Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

17 Dic, 2012

Barras

En su libro Epic of America (1931), el historiador estadunidense James Truslow Adams acuñó el concepto “el sueño americano”, la esperanza que a lo largo de siglos ha atraído a millones de personas de diversas partes del mundo a llegar al país de las barras y las estrellas.

Aunque Adams no se refirió explícitamente a la abundancia material, es claro que la ilusión de millones de personas ha estado desde siempre vinculada a la posibilidad de generar riqueza a partir de su propia creatividad y trabajo, sin importar origen o raza. Con esa y muchas expectativas más surgieron las 13 colonias de inmigrantes que dieron origen a la Unión Americana y que están representadas en las siete barras rojas y seis blancas de su bandera.

Y precisamente, como si se tratara de un juego de símbolos, en dos de los estados fundadores de esa nación (Massachussetts y Nueva Jersey) nacieron, en diferentes épocas, dos innovadores que pasaron a la historia gracias a sendas invenciones relacionadas precisamente con barras, aunque sólo el primero logró la fama universal y fortuna.

Samuel Morse nació en 1791 en Boston, casi 18 años después de que esa ciudad protagonizara la famosa rebelión conocida como Tea Party, antecedente de la guerra de independencia estadunidense. Artista gráfico de vocación, estudió matemáticas y electricidad en Yale, aunque se sostenía pintando paisajes y retratos de famosos.

Según una anécdota narrada por Mary Bellis, bloguera especializada en ciencia e innovación, Morse estaba elaborando un retrato del Marqués de la Fayette (célebre militar francés que luchó al lado de George Washington) a petición de la alcaldía de Nueva York, cuando un mensajero que llegó en caballo le entregó una carta en la que decía que su esposa estaba convaleciente. Interrumpió su trabajo de inmediato para trasladarse a su hogar en Connecticut y cuando regresó, varios días después, su mujer ya había sido sepultada.

Dolido por no haber llegado a tiempo, Morse invirtió desde entonces su energía y conocimientos sobre electromagnetismo en desarrollar un método de comunicación más rápido y eficiente. De los esfuerzos conjuntos con su asistente Alfred Vail surgió el telégrafo electromagnético y el alfabeto que lleva su nombre, que fue durante muchas décadas la principal vía para transmitir mensajes de larga distancia.

Conocido también por su activismo anticatólico y antiinmigrante, Morse logró amasar una fortuna que canalizó a obras de caridad. Y aunque su alfabeto, basado en una combinación de líneas y puntos, ha perdido vigencia en plena época de los SMS y los tuits, de alguna forma sigue presente gracias a los trabajos de otro inventor, N. Joseph Woodland, nacido en 1921 en Atlantic City y fallecido apenas el pasado 9 de diciembre.

Gracias a la nota necrológica publicada por Margalit Fox en The New York Times, pudimos conocer detalles de la vida de Woodland, que de joven, siendo Boy Scout, aprendió el alfabeto Morse, el cual retomó en 1948 junto con uno de sus compañeros de clase en la carrera de ingeniería, Bernard Silver, para desarrollar una idea que le permitiera a un supermercado tener un sistema automatizado que agilizara el cobro de sus mercancías.

Así surgió el código de barras, que no es más que una variante del alfabeto Morse originada —en palabras del propio Woodland dichas a la revista Smithsonian— como en un cuento de hadas: clavando sus dedos en la arena y dibujando una secuencia de cuatro líneas verticales, unas delgadas y otras anchas, que hacían las veces de los puntos y rayas utilizados para enviar telegramas.

La información, contenida en el grosor de cada línea y el espacio entre ellas, requería ser interpretada por un escáner demasiado caro en aquella época, lo que motivó que IBM —compañía para la que trabajaba Woodland— se abstuviera de adquirir la patente otorgada en 1952 y que fue vendida por sus creadores a la firma Philco por tan sólo 15 mil dólares.

Sin recibir un centavo más por su código de barras, Woodland fue honrado hace 20 años con la Medalla Nacional de Tecnología e ingresó el año pasado al Salón de la Fama de los Inventores, aunque quizás el mayor reconocimiento a su ingenio sea la activación cotidiana de una economía que baila al compás del traqueteo de las cajas registradoras.

marco.gonsen@gimm.com.mx