que, para ser eficaz, requiere el concurso de profesionales especializados y del tiempo que les lleve cotejar la información.

Se trata de un par de elementos que hoy suenan exóticos en medio de una nueva categoría de informadores espontáneos que, llamados a sí mismos “periodistas ciudadanos”, creen que para ejercer el oficio puede pasarse por alto aquella máxima de un tal José Alfredo, quien pregonaba que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.

 

marco.gonsen@gimm.com.mx