José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

José Manuel Suárez-Mier

14 Sep, 2012

Relación bilateral y partidos políticos en EU

Hace 24 años México y Estados Unidos se encontraban, igual que ahora, en plena temporada electoral. En cuanto Carlos Salinas (1988-1994) y el candidato republicano George Bush (1988-1992) padre fueron declarados presidentes electos, se reunieron en Houston, Texas, para aprovechar la circunstancia y replantear la relación bilateral.

La reunión resultó tan positiva que a la buena voluntad que imperó en el encuentro se le calificó como el “Espíritu de Houston”. Asistieron parte de los equipos de los presidentes electos, destacando la plática de Nicholas Brady, quien sería ratificado secretario del Tesoro por Bush, con Pedro Aspe, secretario de Hacienda con Salinas.

Esa conversación fue crucial pues la prioridad de la nueva administración en México era resolver el problema de la deuda externa que pesaba enormemente y que impedía que nuestro país retomara la senda del crecimiento económico acelerado y sostenido, a pesar de haber realizado tres renegociaciones desde 1983 que fueron insuficientes.

Durante la reunión entre Brady y Aspe, éste le hizo una presentación de las opciones que el equipo financiero del nuevo gobierno consideraba que eran las necesarias para quitarle al país el peso de una deuda excesiva y permitirle regresar a los mercados voluntarios de capital, lo que persuadió a Brady de apoyar en lo que pudiera.

Esa ayuda sería crucial en el verano siguiente cuando Ángel Gurría, a la sazón el principal negociador de la deuda con el comité de bancos acreedores, no consiguió persuadirlos y se rompieron las negociaciones. El presidente Salinas llamó a Bush para informarle que México se declararía en suspensión de pagos.

Acto seguido, Brady llamó a Aspe para pedirle que viniera a Washington con su equipo y que él se encargaría de que los banqueros estuvieran presentes para tener una nueva y presumiblemente definitiva ronda de negociaciones que se llevaría a cabo durante el fin de semana en sus oficinas del Tesoro.

La mediación de las autoridades financieras de EU funcionó y llegamos a un arreglo que al fin resultó suficiente para que México se quitara el yugo de la deuda excesiva, mediante el canje de los pasivos antiguos por los bonos Brady, que se volvieron el modelo para renegociar la deuda del resto de los países endeudados en demasía.

La siguiente iniciativa mexicana de llevar la relación con Estados Unidos otro nivel, fue aún más ambiciosa: Salinas envió a Washington a su jefe de asesores José Córdoba a reunirse con su contraparte en la Casa Blanca para sondear el interés de Estados Unidos de negociar un acuerdo bilateral de libre comercio, lo que fue aceptado de inmediato.

Allí nace lo que habría de ser el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), negociado en su totalidad con la administración republicana de Bush, que al perder la elección en 1992 nos forzó a entablar nuevas pláticas con su sucesor demócrata Bill Clinton (1992-2000), quien era un convencido de las virtudes del libre comercio, pero que tenía que aplacar a sindicatos y ecologistas que apoyaron su campaña.

Esto se consiguió mediante la firma de dos tratados paralelos sobre asuntos laborales y del medio ambiente que neutralizaron la oposición sin imponer costos elevados a la economía nacional. Nuestros negociadores trabajaron bien con el nuevo gobierno y la Casa Blanca jugó un papel estelar en conseguir los votos necesarios en su Congreso.

Clinton volvería a ayudar a México en forma espectacular cuando Ernesto Zedillo (1994-2000) en sólo 19 días logró desbarrancar la economía. Clinton lideró organizar el préstamo más cuantioso que se hubiera dado a país alguno hasta ese momento, evitando así la bancarrota y otro periodo prolongado de crisis en México.

La relación de nuestro país con el presidente republicano George W. Bush (2000-2008), que prometía ser buena, se amargó notablemente con la reacción tímida de nuestro gobierno ante los ataques terroristas de 2001 y ante la incompetencia de Bush para conseguir los votos necesarios para aprobar una reforma migratoria a fondo.

Este recuento permite concluir que si bien en el pasado remoto le había ido mucho peor a México con gobiernos provenientes del partido demócrata en Estados Unidos, en el último cuarto de siglo éste ya no ha sido el caso y hemos podido trabajar razonablemente bien con quien ocupe la Casa Blanca, independientemente de su partido político.