Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

30 Jun, 2014

Teclas

Las siguientes frases corresponden, dicho coloquialmente, con un invento de la era moderna:

“El desarrollo de esta industria está tan interrelacionado con la historia del progreso moderno, que es imposible separarlos (...) Sería difícil para la presente generación, sin referirnos a esta experiencia, comprender la evolución social e industrial, así como el progreso mercantil durante el pasado medio siglo (...) Ha revolucionado métodos comerciales e incrementado la capacidad del hombre de negocios, del profesionista y del pensador”.

Estas definiciones, extraídas de un texto titulado Business Evolution, no hacen referencia a la historia de la computación o cualquier otra tecnología de cuño reciente. Fueron publicadas por Charles Vonley Oden en 1917 y forman parte del capítulo inicial del libro Evolution of the Typewriter, que, pese a su antigüedad, sorprende por su elogio de la innovación en un lenguaje muy parecido a la actual jerga startupera.

Escaneado de su edición en papel y disponible en el sitio archive.org, el libro de Oden atribuye a la máquina de escribir un papel preponderante a la par del telégrafo, el teléfono, el aeroplano y los transportes eléctricos y de vapor, que contribuyeron a acelerar la comunicación entre todas las naciones del planeta.

Sin pretender narrar una historia exhaustiva, Oden encuentra la primera noticia de ese invento en una patente otorgada por la reina Ana de Gran Bretaña poco antes de morir, hace ya cuatro siglos. El documento, fechado en 1714, reconoce al ingeniero inglés Henry Mill el mérito de haber diseñado “a la perfección” una máquina artificial que transcribe letras, una tras otra, absorbidas en papel o pergamino, de una manera tan exacta que no se diferencia de una imprenta mecánica. Destaca que ese método puede ser de gran utilidad para el registro público porque logra una impresión tan profunda y duradera, que no puede ser borrada o falsificada sin que se note el intento de alteración. El problema, apunta Oden, es que no existe un diagrama o algún otro tipo de registro gráfico que describiera exactamente cómo funcionaba el prototipo de Mill.

En las décadas subsecuentes surgieron múltiples aparatos experimentales que ensayaron todo tipo de fórmulas para emular el supuesto logro de Mill sin que cuajaran. Destaca uno diseñado en 1865 por George House, oriundo de Buffalo, que consiste en un cilindro móvil —sobre el cual se coloca el papel— y una línea de moldes tipográficos impulsados con hilos de metal.  Byron Brooks introdujo una variante en la que cada molde incluía dos letras, una arriba y otra abajo, y una palanca para determinar cuál se imprimiría que funcionaba con una tecla llamada “shift” . Años después, ésta se convirtió en el mecanismo para activar mayúsculas o minúsculas, incluso en las computadoras actuales.

Pero los trabajos más fructíferos surgieron de los ensayos de Christopher Latham Sholes —un impresor de
Milwaukee que había inventado un dispositivo parecido a un piano que insertaba en los libros el número que correspondía a cada página— con tres colegas suyos, Carlos Glidden, Samuel W. Soulé y James Densmore, este último más destacado por haber puesto dinero de su bolsillo para financiar la investigación. Su trabajo llamó la atención de la compañía neoyorquina E. Remington and Sons, fabricante de armas de fuego que se aventuró a producir en serie y comercializar una máquina que amalgamó con éxito las virtudes de modelos anteriormente fallidos.

El 1 de julio de 1874, Remington sacó a la venta la máquina de escribir de Sholes y Glidden, de la cual, según Oden, se vendieron sólo 400 réplicas, la mayoría de las cuales fueron devueltas no sólo por imperfecciones propias de una tecnología recién creada, sino, sobre todo, porque el mundo de los negocios aún no estaba listo para tomar en serio la revolución que significaba contar con una miniimprenta portátil.

Al cumplirse mañana 140 años de que viera la luz el primer modelo comercial de ese prodigioso invento, hoy prácticamente jubilado, resulta curiosa la vigencia de una de sus características iniciales: el teclado QWERTY, llamado así por la distribución de las letras en su primera hilera y que fue diseñado por Sholes para evitar que las teclas chocaran entre sí y se atascaran a consecuencia del golpeteo rápido de los caracteres más utilizados.

Este estándar prevaleció en las computadoras personales y en las versiones virtuales de los smarthphones, a pesar de que programas como Swiftkey para Android ofrecen personalizar la escritura mediante programas inteligentes de texto predictivo. Pareciera así más fácil adivinar la intención de los usuarios que anticipar la vigencia de lo old fashion.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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