Marco Gonsen

Memoria Flash

Marco Gonsen

13 Oct, 2014

Innovadores

El científico loco, personaje aislado encerrado en un laboratorio, enfundado en bata, de cabellos alborotados y habitualmente ajeno a las tribulaciones mundanas, es el estereotipo que la cultura de masas ha reservado para los inventores. Un ejemplo es Emmett Brown, el Doc de las películas de Volver al futuro, cuya apariencia remite a las fotografías más conocidas de Einstein, aunque quizá su verdadera inspiración sea Ciro Peraloca, personaje surgido en la década de los 50, aquella a la que llegan en su viaje al pasado los héroes de la saga dirigida por Robert Zemeckis.

De acuerdo con Tom Andrae, historiador especializado en cómics, Gyro Gearloose (nombre en inglés de la caricatura) fue creado para Disney por el artista Carl Barks, quien se inspiró en tres valores intrínsecos del sueño americano: riqueza, suerte y fascinación por la tecnología. Sin embargo, de ese universo imaginario destaca un par de contribuciones a la mitología sobre el inventor: el episodio Monsterville, una utopía en la que Ciro automatiza todas las actividades de la ciudad con la finalidad de que nadie trabaje (incluido él mismo)  y cuando Barks decide crearle un ayudante, un foquito con patas sin nombre ni diálogos, cuya función básica era sustraer al concentrado sabio de su permanente soledad creativa.

Excentricidad, inteligencia artificial y obsesión individual son tres de los clichés que desmonta el periodista y escritor Walter Isaacson en su más reciente libro, The Innovators: how a group of hackers, geniuses and geeks created the digital revolution, que la editorial Simon & Schuster sacó a la venta en EU el 7 de octubre en formato impreso y de e-book (la versión en español bajo el sello Debate estará disponible para su descarga en iOS y Android el próximo jueves, pero los muy ansiosos ya pueden obtener como muestra la introducción y los dos primeros capítulos).

En una lógica contraria a la de la biografía del genio superestrella que ejercitó en su bestseller sobre Steve Jobs, Isaacson resalta la idea de que el surgimiento de las computadoras y el internet fueron producto de un esfuerzo colectivo, al que contribuyó un sinnúmero de héroes anónimos y un puñado de grandes nombres encabezados por una mujer nacida hace casi dos siglos: la escritora y científica británica Ada Lovelace,  hija del poeta Lord Byron, cuya breve pero intensa vida sintetiza una constante que apasiona al biógrafo: el cruce entre arte y tecnología.

Lovelace protagoniza el primero y el último capítulo de The Innovators  por haber anticipado que la máquina de cálculo concebida por el matemático inglés Charles Babbage –a la que se le considera como precursora de las computadoras– tendría aplicaciones mucho más allá de los números, que implicarían operaciones con cualquier actividad humana que pudiera expresarse mediante símbolos. Tan adelantada a su tiempo fue, relata Isaacson, que incluso anticipó la posibilidad de crear aparatos capaces de componer música.

Curiosamente, la vida de Lovelace quiebra otro lugar común, el de los artistas opuestos al progreso, simbolizada en la pose de algunos escritores que en un principio se rehusaron a escribir en computadora y prefirieron la máquina de escribir hasta su extinción. Isaacson reseña la vocación de Ada por lo que ella llamaba “ciencia poética”, que combinaba su fascinación por los números con la pasión por las artes heredada de su padre, quien, por cierto, sí fue un ludita que combatió la Revolución Industrial por condenar a los obreros al desempleo.

Otra contribución vigente de Lovelace fue su renuencia a creer en la inteligencia artificial, la utopía tipo Matrix de que algún día habrá máquinas que piensen por sí mismas, como de alguna forma vislumbró Mary Shelley en su clásica Frankenstein, obra concebida durante el picnic de un fin de semana que pasaron la novelista y su esposo con el mismísimo Lord Byron.

Con su habitual prosa clara y sencilla, Isaacson construye un relato enciclopédico que subraya la colaboración entre emprendedores de diversas épocas marcados por las condiciones sociales de su tiempo. Éstos transmitieron sus ideas de generación en generación y optaron, más que por la construcción de poderosos robots que actuaran con autonomía, por el diseño de herramientas de interacción social que dieron origen primero a internet y luego a iniciativas de participación masivas e incluyentes, que igual prohijaron industrias como la del videojuego e iniciativas generadoras y expansoras del conocimiento como Wikipedia.

La palabra “computadora” procede de “contar”, verbo que en la narrativa de Isaacson trasciende su naturaleza matemática y recupera su vocación literaria.

*marco.gonsen@gimm.com.mx

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