Ángel Verdugo

Economía sin lágrimas

Ángel Verdugo

6 Feb, 2014

¿Sabe usted qué es una Constitución, y cuál es su papel en la vida de un país? (II)

El martes, así terminé la colaboración aquí: “Si le parece, el jueves seguimos con el tema, pues aunque resulte difícil de aceptar, nuestra Constitución y sus absurdos, dan para más.” Vamos pues al tema.

Si bien hay muchos parámetros que pudieren servir para evaluar una constitución, por encima de todos habría uno que sería —desde mi punto de vista—, el fundamental: los resultados alcanzados durante la vigencia de dicho texto constitucional.

No va a faltar quien los justifique —cuando son magros, como es nuestro caso— con el argumento tramposo de que la culpa no es de la Constitución sino de los encargados de aplicarla. Sin embargo, al final del día sólo habría dos sopas; una, la clase política no ha sabido, podido o querido —después de 100 años— hacer del texto constitucional un instrumento de progreso y modernización y la otra, el mal está en el texto constitucional mismo el cual, por su alejamiento de la realidad ha resultado ser inaplicable.

En el texto de nuestra Constitución hay una mina con ricas vetas de absurdos en varios aspectos de la vida nacional; además de los siempre mencionados artículos 3 (Educación), 27 (Campo) y 123 (Trabajo), están el 25 (Rectoría por parte del Estado del desarrollo nacional), 26 (Planeación democrática), 27 (Hidrocarburos), 28 (Monopolios que no son monopolios), 41 (Electoral) y ya para qué le sigo.

Ante tantos absurdos producto de una más absurda redacción original, y de las capacidades para dañar el progreso y el crecimiento económico que posteriormente agregaron nuestros presidentes y legisladores, nuestra Constitución es hoy, todo menos un impulso de la modernización. Por el contrario, pienso que la hemos convertido en el mayor de los obstáculos; de ahí la importancia y utilidad del libro de Isaac Katz, “La Constitución y el desarrollo económico de México”.

Ante esta realidad, imposible de ocultar o disfrazar, ¿qué procede hacer con nuestra Constitución? ¿Acaso —como no pocos aseguran— es posible reformar algunas de sus partes para ponerla al día? ¿Tendrán razón los que proponen —aun cuando entre ellos mismos haya razones opuestas— derogar la Constitución vigente y promulgar una nueva?

La verdad, las condiciones políticas para emprender una u otra tarea, lucen imposibles de satisfacer; además, no está en la agenda de quienes hoy gobiernan —como tampoco estaba en la de sus antecesores—, reformar profundamente o proponer la promulgación de otra Constitución.

¿Qué queda entonces? ¿Qué hacer ante esa posición que se acomoda al inmovilismo constitucional que tanto aprecian los adoradores del pasado, que lo venden como el mejor de los futuros? ¿Qué hacer para tratar de paliar los efectos negativos de algunos de los absurdos que pueblan nuestra Constitución?

La verdad, no lo sé; algunas veces pienso que la fuerza que nos llevará a derogar el caduco y absurdo texto constitucional vigente y promulgar una nueva Constitución —que lo fuere de verdad para que jugare su papel de sustento de la modernización de este sufrido país—, será la debacle que se ve venir. 

También pienso, no pocas veces, que eso no lo veré y mis hijos tampoco; sólo deseo, para morir tranquilo, irme con la certeza de que mis nietos sí lo verán. Y usted, ¿qué piensa?

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