Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

5 Dic, 2013

¿Qué haremos con los nuevos luditas? ¿Esperar, pacientemente, a que acaben con el país?

En la Inglaterra de principios del Siglo XIX, surgió un movimiento de protesta en contra de algo invencible: el progreso; éste, expresado en los nuevos telares que trajo la Revolución Industrial, puso en peligro los trabajos de miles de obreros al ser reemplazados por máquinas cuya productividad superaba, con mucho, la de ellos.

Dicho movimiento —ludismo o luditas, en honor de Nedd Lud—, se apagó años después cuando el progreso —presente ya en casi todos los ámbitos de la economía— alcanzó a grupos cada vez más amplios de la sociedad. El progreso que años antes había dejado sin materia de trabajo a miles de obreros en varias ciudades inglesas, les abría ahora nuevas posibilidades que ellos, o cuando destruían máquinas, jamás soñaron. 

Este proceso de profunda transformación tecnológica y económica y cultural, fue posible y exitoso merced al avance científico y tecnológico en contra del cual, por más que se afanaran los obreros desplazados, jamás derrotarían.

A partir de aquel movimiento de los luditas, los grupos que después —en una u otra forma— se oponían al progreso, el cual elimina ciertas formas de producir y las reemplaza con otras cuya productividad es mayor, se les denomina neoluditas. Hoy, nuestros neoluditas son, con las debidas proporciones guardadas, los que se oponen a la reforma energética, y más generalmente hablando, al progreso y la modernización de nuestras atrasadas estructuras económicas.

Sin embargo, por encima de las similitudes entre unos y otros, hay diferencias significativas entre ellos; los luditas originales, reaccionaban con furia y violentamente en contra de las máquinas porque les quitaba el trabajo y el sustento que les permitía subsistir en compañía de los suyos; en cambio, los actuales, proceden con más furia y violencia porque, he ahí la gran diferencia, lo que defienden son privilegios mal habidos, acumulados durante años.

Además, los que “dirigen” las actuales protestas —como el cerco al Senado de la República y las marchas y plantones en contra de la reforma  educativa—, lo único que buscan es preservar privilegios cuando no acrecentarlos.

La lucha de aquéllos hace doscientos años, se daba por su debilidad e indefensión ante el capital y vivir en la más completa ignorancia; los que hoy bloquean el Senado, acampan en el Monumento a la Revolución y causan prejuicios mil a millones de mexicanos son, por el contrario, “leídos y escribidos”.

Sin embargo, lo que éstos exhiben, más que el miedo a perder su trabajo, es su voracidad por lo mal habido, por beneficios obtenidos mediante la extorsión y la violencia, y la comisión sistemática y flagrante de delitos. 

Al final del día, los neoluditas que hoy cercan el Senado para que la reforma energética no sea aprobada, y se oponen a la reforma educativa para que no los evalúen y se demuestre que son pésimos maestros, sólo dejan ver —al igual que los primeros—, una mentalidad anclada en la oposición al cambio, al progreso.

Pobre México, que con la anuencia y complicidad abierta de funcionarios corruptos y gobernantes temerosos de hacer cumplir la ley, tiene a delincuentes como maestros, y a los aferrados a sus privilegios como “defensores del petróleo”. Vaya tragedia la nuestra.

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