Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

18 Mar, 2013

iTunes Store

LONDRES.- Un fuerte y pronunciado olor a rock and roll se sigue respirando en la capital británica. Basta con recorrer la emblemática plaza de Piccadilly Circus para embriagarse de su esencia. Para no ir tan lejos, una efigie de Freddie Mercury gobierna una marquesina del West End, anunciando una función más del musical We will rock you que, desde hace más de una década, rinde tributo al legado de Queen.

Sin embargo, algo sí cambió desde mi última visita a esta entrañable ciudad: en 2003, una majestuosa Virgin Megastore daba la bienvenida a los fanáticos de la música frente a la fuente de Shaftesbury, una especie de meca al lado de la cual también vivía sus últimos días una imponente sucursal de la cadena estadunidense Tower Records.

Ahora, en el local que albergó a la Virgin está una sucursal de la tienda de souvenirs Cool Britannia, que conserva, quizá como homenaje poético, los exhibidores de discos compactos y la pintura negra de las paredes desgastada en una ambientación tipo club nocturno, como La Caverna de Liverpool, la cuna de The Beatles.

Hasta donde recuerdo, nadie nos preparó hace una década para lo que estaba por venir. Así como hoy en día pululan los agoreros que vaticinan el fin de la prensa escrita, por aquellos días las víctimas favoritas de los profetas eran las compañías disqueras, heridas de muerte por la piratería y, sobre todo, por los programas de intercambio digital tipo Napster y Kazaa, que transformaron de tajo una industria que empezaría a decirle adiós a los soportes físicos, léase discos.

Durante los primeros días de 2003 se afinaron los últimos detalles de una tortuosa negociación entre Steve Jobs y los ejecutivos de las disqueras, que culminó con la creación de la iTunes Store, el primer mecanismo exitoso de venta de música por internet, basado en una sencilla y eficaz estrategia: permitir al usuario comprar canciones individuales en archivos de buena calidad por tan sólo 99 centavos de dólar cada una.

Dentro de un mes, el 23 de abril, se cumplirán diez años de la apertura de la iTunes Store, y seguramente abundará información estadística sobre las cantidades estratosféricas de canciones descargadas hasta la fecha. Más allá de los números, vale la pena enumerar algunas de las consecuencias que trajo consigo la creación de esta peculiar estrategia comercial de Apple.

La primera es que, al igual que las tiendas de discos tradicionales, la iTunes Store fue ampliando su oferta de productos más allá de la música. Primero comenzó con videoclips, siguió con programas de televisión y
películas, y continuó en 2008 con la apertura de la App Store, el mercado de aplicaciones que catapultó a su vez a los smartphones y las tablets, y que derivó en la venta de libros electrónicos por medio de la iBook Store y de revistas en el Quiosco (Newsstand) de la iPad. Incluso, se ha extendido a la distribución de materiales educativos por medio de la iniciativa iTunes U.

Esto significa que lo que comenzó como una tablita de salvación para las compañías discográficas, se expandió a un floreciente modelo de negocios online que poco a poco ha ido convenciendo a más integrantes de la industria editorial: cada vez más publicaciones periódicas recurren al Quiosco para vender suscripciones a pesar de su resistencia inicial al proyecto de Jobs, quien sigue ganando batallas después de muerto.

Pero el cambio más radical fue en la manera de consumir la música, ya no basada en la imposición de las disqueras para comprar un álbum con tres canciones buenas y nueve de relleno, sino en el poder de cada melómano de armar playlists a su propio estilo y gusto. Este factor explica la supervivencia de los grandes sellos musicales y la muerte de las ceremoniales tiendas de discos, al menos en la tierra que exportó el gusto por el buen rock a todo el mundo.

Y justo ahora me tocó atestiguar parte de la agonía de otra firma musical legendaria, HMV, cuyo local de Pi-
ccadilly está rematando a precios de regalo sus CD y DVD como secuela de la quiebra anunciada apenas en enero pasado. Se trata de la marca que tomó su nombre del célebre cuadro His Master’s Voice —que muchos identificamos en México como el emblema de RCA Victor— en el que un perro llamado Nipper escucha un antiguo gramófono, del que quizás esta vez emerja un aullido de intenso dolor.

marco.gonsen@gimm.com.mx