Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

17 Mar, 2014

Apantallados

Está cerca de concluir el primer trimestre de 2014 y no se ve para cuándo salgan a la venta los Google Glass, las gafas high-tech que la firma de Mountain View anunció en 2012 y cuyo lanzamiento prometió para este año. Aun cuando no se han dejado de publicitar las presuntas bondades que tendrán estos lentes —como el caso de un director de orquesta en España, que los utilizó para leer la partitura durante un concierto en lugar del clásico atril, y el de un hospital de Boston, que ensayó con ellos una aplicación para recopilar los historiales médicos de sus pacientes—, nadie supone que habrá miles de fanáticos dispuestos a desvelarse afuera de las tiendas el día que el tan cacareado gadget esté por fin disponible.  

Tampoco hay muchas luces sobre la aparición del iWatch, el reloj inteligente que supuestamente le devolverá a Apple el título de líder en materia de innovación, aunque la presión mediática arrecia en tres frentes: la supuesta revelación del sitio 9to5mac de que el próximo sistema operativo iOS 8 contendrá aplicaciones para sincronizar el iPhone con la pulsera electrónica; el más reciente número de la revista Mac Life, que presenta en su portada un prototipo de cómo se vería este dispositivo y la entrevista que dio el basquetbolista Shaquille O'Neal a The Wall Street Journal, en la que confesó que lleva bastantes años esperando que la firma de Cupertino saque a la venta por fin el dichoso reloj.

En el caso de los Google Glass, han comenzado a cobrar fuerza las objeciones de sus detractores, que desde el principio remarcaron que un artefacto de esa naturaleza difícilmente podría tener aplicaciones verdaderamente prácticas para un mercado masivo (por no mencionar las alertas sobre los riesgos que entraña en materia de privacidad, al permitir que se filme a las personas en situaciones comprometedoras y se les publique en internet sin que ellas se den cuenta y lo autoricen). Pero quizá los argumentos más sólidos los haya ofrecido esta misma semana el antropólogo Thomas de Zengotita en un sugerente artículo difundido en el sitio web de la legendaria revista The Atlantic, titulado “Amamos las pantallas, no las gafas”.

Según su análisis, hay un handicap profundo en contra de los lentes, que es su carencia de pantalla. Aunque la comparación podría sonar exagerada, De Zengotita equipara las implicaciones sociales que tienen actualmente las pantallas electrónicas con las que tuvo la invención de la escritura en los albores de la humanidad. Citando a Marshall McLuhan, recuerda que la expresión oral se muere al instante de ser pronunciada, mientras que la escrita permanece. Así nació el progreso: una vez que el ser humano tuvo el registro de sus actividades, las convirtió en experiencias que convirtió en aprendizaje.

Esa definición categórica entre lo efímero de lo oral y la estabilidad de lo escrito quedó rebasada por las pantallas de teléfonos y tablets, en las que la gente, de la misma forma que registra sus acciones (escribe textos, toma fotos, graba videos) también se comunica con palabras fugaces en Skype y Facetime. Y a diferencia de las antiguas pantallas de televisión y cine, en las que los contenidos estaban determinados por otros, ahora los usuarios pueden recrear o dar su propia versión de obras maestras de la pintura o mezclar videoclips, con lo que prácticamente acaba el concepto de tener la última palabra en casi todo.

Estas y otras potencialidades descritas por De Zengotita están ausentes de los Google Glass, que de entrada suponen que la pantalla sea el propio cristal a través del cual observa el usuario, lo que le resta capacidad de manipulación de los contenidos en tiempo real (y aunque no lo dice De Zengotita, una situación semejante ocurriría con el iWatch, cuya mayor aportación probablemente se reduzca a medir el ritmo cardiaco mientras se hace ejercicio).     

En síntesis, sin pantallas será difícil apantallar. Y es que el concepto mismo de “innovación” se ha convertido en un fetiche, un amuleto cuya ausencia da pretexto a los especuladores de Wall Street para bajar el precio de las acciones de las empresas tecnológicas. Y la rueda sigue girando: en la más reciente feria de Las Vegas llamaron la atención las pantallas curvas presentadas por fabricantes de televisiones que presuntamente buscan aproximar más su experiencia visual a la del ojo humano. A menos que se demuestre su verdadera utilidad, suena más a ocurrencia del doctor Chun-ga.

marco.gonsen@gimm.com.mx

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