Pedro Alonso

Consejería

Pedro Alonso

24 Feb, 2014

El G20: cambio de actitud

Durante el fin de semana pasado se llevó a cabo una reunión más del G20, a nivel de ministros de finanzas y banqueros centrales de los países que integran a este grupo, que representa alrededor de 85% del PIB global. En esta ocasión la sede fue Sidney, Australia.

Desde que en 2008 hizo su aparición la crisis que hemos padecido en los últimos años (La Gran Recesión, como se le ha bautizado) el G20 apareció como una posibilidad de solución a los problemas que el planeta vivía. En un principio efectivamente se tomaron decisiones que realmente permitieron que la economía global no se derritiera y que básicamente tuvieron que ver con acciones de relajamiento fiscal y monetario.

A partir de las reuniones de 2008 y 2009, los resultados siempre han sido pobres y cuestionables en cuanto a su efectividad y las discusiones se centraron principalmente entre el camino que debía seguirse ante la condición económica que se vivía, sin llegar a un acuerdo en cuanto a lo que debía prevalecer: si apoyar el crecimiento o las medidas de austeridad.

Las reuniones del G20. En todo caso fueron criticadas por muchos (incluido un servidor) por abundar las posturas insustanciales y las conclusiones que indicaban poco compromiso, sin metas claras y dejando a los países en lo individual la solución de los problemas, con lo que se avanzaba poco o nada en las cuestiones globales.

La reunión que ahora se tuvo en Australia tuvo varios cambios en relación con las anteriores (las recientes fueron en Rusia, México, Francia y Corea del Sur), lo que no deja de llamar la atención, sobre todo porque se definió una postura. En vez de navegar entre el crecimiento y la austeridad, se decidió ir por la ruta de buscar el crecimiento, si bien existieron posiciones que manifestaron dudas sobre el acuerdo, como fue la del ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, cuyo peso es muy importante en la Unión Europea.

En esta ocasión, aunque haya sido a modo de aspiración, se estableció no sólo una postura grupal, sino objetivos cuantificables, a lo que el G20 se había resistido antes. Se propone tratar de alcanzar un crecimiento de dos puntos porcentuales por arriba de lo que las tendencias actuales marcan (el FMI—soporte técnico del G20, junto con la OCDE— estima para la economía global un crecimiento de 3.7% para 2014, y de 3.9%, para 2015) y esto equivaldría a incrementar el valor del PIB mundial en más de dos trillones —millones de millones— de dólares (más que el PIB de Rusia, que es la octava economía del mundo) en el transcurso de los próximos cinco años.

Es cierto que los políticos no pueden garantizar este tipo de objetivos —aunque están acostumbrados a hablar de ellos como si pudieran— y que por el momento no existe un plan definido sobre cómo alcanzarlos, cosa que, se espera, exista para noviembre próximo, cuando el grupo se vuelva a reunir en Brisbane, Australia. Pero al menos hay un cambio claro en la actitud, hecho que no hay que menospreciar.

Algo que no hay que dejar pasar es que se manifiesta en el comunicado de esta reunión, que se espera que los países desarrollados (Estados Unidos, Japón, Inglaterra) mantengan una política monetaria relajada y que sea “normalizada” en el curso del plazo que se ha fijado para alcanzar los objetivos planteados y que siempre sean claramente evaluadas y comunicadas. Esta condición, es obvio, al final del camino es una decisión que corresponde a los países directamente afectados, pero también es claro que se tiene en mente que las decisiones de los países desarrollados sí tienen impactos severos en las economías del resto del mundo.

El G20 señala como riesgos visibles, en primer lugar, la volatilidad de los mercados financieros (el miedo no anda en burro) y después a los altos niveles de deuda pública (Estados Unidos), a los desequilibrios globales (el superávit comercial chino) y las “vulnerabilidades de algunas economías (las emergentes). A buen entendedor, pocas palabras.

Y apoyándome en el dicho que he mencionado, insisto en que hay que interpretar el lenguaje de los foros internacionales —o de cualquier otro ambiente— para captar adecuadamente el mensaje. Si bien los resultados de este tipo de acuerdos no son garantizables y están subordinados a lo que cada país decida o pueda hacer y si estos 20 países han llegado a esta postura es porque ven que algo de ella es posible y le pueden sacar provecho. Suerte.

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