Víctor Beltri

Víctor Beltri

28 Ene, 2016

El resultado de un mal diagnóstico

A cuatro años

 

Un problema es, de acuerdo con la Real Academia Española, una cuestión que se trata de aclarar; una proposición o dificultad de solución dudosa; el conjunto de hechos o circunstancias que dificultan la consecución de algún fin; un disgusto o preocupación, o bien el planteamiento de una situación cuya respuesta desconocida debe obtenerse a través de métodos científicos –como aquellos que se resuelven en la escuela–.

Las definiciones integran varios elementos comunes. En primer lugar, la existencia de una situación determinada, o la posibilidad de que ésta se pueda presentar en algún momento. En segundo lugar, la incertidumbre que genera respecto a un fin específico y, en tercero, los riesgos e impedimentos que representa para alcanzarlo.

Así, es válido afirmar que un problema es la distancia que separa una situación inicial de una futura: la solución indica los pasos a seguir para llegar al objetivo. Llegar a la solución implica un trabajo de reflexión, prueba y error que debe estar fundamentado en una metodología para que dé resultados: de otra manera no podrían hacerse iteraciones ni se podría medir el desempeño en cada una de ellas.

Sin embargo, para plantear soluciones viables es necesario conocer con precisión la naturaleza del problema, sus repercusiones en tiempo y recursos y los riesgos que entraña cada una de las alternativas. El diagnóstico del problema es, en la mayoría de las ocasiones, la parte más complicada del proceso y requiere de un esfuerzo consciente y sistematizado: el jefe de taller mecánico va descartando opciones conforme revisa la falla en el motor –lo mismo que el médico con el paciente– de acuerdo con una metodología establecida de antemano. De otra forma, uno y otro especialista no harían sino limitarse a hacer adivinanzas: esto, si bien en el mecánico sería inaceptable, por las consecuencias fatales que puede tener un mal diagnóstico, en un médico sería imperdonable por las mismas razones.

Las mismas razones, pero con un agravante: el mecánico trata con un objeto, y las consecuencias de un mal diagnóstico son más remotas y menos graves que las que enfrenta un médico, que trata con seres humanos en cuanto a su salud, sea física o mental. La responsabilidad por el mal diagnóstico de un mecánico o un médico, sin embargo, no tienen punto de comparación con la de quien tiene ante sus manos algo que va mucho más allá de los bienes materiales, la integridad física o la salud de las personas: el mal diagnóstico de un político puede tener repercusiones a largo plazo e incluso comprometer la viabilidad de un país.

Y es que ese parece ser el problema, definido en los términos anteriores. La distancia que existe entre la realidad de nuestro país y el diagnóstico que de ella se hace. Diagnósticos que, además, se hacen sin ninguna metodología, con lo que se garantiza que los errores se repitan y los aciertos no se documenten: si a esto le añadimos la existencia de intereses económicos gigantescos y un marco legal que no se respeta, no es difícil entender por qué estamos en la situación actual.

En todos los aspectos. Como el diagnóstico al inicio de la administración que, de haberse hecho con propiedad habría arrojado una realidad muy distinta que la planteada en las jugadas de apertura, y que ha tenido consecuencias que evidentemente no fueron previstas: de otra manera nadie se juega una baza de tal tamaño. Como el diagnóstico que llevó a plantear la guerra en contra de los narcotraficantes, que de haber sido distinto podría haber llevado a una solución pacífica, de salud pública y contención. Como el diagnóstico que llevó a los dirigentes perredistas a la decisión sobre el alcalde de Iguala, o a la dirigencia panista no sólo a la postulación de una mujer sin referencias sino a no actuar en el momento oportuno cuando su vinculación con uno de los mayores delincuentes fue conocida. Como el diagnóstico de quien cree que la tercera es la vencida, como el diagnóstico de quien decide condecorar a quien ejecuta a sus opositores.

Esto no puede seguir así: apenas salimos de una crisis cuando entramos en la siguiente, tropezándonos con los mismos obstáculos, en una madeja que se enreda cada vez más con cada escándalo evitable, cada declaración a la ligera, cada corruptela que sale a la luz. Con cada mal diagnóstico, soluciones equivocadas e implementaciones deficientes.

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