Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

7 Jul, 2014

Songza

En julio se cumplen 35 años de que el Walkman, de Sony, comenzó a cambiar para siempre la forma como la gente se relaciona con la música. La portabilidad logró que las personas llevaran consigo adonde fueran sus canciones favoritas y los audífonos les dieron la posibilidad de aislarse del resto del mundo para sumergirse en un vínculo directo, íntimo, sin que nadie más se diera cuenta.

Con la transición del casete al disco compacto prevaleció esta tendencia, al igual que su principal inconveniente: el limitado número de melodías que podían viajar con uno. Resultó más fácil cargar CD y tener mayor variedad de artistas, pero aun así era incómodo hurgar en la colección portátil para elegir el ritmo que más correspondiera con el estado de ánimo del momento, además de que sólo se podía escuchar a un mismo intérprete, a menos que se tratara de un álbum acoplado.

El iPod logró poner mil canciones en el bolsillo y no faltó quien se preguntara si era posible que a alguien le gustaran “tantas” rolas. La abundancia amplió la posibilidad de alternar ambientes: de la estridencia del rock para aligerar el estrés a la evocación romántica de las baladas, del hit de moda a la oldie but goldie. E introdujo una ventaja adicional: el formato de reproducción shuffle (aleatorio) como cuando se escucha la radio sin saber qué canción sigue.

Internet multiplicó al infinito la fonoteca con millones de piezas disponibles para que el melómano edite su propio soundtrack. Sitios como Pandora y Last.fm introdujeron la modalidad de generar “estaciones de radio” basadas en artistas y géneros, que permitían conocer nueva música en las computadoras de escritorio sin necesidad de comprarla. Con el auge de las redes móviles, Spotify añadió portabilidad y le dio al usuario el poder de armar sus propios playlists basados en su inmenso catálogo, mediante el pago de una cuota mensual, para escucharlos en tablets y smartphones, incluso sin conexión a la red.

El modelo de negocios de Spotify está en vías de convertirse en el predominante, aun cuando contradice la creencia personal de Steve Jobs de que a la gente le gusta ser dueña de la música que escucha, un mantra cierto para la época del vinil, pero que no genera el mismo fetichismo en los tiempos del MP3. El más reciente reporte de la firma Nielsen expone que en los primeros seis meses de este año el streaming creció 42% en Estados Unidos en  comparación con el mismo periodo de 2013, mientras que la compra de archivos descargables descendió 13 por ciento. Dicho en plata: la gente prefiere alquilar que comprar canciones.

No extraña así la nueva apuesta de los gigantes tecnológicos. Apple ya se adelantó al invertir tres mil millones de dólares en la marca de audífonos Beats, que cuenta con un servicio de música en línea que fortalecerá (o quizá sustituya) al hasta ahora fallido iTunes Radio. Por una cantidad presumiblemente mucho menor, Google dio su paso propio la semana pasada al adquirir Songza.

Con sede en la ciudad de Long Island, Nueva York, Songza es un servicio que lleva al límite la idea de generar listas de canciones con base en ambientes, estados de ánimo, humor y actividades. Para ello, ofrece al escucha un detallado menú de opciones y géneros que trascienden las clasificaciones tradicionales y que pretenden sonorizar cada momento desde que uno se levanta, hace ejercicio, va rumbo al trabajo y convive con los amigos mientras se camina por un parque o se disfruta una copa.

La originalidad de su propuesta es que no está soportada en algoritmos sino en listas “hechas a mano” por expertos musicales (curadores, les llama con cierta pedantería) que operan con una característica peculiar llamada Music Concierge, que detecta el momento del día en el que se abre la aplicación y ofrece seis alternativas distintas de actividades a elegir. En un sábado por la noche, por ejemplo, las opciones son probar nuevas melodías, sudar en la pista de baile, una fiesta casera, bebiendo en un bar, manejando o… teniendo suerte en el sexo. Cuenta con un servicio de pago llamado Club Songza, que por cuatro dólares al mes permite liberarse de publicidad y personalizar aun más la experiencia.

Sólo disponible por el momento para Estados Unidos y Canadá, Songza le habría costado tan sólo unos 15 millones de dólares a Google de ser cierta la versión publicada por el diario The New York Post. Una auténtica ganga de inversión que la firma de Mountain View podría multiplicar por millones una vez que zanje el problema de las licencias y lleve a todo el mundo este modelo de mercado musical y emocional. Aplicando el lema de su propio motor de búsqueda, seguro va a tener suerte.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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